viernes, 3 de julio de 2020

HISTORIAS DE LIMA VIRREINAL A RAZON DE UN PASEO POR EL JIRON TRUJILLO


HISTORIAS DE LIMA VIRREYNAL A RAZON DE UN PASEO POR EL JIRON TRUJILLO

Para 1536 los españoles llevan 4 años ocupando el Tahuantinsuyo. Aquella persistente degradación de los valores del Incario que iniciara en Cajamarca ha terminado en irritante hastío para los indios. La gota que colma la generalizada repulsa es la denigrante prisión a la cual los castellanos someten en el Cusco a su Emperador. Encadenado por el cuello en una oscura celda huérfana del más indispensable menaje se mantiene a Manco Inca, 21 años, hijo de Huayna Capac y heredero de lo que, hace menos de un lustro, era el portentoso Imperio de sus antepasados. El joven Soberano, al inicio de su participación en el drama de la conquista, había confiado en los cristianos. Pero hoy enfrentado a la dolorosa verdad el fuego del desengaño le consume el corazón. Creyó eran dioses y ahora comprende son peores que demonios. Les ofreció entendimiento y fue agravio la respuesta. Abrió para ellos las puertas de su Capital y la vejación de todo lo sagrado resultó la contraparte. La tribulación que le domina se convierte en furia y su vehemente agresividad desemboca en las únicas alternativas posibles para su raza: feroz venganza y exterminio total de los pérfidos barbudos.

Con astucia prepara un ardid que le permite escapar de sus perversos carceleros y al término de un mes, comienzos de Mayo, asedia el Cusco al frente de 50,000 guerreros. Pero no sólo la recuperación de la Ciudad Imperial es parte de sus sañudos propósitos, también la destrucción de cierta metrópoli que, en inaceptable atrevimiento, otro grupo de españoles ha erigido pomposamente en los llanos centrales como urbe principal y meollo de sus aspiraciones usurpadoras. Para ello, mientras él se ocupa de la cuna de sus ancestros, envía al General Qizu Yupanqui, hermano de su abuelo el pasado Mandatario Tupac Yupanqui, al mando de un ejército de 40,000 milicianos.

Ejecutando el recado y tras un avance incontenible por las montañas Quizu progresa belicoso hacia la Ciudad de los Reyes bajando a través de 3 direcciones. Por los Caminos Inca del norte y del sur descienden con sus tropas los Comandantes Illa Tupac y Puyu Huillca respectivamente, en tanto el Jefe de la expedición y sus huestes lo hacen por el centro a través de la sierra de Huarochirí. Reunidos finalmente, a mediados de Agosto, en la margen derecha del río Rimac, frente a la Capital de los castellanos, Qizu Yupanqui se prepara para dirigir un ataque de intenciones devastadoras.

                               GENERAL QUIZU YUPANQUI

En la pequeña metrópoli, fundada 19 meses atrás, Francisco Pizarro y algo menos de 1,000 hombres auxiliados por indígenas propicios se aprestan a resistir el inminente embate. Llegado el día del asalto y al grito de “A la mar barbudos!” las fuerzas incas, cual aluvión que todo lo arrolla, se precipitan sobre la frágil urbe. Como los primeros combates se traban en el lecho del río, convertido en regato al no llover en las alturas, los cristianos encomiendan su suerte a San Cristóbal, venerado por ayudar al Niño Jesús a cruzar un caudaloso torrente. Si bien los sitiados se baten con coraje los quechuas son más numerosos y pelean con el firme aliciente de quien defiende su suelo. Poco a poco obligan a retroceder a los españoles ganando las calles de la ciudad hasta quedar la Plaza de Armas como último bastión. La lucha en la explanada es inclemente. Quizu Yupanqui, desde su litera de contienda, se emplea con bravura y alienta a los suyos cuando una lanza arrojada por Pedro Martín de Sicilia le atraviesa el pecho acabando con su vida. Caído el caudillo cusqueño inmediatamente el desconcierto se apodera de las filas incaicas quienes optan por retirarse mientras los castellanos practican horrenda matanza. Vueltos a la orilla diestra del caudal capitalino el ejército imperial queda a la espera de refuerzos que debía enviar Manco Inca. Pero éste también ha fracasado en el Cusco por lo que, abandonados a su destino y presas del abatimiento, las tropas incas se dispersan entre las breñas.

La algarabía y el júbilo no pueden ser mayores en la metrópoli De Los Reyes. La salvación que parecía imposible milagrosamente se ha dado y, consideran los cristianos, en gran parte se debe a la mano protectora de San Cristóbal. En tal virtud Francisco Pizarro bautiza al cerro tutelar de la urbe con el nombre del santo de forma rendirle eterno homenaje y agradecimiento, ordenando como colofón al sentido acatamiento levantar una cruz en la cima del emblemático collado.

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Es de apuntar que el antiguo Camino Inca del norte utilizado para alcanzar la Capital por las huestes de Illa Tupac corresponde, en su aproximación a la ciudad de Lima, al actual Jirón Trujillo la vía más añeja en la circunscripción de El Rimac. Hoy, viniendo desde la Plaza de Armas, se llega a la citada corredera al cabo de la Calle Palacio y a través del Puente de Piedra. Reconstruida en 2009 la arteria es hogaño un memorión paseo peatonal luciendo a ambos lados nutrido ramillete de clásicos balcones. Refiriéndonos únicamente a la fábrica religiosa destacan a lo largo de la mencionada travesía la Parroquia de San Lázaro, una de las primeras iglesias construidas en la metrópoli y de hecho la primordial en el distrito bajopontino alrededor de la cual éste empieza a crecer; así como la Capilla del Puente o Nuestra Señora del Rosario, el templo más diminuto del mundo con 5 metros de ancho, 10 de alto y 12 de profundidad.

                                      JIRON TRUJILLO

Manifiéstase interesante la historia de ambos santuarios. Comencemos con San Lázaro, ubicado en la cuadra 4 del presente Jirón Trujillo. El 17 de Abril de 1561 hace entrada oficial a la urbe De Los Reyes el cuarto Virrey del Perú Don Diego López de Zúñiga y Velasco, Conde de Nieva. Con 61 años a cuestas y de marcados hábitos cortesanos arriba en compañía de numerosa comparsa, 67 componentes entre caballeros y criados, además de baqueteados músicos, un enigmático astrólogo y cuantioso equipaje conformado básicamente por refinadas y valiosas prendas. Poco aficionado a tareas de gobierno prepondera más por sus gustos distinguidos, exquisito modo de vivir y, aprovechando su esposa ha quedado en la Madre Patria, prolijidad en actos de infidelidad conyugal.

Lamentablemente para él, a los pocos meses de su estancia, el surgimiento de una implacable epidemia de lepra viene a alterar su cortesana placidez. La plaga arremete inmisericorde contra muchos de los esclavos negros que prestan servicios en la Capital. Abandonados por sus amos o escapados ante la evidencia del terrible mal los desdichados encuentran refugio al desprecio y la exclusión al otro lado del río Rímac en el antiguo Curacazgo de Amancaes, vigente delimitación rimense. Condenados a existir a la intemperie en lo que era entonces una zona pantanosa, las víctimas de la cruel enfermedad hubieran muerto en el desamparo y el olvido si no fuera por la ayuda caritativa del peninsular Don Antón Sánchez noble vendedor de estoques quien con el discernimiento lastrado por el remordimiento en razón a un remoto oprobio que procuró a su padre cuando éste sufriera el horrible quebranto de la lepra y buscando acicalar su desaliñada conciencia, instala, en Abril de 1563 y con su propio peculio, una iglesia, un hospital y un cementerio para los infectados sobre aquellos cenagosos terrenos.

En tanto vive el compasivo benefactor no falta soporte para los edificios ni cuidado por el cumplimiento de sus santos fines. Penosamente a su fallecimiento tanto unos como otros se deterioran y decaen hasta que el terremoto de 1586 deja inmuebles y propósitos en total escombros. Cuando el Arzobispo de Lima Toribio de Mogrovejo visita el lugar en 1601 ya nada queda en pie. Por fortuna en 1607 benignos vecinos conforman una altruista cofradía de hermanos que se encarga de la reconstrucción del complejo pero más de 130 años después el gigantesco sismo de 1746 echa por tierra aquel loable esfuerzo. Rehecho el templo en 1763 sobre lo que fuera el primitivo nosocomio y camposanto, tal versión es la que podemos apreciar en nuestros días.

A modo de apostilla en lo que a la Parroquia de San Lázaro se refiere podemos decir fue en su estación de esplendor uno de los santuarios más ricamente decorados de la ciudad luciendo magníficas joyas muchas de ellas donadas por devotos Gobernadores como el Marqués de Montesclaros o el Conde de Superunda. Pero no sólo representantes del Rey estuvieron estrechamente ligados a la iglesia de marras, también cercanos residentes como la famosa Micaela Villegas “La Perricholi” la cual, además de donar su propio carruaje para uso del Párroco contemporáneo y un retrato del Virrey Amat, ambas reliquias desaparecidas, contrae matrimonio, bajo el amparo de San Lázaro, con su socio en el Real Coliseo de la Comedia Don Vicente Fermín de Echarri el año de 1795 según consta en la correspondiente partida que aún se guarda en el sacro despacho. Finalmente debe comentarse que al abrigo de los muros de la iglesia bajopontina se custodia la sagrada Cruz de Amancaes cuerpo que presidía la suprema fiesta celebrada por la localidad en la pampa de igual nombre.

Habíamos mencionado en el preámbulo que la jurisdicción de El Rimac empieza a crecer en torno al sitio de San Lázaro. Efectivamente la organización y urbanización civil del barrio la inicia en el año 1591 el Gobernador Don García Hurtado de Mendoza y Manrique, Marqués de Cañete, disponiendo se venda el lugar por solares debiendo la renta prorratearse dos terceras partes para el Ayuntamiento y la restante con ventura a los capellanes del Oratorio del Palacio de Pizarro. La composición preliminar del flamante alfoz son 10 manzanas la mayoría de ellas ubicadas al lado izquierdo de un precario puente de ladrillo que manda cimentar el aludido Virrey en el empeño de empalmar la metrópoli con el naciente suburbio.

                             PARROQUIA DE SAN LAZARO

Apaciguada la malhadada peste, hacia 1600 el Arrabal de San Lázaro o Nueva Triana como también comienza a ser conocido el extrarradio continúa su crecimiento con obra de casas huerta en las parcelas que, en ascendente número, van comprando los españoles. Así pues, a tono con la definición del carácter de la urbe principal, prosperan en la margen derecha del rio frescas calles flanqueadas por simpáticas viviendas de uno o dos pisos luciendo en sus fachadas moriscos balcones de madera hasta alcanzar, a mediados del Siglo XVII, la cifra de 2000 residencias más algunas factorías y talleres de artesanos.  

En cuanto a la Capilla del Puente o Nuestra Señora del Rosario, emplazada en la cuadra 2 del coetáneo Jirón Trujillo, contaremos que el espacio ocupado hoy por el bloque competía originalmente a un tambo proveedor de posada para los caminantes que transitaban por el vetusto Camino Inca. Posteriormente la extensión muda a cartera de los padres dominicos quienes en 1555 domicilian allí una humilde ermita con la imagen de la Virgen del Rosario que pasa a ser objeto de copiosa veneración. A mediados del Siglo XVII el conjunto es adquirido por un aristócrata hispano perteneciente al Mayorazgo de la familia Mendoza de Sevilla, una de las más importantes y poderosas del reino ibérico, blasonado para más señas con el campanudo título de Duque del Infantado. En uso de sus derechos el linajudo patricio procede a fijar su mansión particular en la recién agenciada propiedad quedando dentro de los linderos de la misma el reverenciado adoratorio.

Dado el singular culto por la Virgen rosarina se había arraigado fervorosamente en la población el noble caballero permite se abra una puerta pública hacia la calle para así facilitar el acceso a los fieles y la continuidad de los ritos. Con el paso del tiempo la pequeña capilla acoge refacciones los años 1878 y 1896, recibiendo su última remodelación después del terremoto de 1940 quedando tal como luce en la actualidad.

                     CAPILLA NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

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Con el advenimiento del Siglo XVII la Ciudad De Los Reyes ingresa a su etapa de apogeo virreinal. Las bases de semejante plenitud las impone el controversial Gobernador Don Francisco Alvarez de Toledo quien estuviera al frente del Virreinato del Perú desde 1569 hasta 1581. Sin entrar en disquisiciones sobre su desempeño se puede afirmar sin duda ninguna que Alvarez de Toledo es el determinante organizador del inmenso dominio peninsular en América del Sur. Sus más distinguidas contribuciones son la dación de una apropiada armazón legal que guía la administración colonial y el afianzamiento de las instituciones para una buena regencia, aportes que habrían de durar hasta las reformas del Siglo XVIII.

Sus sucesores, en suma parte desiertos de iniciativa, sólo se limitan a seguir por el camino trazado salvo raras excepciones. Una de ellas atañe al onceavo Virrey Don Juan de Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros y de Bayuela, Señor de las Villas de Higuera De Las Dueñas, Colmenar, El Vado y Valconete, el cual resultará cordialmente relacionado al asentamiento de San Lázaro y al moderno Jirón Trujillo, justificación que hace nos detengamos a revisar algunos trances de su estadía en Lima.

El nuevo Gobernador entra ceremoniosamente a la Capital el 21 de Diciembre de 1607. Con 36 años de edad, viudo de su primera esposa lo acompaña la segunda Doña Luisa Antonia Portocarrero y Mendoza junto a un séquito de 80 fámulos. Hombre activo gracias a su juventud, destaca por su ánimo resuelto, avisada inteligencia y conciencia de su autoridad. En lo personal se muestra festivo, gustoso de galas y muy aficionado a la poesía, arte en el que, si bien moderado rimador, sus composiciones provocan no pocos elogios entre los entendidos. Respecto a su carrera política ésta acontece tan trepidante como exitosa, sustento para que el Monarca Felipe III lo nombre en 1603 Virrey de México. Tras cuatro temporadas de meritoria labor en el pretérito predio azteca la Corona le encomienda, como reconocimiento a su impecable trabajo, la conducción del Perú.   

                     VIRREY MARQUES DE MONTESCLAROS

Veamos cuál era en el preludio del Siglo XVII la realidad de la metrópoli con las tres coronas. En 1600 ésta afinca 11,059 almas: 2,151 hombres útiles para empuñar las armas, 2,454 mujeres, 2,185 individuos menores de 12 años, 438 indios, 3,428 negros y mulatos, y 403 inválidos, lisiados y piadosos. Para 1615 se registra un importante incremento poblacional que el censo de la época registra como superior al doble. Así pues el inventario arroja 25,302 urbanos repartidos de la siguiente manera: 9,630 españoles seglares, 1,720 frailes y monjas, 425 criadas en los Monasterios, 92 recogidas, 1,917 indígenas, 10,386 negros, 744 mulatos, 192 mestizos, 82 araucanos, 38 filipinos, 20 japoneses, y 56 originarios de posesiones portuguesas. Referente a los oficios más comunes estadísticas de 1613 apuntan 323 sastres, 129 zapateros, 79 sederos y botoneros, 62 pescadores ribereños, 34 carniceros, 28 silleteros, 20 cardadores y un librero.

Durante aquel tracto histórico el espíritu confesional marca la vida y su desarrollo en la Capital. Si bien las grandes órdenes, principalmente Franciscanos y Dominicos, monopolizan la práctica religiosa ello no es óbice para se levanten nuevos templos y conventos como el de Santa Clara en 1606, se amplíen otros como La Merced en 1611 o restauren algunos como la propia Catedral que inaugura una aventajada primera parte en 1604. Paralelamente una serie de eminentes profesos señalan con su ejemplo lo que debe ser una presencia rebosante de santidad y amor al prójimo. Junto con el Arzobispo Toribio de Mogrovejo quien ejerce entre 1580 y 1606 sobresalen los nombres de Francisco Solano llegado a la ciudad en 1595 con 46 años de edad, Fray Pedro Urraca en la metrópoli desde 1608 con solamente 12 y Juan Macías desembarcado en Lima en 1616 con 31 años. Mas los especialmente representativos son la terciaria de Santo Domingo Isabel Flores de Oliva, tratada por todos como Rosa, venida al mundo en 1586 y dedicada a pervivir místicamente expresando su amor a Jesús a través del valor redentor del sufrimiento hasta su temprana muerte en 1617; así como el carismático hermano lego Martín de Porres nacido en 1579 y que tras una existencia llena de milagros en favor de los más necesitados fallece en 1639 no sin antes haber juntado en un único plato a perro, pericote y gato.

                                       ROSA DE LIMA

También por aquellos tiempos la Santa Inquisición, funcionando en la urbe desde 1570, hace notar su empaque gracias a una recargada y diligente actividad. De 1600 a 1621 sentencian 255 causas, llevan a cabo 5 Autos de Fe y mandan a la hoguera  6 condenados: 5 acusados de “judaizar” y 1 por blasfemo. En la otra mano, hablando ya de composturas más mundanas, la Capital De Los Reyes viene a constituirse en un emporio económico como centro comercial, financiero y mercantil del Virreinato donde la Audiencia, el más alto tribunal de la Realeza Española en el Perú, además de garantizar el irrestricto cumplimiento de las leyes infunde respeto al estar conformada por magistrados de honorable conducta. En medio de aquel orden y bonanza el movimiento intelectual florece y se amplifica en un ambiente cultural propicio dinamizado por la imprenta la cual, instalada en 1584, primera en América del Sur, continúa sin parar su significativa producción bibliográfica.

Regresando al Gobernador Marqués de Montesclaros habíamos dicho éste tiene una concomitancia entrañable con el Arrabal de San Lázaro, ahora distrito de El Rimac. Ciertamente pues, aunque inserto a cabalidad en una eficaz administración y manejo ordenado del Virreinato, no descuida la realización de obras de utilidad y ornato que benefician de forma singular la demarcación rimense. La primera de ellas es la construcción del Puente de Piedra de manera unir la ciudad propiamente dicha con las áreas al otro lado del río y la realización de la Alameda De Los Descalzos bulevar que rápidamente se convertirá en lugar predilecto de junta y excursión para los limeños.

En afinidad al Puente mencionaremos que en tiempo de los Incas ambos bordes del Camino del Norte, separados por el caudal, estaban conectados por una pasarela de criznejas que los primeros castellanos reemplazarían por un rústico pontón. Posteriormente el Gobernador Marqués de Cañete lo sustituye por otro de rasilla que edifica, como hemos indicado, en 1591, mismo que se viene abajo en 1607 debido a una fuerte crecida de la corriente de agua. Ante la necesidad dotar a la metrópoli de una plataforma más acorde el Virrey Juan de Mendoza y Luna dispone la demolición del viaducto dañado y la fábrica, al año siguiente, de uno completamente nuevo con planta maciza de piedra.

                                  PUENTE DE PIEDRA

Con la firma del Arquitecto Fray Jerónimo de Villegas, mestizo capitalino de la orden de los Agustinos, y la dirección del maestro cantero Juan Del Corral a quien hubo que traer de Quito donde se encontraba ocupado en variados aparejos, se inicia el proyecto. Para su financiación el Marqués de Montesclaros impone un impuesto de 2 reales por cada arroba de jabón y velas que se gaste en la urbe y un real más sobre cada botija de vino. Entre tanto su asiento y para no interrumpir el tránsito se habilita una provisional planchada de palos que obliga a la contratación de vigilantes ante el peligro de un incendio dada la cantidad de negros que la franquean fumando descuidadamente. El material utilizado corresponde a piedras extraídas de peñascales chorrillanos, como el Morro Solar, siendo la argamasa una mezcla de cal y claras de huevo de aves guaneras.

El Puente de Piedra queda concluido en 1610. De impecable línea y robusta solidez, sus columnas lucen forma de diamante y sus pilares redondeados han sido diseñados como defensa contra la fuerza del torrente. La estructura tiene una longitud de 500 pies geométricos y ostenta 7 hermosos arcos. A la entrada, detrás del Palacio Virreinal, se erige un apuesto arbotante con la imagen de la Virgen de Belén y hacia el flanco opuesto dos torreones con epígrafe atinente a la hechura de tan majestuosa estructura. Pronto convertido en excusa de complacencia y gozo para los vecinos, las noches de canícula sirve de alivio al pletórico corro de peatones, coches y calesas que afluyen a disfrutar la frescura del río. Como complemento al solaz tiendas y cajones eventuales detallan dulces, embutidos, batiburrillos de legumbres y hortalizas, sazonados, flores y bagatelas, mientras un esplendente alumbrado contribuye a hacer más encantador el remanso. Remozado en 1738 y reparado en 1818, deviene finalmente modernizado en 1902 por el Alcalde de la ciudad Federico Elguera quien resuelve se reduzcan sus arcos a sólo 4, ensanchen sus aceras, se instalen barandas de hierro y coloquen unos faroles encargados para el efecto a Bélgica. Tal es la hechura que contemplamos hoy en día.

Muchas son las historias y leyendas que se narran relacionadas al Puente de Piedra engarce contemporáneo de la Calle Palacio con el Jirón Trujillo. La más célebre es la Tradición “El Alacrán de Fray Gómez” del insuperable Ricardo Palma. Cuenta el emérito conservador de nuestro acervo que cierta jornada caminando el Fraile por la citada conexión resulta testigo de un terrible accidente: la caída de un jinete que al golpearse la cabeza contra el adoquinado queda medio moribundo. Presto ante la terrible escena Fray Gómez coloca sobre el cuerpo del malherido el cordón de su sotana a la vez le dispensa tres bendiciones y …. oh milagro!, al cabo de poco segundos el caballero se levanta tan sano como estaba previo a caerse del potro. Inmediatamente un abundante grupo de curiosos que había visto el prodigioso lance intenta glorificar al padrecito, mas éste, dechado de humildad y modestia, para evadir las aclamaciones alza vuelo desde el Puente hasta la torre del Convento de San Francisco donde alcanza protector refugio.

Saltando a la Alameda De Los Descalzos expresaremos que en razón el Gobernador, antes de venir a América, había morado en Sevilla se inspira para proponer en 1609 la construcción de un paseo a modo del de Hércules en la capital del Guadalquivir. El diseño es similar: 5 calles, 8 hileras de frondosos árboles y 4 fuentes. La ronda queda terminada en 1611 y a partir de ese momento el lugar se transforma en predilecto de señores y principales quienes en lucidas cabalgaduras o elegantes carruajes garbean buscando tan sólo mostrarse gallardos y estilosos frente a semejantes y damas de alcurnia. La Alameda es refaccionada en 1770, también en 1856 cuando el Presidente Ramón Castilla manda colocar el hermoso enrejado de fierro traído desde Inglaterra y que la circunda totalmente, y por último en 1858 donde se ubican 12 estatuas de mármol de carrara representando los signos del zodiaco, bancas, candiles y jarrones, características con las que podemos apreciarla en el presente.

                             ALAMEDA DE LOS DESCALZOS

Como posdata relataremos que el hermoso conjunto cuyo apelativo toma prestado del Convento de Franciscanos Descalzos perfilado al final del mismo se encuentra flanqueado por la iglesia de Santa Liberata y el Beaterio del Patrocinio. Este segundo levantado en 1688 era a comienzos del Siglo XVII un criadero de cerdos. En él laboraba Juan Macías antes de entregarse a la vida religiosa en 1622. Todas las mañanas iniciando sus tareas el joven cortijero veía pasar frente a los corrales a Martín de Porres llevando ayuda a los más necesitados. No tardaron en hacerse muy amigos, tanto así que el Fray de la escoba terminó infundiendo en el alma de Juan la proclividad de consagrarse a la asistencia de los pobres.

                                     MARTIN DE PORRES

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Siguiendo con el Virrey de Montesclaros éste no sólo se ha ganado un sitio en la historia de Lima por la manufactura de los renombrados Puente de Piedra y Alameda De Los Descalzos, amén de su correcta e impoluta gestión, hay además 2 hechos en los cuales le cabe especial actuación y que destacan como dianas en su discurrir por la metrópoli.

El primero de estos episodios se refiere a la aparición en Mayo de 1615, ante las orillas occidentales de América del Sur, del corsario holandés Joris Van Spilberghen quien al comando de 6 embarcaciones de guerra con macabra lámina y negro pabellón emboca por el Estrecho de Magallanes hacia los mares meridionales del Pacífico. A bordo de la nave capitana bautizada tenebrosamente como “Lucifer” y secundado por el resto de bajeles el marino neerlandés, cargado de filibusteros propósitos, arriba inicialmente a las costas de Chile. Su voluntad es atacar el Puerto de Valparaíso pero contrariado debe navegar de largo pues los pobladores han incendiado su localidad consiguiendo desanimar el desembarque pirata. Avido y furioso Spilberghen opta por una presa más sugerente: dirigirse al Perú con intención asolar y saquear su urbe primordial famosa por su brillante opulencia.

De cara a la emergencia el Gobernador con decisión y firmeza asume prestamente el abrigo de la ciudad de Lima. La primera medida es frenar al corsario antes llegue al Puerto del Callao. Para ello envía a su encuentro la armada virreinal abanderada por su sobrino el Almirante Don Rodrigo de Mendoza. El 17 de Julio se topan ambas flotas en el mar de Cañete. El inevitable combate se produce en horas de la noche a la altura de Cerro Azul. Lastimosamente la escuadra española está escasamente proveída por haber sido apertrechada a la carrera y no puede hacer nada contra los navíos bandoleros. Así, los resultados son funestos para los hispanos quienes no sólo pierden barcos sino también a su propio Almirante. Acicateado por el triunfo Joris Van Spilberghen reinicia su terrorífico rumbo al Callao.

En la Capital al conocerse la proximidad de los malhechores tocan a repique las campanas de las iglesias y mientras en la Plaza de Armas se reúnen arcabuceros, lanceros y vecinos entusiastas, las mujeres se cobijan rezando en los templos. Si los hombres e ingenios bélicos no alcanzan detener a los bandidos solamente Dios puede proteger a la metrópoli de los horrores de una invasión filibustera. El pánico corre como reguero de pólvora haciendo el Monasterio De Santo Domingo se vea pronto repleto de asustadas damas que gimen y oran fervientemente implorando la misericordia del Señor. Acompañando y consolándolas resalta aquella joven terciaria de dulce rostro, tratada por todos como Rosa, que con 29 años de edad anima a sus congéneres a través de su fé, devoción y serenidad, llamándolas con acento seguro a confiar en la Divina Providencia.

                               JORIS VAN SPILBERGHEN

A la par, el Virrey Don Juan De Mendoza y Luna, asumiendo la jefatura defensiva de la urbe con la determinación impedir el desembarco de los piratas, monta en su corcel y cargando su mejor armamento se dirige al Puerto del Callao a la cabeza de sus fuerzas, mezcla de milicianos y voluntarios muchos de los cuales se van plegando en el camino. Una vez en el embarcadero y tras tensa espera, saliendo de la bruma las pardas velas de los buques corsarios se dibujan siniestras en el horizonte. Spilberghen ordena el bombardeo empero sus hordas inexplicablemente no descienden a la playa. Así transcurren interminables las horas hasta que, sin interpretación posible, las infaustas embarcaciones dan media vuelta y alejándose de la costa desparecen en marcha al norte. Sin duda Dios había atendido los ruegos de Rosa y la Capital podido librarse de una desgracia, aunque sin perjuicio del milagro es de distinguir, cuando las circunstancias lo colocaron a prueba, el Marqués de Montesclaros puso el pecho como todo un valiente.

El segundo suceso que subraya la recordación del Gobernador trata de otra batalla que aunque incruenta no por ello menos ardua para nuestro personaje. En 1609 la ciudad de Lima es casi destruida por un colérico terremoto que la estropea en demasía. Mas recuperado el ímpetu vital y tras un período de reconstrucciones y remodelaciones la metrópoli se yergue de sus daños más espléndida y arrogante que ayer. Tal reverdecer va también del brazo de un aflojar las pudorosas costumbres que galardonaban a la ciudad de los primeros tiempos. En tal sentido si bien empezando el Siglo VXII Lima mantiene, según hemos observado, su ardor religioso los capitalistas se brindan con cada vez creciente afán a la disipación y los placeres. Específicamente en cuanto al mujerío, el lujo y la ostentación se apodera de las féminas quienes para más coqueto lucimiento de sus atributos generalizan el uso de la saya y el manto rematado por el disimulo de negar un ojo, prendas que se venía vistiendo tímidamente desde la segunda mitad del Siglo XVI, dando origen a la imagen más identificada con la metrópoli virreinal: la tapada.

Pero el nacimiento y consolidación de tan inquietante indumentaria no es proceso fácil. Ya el Tercer Concilio Limense, realizado entre 1582 y 1583, calificaba sin pestañar de pecaminoso el provocador atavío condenando los estrictos asambleístas a toda mujer asistente a las procesiones encubierta con el artificio de revelar uno solo de sus órganos visuales. La censura, sin solución de continuidad, se extiende a púlpitos y tribunales hasta que la Audiencia, además de prohibir y penar a las damas que ocultaran un ojo, pone el espinoso tema en manos de Don Juan De Mendoza y Luna. Aunque tenaz la lid que libra el Gobernador por cumplir el mandato y desterrar a las tapadas, éstas con proverbial y bravío empeño hácenle finalmente cejar en la faena.

Descalabrado en su porfía erradicadora el regate del Marqués de Montesclaros no tiene desperdicio. Escribe una carta al Rey de España en cuyo proemio acepta “los escándalos e inconvenientes” derivados del uso del famoso rebozo para terminar arriando banderas reconociendo “como he visto que cada uno no puede con la suya, he desconfiado de poder con tantas”. No en vano el Virrey contaba con varias íntimas amigas que habían captado su galante inclinación precisamente por la pícara utilización del contradictorio tapamiento.

                                   TAPADA LIMEÑA

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Me permito acabar el presente relato con una aclaración que, a tenor de lo historiado, bien viene a cuento. Se trata de la letra del emblemático vals de Chabuca Granda “La Flor De La Canela”. Cuando en la segunda parte del estribillo dice “Del puente a la alameda menudo pié la lleva …” muchos, erróneamente, piensan se refiere al Puente de Piedra y a La Alameda De Los Descalzos construidos por el Gobernador Marqués de Montesclaros, mas no es así.

“La Flor De La Canela”, a la sazón Doña Victoria Angulo Castillo de Loyola (1891 – 1981), se conoció con Chabuca en 1947 durante un convite en la casa barranquina de la encumbrada dama María Isabel Sánchez Concha De Pinilla muy vinculada a los artistas. A partir de ese momento desarrollaron un mutuo afecto y como por entonces la cantautora nacional trabajaba en la Botica Francesa ubicada en la calle Mercaderes, hoy Jirón De La Unión, Victoria la solía visitar camino de regreso a casa comentándole el trayecto que tenía que recorrer a pié.

Vivía la apuesta morena en un corralón con puerta a La Alameda De Acho conocida también como La Alameda Nueva o Alameda De Tajamar que, perfumada de magnolias, corría a la vera de la margen derecha del río Rimac desde lo que ahora es el Puente Santa Rosa hasta la Plaza De Toros. Para acceder a su domicilio debía Victoria cruzar el curso de agua a través de un puente de madera el cual quedaba a la altura de la curva del ferrocarril Lima – Ancón, actual extremo del Jirón Rufino Torrico. Así entonces el “puente y la alameda” que recrea en su inmortal vals Chabuca Granda son aquel Puente De Palo y La Alameda De Acho que, desaparecidos del moderno paisaje capitalino, sólo viven en el recuerdo de unos cuantos.

Dicho sea de paso la vivienda de Victoria Angulo era el panteón del criollismo. Allí con jaranista continuidad se juntaba el salón de la fama de la música popular limeña sobresaliendo entre los habituales parroquianos Elías y Augusto Azcuez Villanueva, primos de “La Flor De La Canela”; Bartola Sancho Dávila, la más grande bailarina de marinera que haya tenido el Perú; Manuel Covarrubias; Pablo Casas Padilla; Luciano Huambachano y otros más, todos alrededor de un exquisito seco de gato preparado por el rimense “Monumento” remoquete aplicado por su alta talla.


 LOS HERMANOS ASCUEZ Y LA REAL ACADEMIA DEL CRIOLLISMO

Los Azcuez Villanueva eran también tíos de Alejandro “Manguera” Villanueva connotado futbolista del Alianza Lima a inicios del Siglo XX nacido bajo el puente en El Callejón Santa Rosa de Malambo por lo que desde siempre invitaban al sobrino a las sabrosas reuniones. Este, amiguero impenitente, llevaba consigo a Eugenio Segalá, Julio Quintana, Filomeno García y Villalta, todos jugadores blanquiazules. Fue en aquel sacrosanto recinto cuando un 21 de Julio de 1950, en homenaje a su cumpleaños, Chabuca le cantó por primera vez “La Flor De La Canela” a Doña Victoria Angulo.

                     CHABUCA GRANDA Y VICTORIA ANGULO


JAVIER OSWALDO URBINA GONZALEZ

                        PERUANO














lunes, 18 de mayo de 2020

DESDE UNA ANÉCDOTA DE MI MADRE, PASANDO POR ALEJANDRO DUMAS, HASTA SUGERENCIAS PARA NOVELAR PASAJES DE LA HISTORIA DEL PERU


DESDE UNA ANÉCDOTA DE MI MADRE, PASANDO POR ALEJANDRO DUMAS, HASTA SUGERENCIAS PARA NOVELAR PASAJES DE LA HISTORIA DEL PERU

Contaba mi Madre que estando en el Colegio, cierta vez, la Profesora de Historia Universal les dejó como tarea para la próxima sesión documentarse sobre la vida y obra de los Reyes de Francia. Ella y sus compañeras buscaron libros y enciclopedias, excepto una, su gran amiga Consuelo la cual optó por otra alternativa. Llegada la siguiente clase varias salieron a exponer hasta que tocó turno a Consuelo quien se extendió entre historias íntimas de los Monarcas, amores secretos, infidelidades, envenenamientos e intrigas, tanto así que la Maestra hubo de interrumpirla diciendo: “Srta. Consuelo por favor, más Historia y menos Dumas”. Su fórmula pues había sido informarse de la manera menos tediosa posible: leyendo a Alejandro Dumas.

El gran novelista y dramaturgo francés del Siglo XIX, romántico por excelencia, conjugaba de forma extraordinaria y amena la Historia, la fantasía y la aventura, siempre sobre una base cierta pero echando mano con inteligencia y pericia de trascendidos, rumores y versiones no oficiales para así armar obras de majestuosa calidad y sano entretenimiento. Todo esto viene a colación pues nuestra Historia, plena de pasajes propicios, se presta perfectamente para escribir narraciones al mejor estilo de Alejandro Dumas. Lamentablemente los esfuerzos hechos hasta ahora cuentan pocos continuando todavía a la espera del gran salto hacia la Novela Histórica en el Perú.

Lejos de pretensiones pontificadoras y arrogarme una cátedra más allá de mis limitaciones, aquí algunas sugerencias históricas que pueden dar pie a futuros relatos sobre protagonistas y acontecimientos alrededor, en esta oportunidad, de la cuestión sucesoria en el Imperio Incaico.

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En el Incario, desde tiempos aurorales, la transmisión del poder real procura ser de  padres a hijos. Ahora bien, es de notar que dichas cesiones muy pocas son ordenadas y pacíficas. Sólo fructifican así los traspasos entre Manco Capac y Sinchi Roca, éste y Lloque Yupanqui, y del memorable zurdo a Maita Capac. Salvo una más, la ocurrida de Pachacutec a Tupac Yupanqui, las siete restantes están envueltas en contubernios, traiciones y emponzoñamientos dignos de cualquier cuento de Alejandro Dumas.


Empecemos con Maita Capac. Su biografía da para toda una crónica fantástica. La presentación que de él hace Sarmiento de Gamboa resulta un presagio sin desperdicio: “…, es entre estos indios como entre nosotros Hércules en su nacimiento y hechos, porque cuentan de él cosas extrañas”. Realmente todo un personaje fabuloso este Maita Capac comenzando por su alumbramiento considerado un milagro pues deviene engendrado cuando su progenitor el Soberano Lloque Yupanqui es ya un anciano y sin facultad natural para preñar. Su madre la Coya Mama Caua lo pare a los tres meses ostentando el recién nacido la dentadura completa y una robustez fuera de lo común. A los dos años de edad tiene la fortaleza de un muchacho peleando y rompiéndoles la crisma a todos aquellos que osan enfrentarlo. Siendo adolescente, los Alcabizas, mayores rivales de los Incas en el valle del Cusco, se rebelan y como primera asignatura deciden matar al Príncipe. Lo acechan mientras juega a los bolos con unos amigos en el Inticancha, a la par Casa del Sol y Palacio Real, mas Maita Capac, apelando a su vigorosa destreza, se defiende del artero ataque luchando como un león, matando uno de los insurrectos, hiriendo a varios y quebrándole la pierna al hijo del Sinchi enemigo. 

                                                  MAITA CAPAC

Una vez al frente del Ejército derrota por completo a los persistentes sublevados condenando a presidio perpetuo al Jefe Alcabiza. Tal victoria consolida la presencia Inca en la vega y cimenta su fuerza en medio de las comunidades vecinas. Nombrado Mandatario es Maita Capac el primero en imponer autoridad y dominio absoluto tanto en el Cusco como en sus alrededores, con tan enérgica firmeza y seguridad que se permite planificar una campaña a tierras contiguas pero incómodamente le sorprende la muerte en el augurador afán. Sabio, valiente y amado por su pueblo, casó con Mama Tancaray, hija del Curaca de Collaguas, señalando como legatario a su vástago Tarco Huamán “El Breve”.

Para Tarco la favorable elección le sobreviene en forma inesperada. Inicialmente el heredero designado es su hermano mayor Conde Mayta a quien muy poco le duran las ilusiones pues Maita Capac, antes de pasar a mejor vida, le retira la confianza por no terminar de convencerle su feo semblante. Así entonces, no por méritos propios sino dado el antiestético rostro del primogénito, Tarco Huamán acaba ciñéndose la Mascaypacha. Desafortunadamente también para él la dicha viene corta pues sólo gobierna poco tiempo y de allí el remoquete. Débil de carácter, su carencia de temperamento fomenta se desate una violenta pugna por la Borla Real repleta de maquinaciones y acciones ocultas. Quien encabeza su deposición es nada más y nada menos que su primo hermano Capac Yupanqui hijo de una hermana del ya fallecido Maita Capac llamada Curu Yaya alentadora de su descendiente en razón considerar, como fuera en los orígenes del Incario, el matrilineado con mayor valor y predicamento que la progresión patrilineal.

Exitoso el golpe de estado Capac Yupanqui busca inmediatamente afianzar su ensalzamiento y potestad en el Dominio Cusqueño ordenando asesinar a los hermanos del efímero y cesado Monarca, deportando a un grupo importante de sus partidarios y haciendo jurar lealtad al resto. En cuanto a “El Breve” le perdona la vida y envía como Régulo a la localidad de Cuyumarca, cuatro leguas del Cusco, a requisito remitiera mil pajareras repletas de las aves que engalanan los cielos de la aldea concedida.

Función seguida, astuto y aguerrido Capac Yupanqui, con celeridad ejecutiva y mano de hierro, consolida la obediencia y quietud que perfilara Maita Capac tanto en la Capital Inca como circunscripciones aledañas. En tal virtud le es factible iniciar expediciones conquistadoras fuera de la vaguada. Larga es la lista de las expugnaciones obtenidas todas ellas agregando satisfacciones a sus aspiraciones expansionistas. Entre las varias represiones que realiza tiene especial significado el castigo infligido al poblado de Cuyumarca como mortificación por no haber remesado Tarco las garantizadas jaulas rebosantes de pájaros.

Para entonces Capac Yupanqui se encuentra en condición de viudo. Estuvo casado con la bella y dulce Señora Chimbo Mama, quien pronto enferma de epilepsia con el añadido de pegar chillidos, rasguñarse el rostro y morder a las gentes que la circundan. Sus ruegos al Dios Sol por una nueva esposa son escuchados y al cabo de un tiempo el astro luminoso lo asiste con un nuevo matrimonio. La revelada novia es Curi Hilpay hija del Mandón Ayamarca quien, tras evaluar la fama del bravo y agresivo Soberano Inca y tanteando una asociación con los cusqueños, la brinda como cónyuge a lo que el Gobernante, apasionado por naturaleza, acepta diligente.

Ya maduro Capac Yupanqui nombra como sucesor a su vástago Quispe Yupanqui sin saber hay una conjura en ciernes. Hasta aquel presente los Monarcas en el Incario provenían del Hurin Cusco o parte baja de la ciudad, mientras los del Hanan Cusco o parte alta, ávidos de poder, esperaban el trance adecuado para hacerse con él. Cuando consideran llegado el ansiado momento la congénita conspiración se desencadena comandada por el destacado Hanan, Inca Roca, en complicidad con la dama Cusi Chimbo, concubina principal de Capac Yupanqui y hermana de la difunta Chimbo Mama, con la cual el cabecilla confabulado mantiene una relación sentimental. La barragana, de acuerdo a lo planeado, envenena al Mandatario facilitando el ingreso violento de los complotados al Inticancha. Muerto Quispe Yupanqui en la refriega Inca Roca se proclama como nuevo Soberano de la Confederación Inca.

La ascensión de Inca Roca como Gobernante significa un punto de inflexión en la historia del Incario. En primer lugar implica el hito de partida para una nueva Dinastía, la de los Hanan Cusco, y en segundo cargo una serie de modificaciones en el modo de vida de la corte lideradas por el flamante Monarca. Así, aparece por vez primera el título de Inca equivalente a Mandatario y se abandona el Inticancha como morada real comenzando desde entonces cada Soberano a construir su propia residencia; Inca Roca edifica la suya, llamada Hatun Rumiyoc, muy cerca del Hucaypata, gran explanada principal. Como obra cumbre se funda el Yachay Huasi escuela para niños de la nobleza donde se les instruye en el manejo de las armas, arte de los quipus, idioma, historia, mitos y leyendas. 


                             MURO DEL PALACIO DE INCA ROCA

Inca Roca también se preocupa por desarrollar y acicalar la metrópoli cusqueña. Canaliza el río Huatanay y construye acequias que abastecen de agua limpia los barrios de la urbe, entre otros trabajos de relevancia urbanística. Lo que sí puede echársele en falta es su poco interés por las conquistas dejando así de adicionar nuevos territorios que podrían haber ensanchado sus dominios. Las excursiones militares que decreta no pasan de ser simples saqueos y acumulación de ricos botines. Le basta con mantener sujetos a sus congéneres e inmovilizados a los Hurin Cusco.

Quien sabe no le sobra tiempo para superiores ajetreos pues la mayor parte de él lo emplea en organizar fiestas y banquetes donde gusta cantar y bailar en salones adornados y perfumados por miles de flores. Todo ello sin duda sugerido por su querida Curi Chimbo, de muy alegre talante, y que ha sido incorporada como manceba primordial en el serrallo del Gobernante.

Inca Roca toma como esposa principal a Mama Micay hija de Soma Inga, Patrón de los Huallacanes, unión de la cual retoña Tito Cusi Hualpa futuro legatario. La historia del encumbramiento al trono del Incario y últimos años al frente de éste  de quien, hasta hoy, es recordado por sumar tragedias, resulta otra aventura propia de Alejandro Dumas.

Todo empieza por que Mama Micay estaba primitivamente prometida al Rey de los Ayamarcas, Tocay Capac, pero viendo Soma Inga es más rentable una alianza con los Incas, en utilitario enroque, cancela la pactada boda para ofrecer a Inca Roca la doncella como consorte. Esto encoleriza al Caudillo Ayamarca en tal medida que, fruto de su despecho, declara la guerra a los Huallacanes. El conflicto prorroga más extenso de lo esperado hasta que, viendo su Nación lleva la peor parte, Soma propone finalizar las hostilidades. Tocay accede con la inexcusable condición se le entregue al ya adolescente Titu Cusi Hualpa como víctima propiciatoria del concierto. Considera el Jefe Ayamarca tal la única manera de lavar su mancillado honor.

Menudo problema la exigencia de marras para los Huallacanes quienes deben ahora optar por una de dos alternativas, o continuar la infructuosa contienda bélica contra sus ocasionales enemigos y seguir sangrando su Nación, o traicionar a los Incas con los cuales acaban de asentar matrimonialmente un beneficioso concordato. Expuesta crudamente la disyuntiva no hay mucho que elucubrar para Soma Inga quien finalmente decide secuestrar al muchacho y transferirlo a los Ayamarcas.  Para ello se aboca a estructurar un ardid que no despierte ninguna sospecha en los cusqueños.

Delineada la estratagema los Huallacanes se dirigen a Inca Roca para solicitarle permita viajar al Príncipe a la tierra de su madre con el propósito de rendirle acatamiento, evidenciarle la cuna de sus ancestros y pueda conocer sus parientes maternos. No ve el Monarca inconveniente en la súplica por lo que concede el real permiso enviando a Titu Cusi Hualpa acompañado de su tío Inga Paucar y algunos Orejones más. Llegados a la villa de Micaocancha la comitiva es recibida con todos los honores por Soma en persona. Tras muchas fiestas y reverencias los agasajadores fingen un descuido, por supuesto coordinado con los Ayamarcas, para éstos puedan raptar al menor a quien, procurando despistar, mudan primero al pueblo de Amaro y posteriormente al de Aguayrocancha donde Tocay Capac está a la espera de su presa.

Ante la catástrofe Inga Paucar corre a dar aviso a Inca Roca el cual reacciona ferozmente haciéndolo desaparecer de los libros de historia. Mas, sin embargo su furia, no se atreve escarmentar a los Ayamarcas pues no sabe si su hijo está vivo, en cuyo caso podrían ajusticiarlo no bien un soldado Inca aparezca en el horizonte. Así las cosas, la brutal contingencia lo obliga adscribirse en un desgastante compás de espera. Mientras tanto Tocay ufano por el triunfo de la operación encara a un asustado Titu Cusi Hualpa. A los gritos le pregunta si es hijo de Mama Micay y cuando el mozo responde que sí el Mandón Ayamarca deja aflorar todo el rencor acumulado en su iracundo corazón determinando lo maten en el acto. Al escuchar la terrible orden que significa el fin de sus días, aterrorizado Titu Cusi Hualpa arranca a llorar con tal intensidad que sus lágrimas son de sangre. 

Semejante portento no puede menos que desestabilizar a Tocay Capac quien asaltado por supersticiosos temores dispone suspender la pena capital por la de enviar al púber a una lejana comarca a pastorear rebaños. Varios meses pasa el vástago de Inca Roca en aquel medio agreste, sometido a rigores contrapuestos a su noble crianza y mal alimentado, hasta que cierta ocasión la dama Chimbo Orma, hija de un Sinchi de la localidad de Anta y cortesana de Tocay, en sus viajes por la región que comparten Ayamarcas y Antasayas conoce a Titu Cusi Gualpa. A pesar de su deterioro físico le llaman la atención sus finas maneras por lo que decide interrogarlo. El muchacho le cuenta sus desgracias al extremo de conmover a la mujer que embargada por la compasión y lástima promete ayudarle a recuperar su libertad.

Chimbo Orma, eludiendo la tutela de Tocay, habla con su progenitor, un cuajado militar, y le pide rescatar al adolescente apelando al altruismo y humanidad, ruego que su padre concede pensando más bien una hazaña de tal categoría serviría al final de cuentas para congraciarse con los poderosos Incas. Afinado el lance los Antasayas logran rescatar al menor. Una vez en la localidad de Anta y al amparo de su reducto visten y sustentan a Titu Cusi Gualpa quien requiere unas cuantas jornadas para recuperarse del brete vivido. Vuelto a la salud sus salvadores envían mensajeros donde Inca Roca para hacerle conocer la buena nueva.


La alegría del Soberano Inca y la Coya es indescriptible. El regocijo que les invade no tiene parangón con ninguna felicidad anterior. Inmediatamente remiten un cortejo de Patricios hacia Anta para regresar al hijo añorado. Llevan estos Principales consigo mucho oro, plata, textiles y obsequios diversos en señal de agradecimiento que los Antasayas reciben complacidos señalando para ellos es más importante los Incas llamen “hermanos” a partir de ahora. Por otro lado y para afincar la paz con los Ayamarcas, Inca Roca propone un doble matrimonio a Tocay Capac. Este es que su hija Mama Chiquia se case con el heredero de la Mascaypacha y la hermana del Soberano cusqueño, la ñusta Curi Ocllo, contraiga nupcias con el Señor Ayamarca. Hechos los arreglos, convites y festejos se suceden ininterrumpidos en el Cusco plenos de júbilo y algarabía.


Tras casi cincuenta años como Gobernante, Inca Roca fenece siendo todo un venerable carcamal, lo cual entraña que Titu Cusi Gualpa al alcanzar la máxima jerarquía del Incario es ya un hombre mayor. Lo primero que hace el nuevo Monarca al ceñirse la Insignia Real es cambiar oficialmente su nombre por el de Yahuar Huacac, “El Que Llora Sangre”, en recuerdo del infortunio experimentado en su niñez. Corta y aciaga es la comisión de este Mandatario marcado por la desgracia pues así como la adversidad lo visitó temprano también se hizo presente a la hora de su muerte.

Pequeño de cuerpo, recio, fuerte y avisado, luce apersonada y dispuesta estampa auroleada por un rostro agraciado. Si bien combativo y con ansias de conquista sus expediciones no son muchas dado lo escueta de su representación. Lo importante en él es que a instancias de su hermano el gran General Vicaquirao, quien con los años pasaría a ser uno de los más extraordinarios Oficiales del Imperio Incaico, se empiezan a dejar destacamentos militares de control en los territorios ganados de forma conservarlos subordinados.

Como hemos dicho Yahuar Huacac estaba casado con la Ayamarca Mama Chiquia, de figura poco graciosa, facciones alargadas y secas pero que compensaba su anomalía con una infinita ternura manifestando enorme cariño por aves canoras, guacamayos, palomas silvestres y monitos. El matrimonio tiene tres hijos, el segundo de nombre Paguac Hualpa a quien el Gobernante destina como sucesor. Varios vástagos le nacen también de sus concubinas destacando entre ellos Marcayuto concebido por una barragana de origen Huallacán. Como es de entender la delegación a favor de Paguac no es del agrado de los Huallacanes, para entonces importantes aliados de los Incas, quienes prefieren a Marcayuto por ser fruto del vientre de una paisana y acarrear, si éste ciñe la Borla Regia, un aumento de su pujanza en la corte. Así pues de la indignación resuelven pasar a la acción de manera corregir por propia mano lo que ellos consideran una afrenta a su Nación.


Fecundos en secuestros los Huallacanes deciden invitar a Paguac Hualpa para visitar sus campos con la velada intención de prenderlo y darle muerte. Yahuar Huacac acepta pero, baqueteado por su mala experiencia infantil, envía cuarenta milicianos como escolta con el objetivo proteger al Príncipe de cualquier nefasta eventualidad. Lamentablemente aquel resguardo resulta poco y en disimulada martingala los Huallacanes asesinan a Paguac y toda su comparsa. Inmensamente dolido por la pérdida de su hijo Yahuar Huacac descarga su ira y fiereza contra los pérfidos y falaces anfitriones arrasando sus ciudades, exterminando a cientos y expatriando el saldo hacia los más apartados y oscuros rincones.

El Soberano nunca más volvió a ser el mismo. Si de alguna manera había superado el trauma de su infancia, la muerte de su predilecto es una impresión imposible de digerir. Se aficiona al licor, torna virulento y vehemente organiza un poderoso ejército para hacer la guerra a sangre y fuego contra los Collas al sur del Cusco. Estando a punto de partir la excursión debe detenerse pues la demarcación de los Condesuyos, al este de la metrópoli Inca, se insolenta en impetuoso tono. Asolando y destruyendo los insurgentes se acercan a la urbe la cual hallan desguarnecida por estar celebrándose en la fecha una multitudinaria fiesta. Aprovechando el descuido los amotinados entran sigilosamente a la Capital matando a cuantos se interponen hasta llegar a los salones donde se encuentra en estado de ebriedad un desprevenido Yahuar Huacac.

La acometida al interior del recinto es tan violenta como sangrienta. Los caídos montan por decenas consiguiendo un Condesuyo acercarse al Gobernante y asestarle un tremendo golpe de porra en la mollera que lo tira al suelo descalabrado. Haciendo un esfuerzo Yahuar Huacac se levanta increpando a su agresor: “Qué has hecho traidor?”, para dirigirse lo más rápido posible al Inticancha en búsqueda de refugio protegido por sus hijos y guardia personal. Infortunadamente son alcanzados en la puerta produciéndose una terrible degollina que acaba con la vida del Monarca, sus hijos y su cohorte. A partir de ese momento la ciudad Inca es víctima del saqueo y la rapiña en medio del terror y desconcierto de sus habitantes hasta que, de forma inopinada, se desata una atroz tormenta cargada de truenos, rayos, relámpagos y abundante lluvia sobre la vejada metrópoli. La tempestad es tomada por los Condesuyos como una advertencia de castigo divino por lo que aprensivos deciden abandonar la urbe salvándose ésta de una destrucción inminente.


Pasados los días y recuperada la calma se reúnen los Orejones para dilucidar quién deberá heredar a Yahuar Huacac al haber sido eliminados éste y sus descendientes primordiales. El concilio se hace largo y encendidas las discusiones cuando una noble señora Hanan Cusco llamando al orden propone: “En qué estáis allí? Por qué no tomais a Huiracocha Inca, pues lo merece tan bien?”. La convocatoria a la reflexión surte efecto sentenciando finalmente los Aristócratas la exaltación del sugerido continuador.

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A doscientos de años de haber llegado al valle del Cusco, la antigua Confederación Inca está a las puertas de convertirse en Imperio. Y no precisamente en razón al quehacer del recién ascendido Mandatario, sino por la obra inconmensurable y magnífica de su hijo y sucesor Cusi Yupanqui. Repasemos cómo fue la procelosa transmisión que con seguridad hubiera gustado narrar a Alejandro Dumas.

Huiracocha toma como cónyuge estelar a Mama Runtu Cay, descendiente del Señor de Anta, con la cual tiene cuatro vástagos siendo el tercero de ellos Cusi Yupanqui. La Coya, de hermosa piel blanca, carácter mustio y taciturno, es una mujer de índole retraída, ajena a bailes y banquetes, llevando una vida recoleta y silenciosa dedicada a sus retoños y regalando su tiempo libre al cuidado de seres indefensos como corcovados y contrahechos. Dada su singular y melancólica personalidad no despierta holgadas apetencias en su marido más allá de sólo servirle para procrear. Tanto así que el Soberano prefiere dispensar sus afectos mayúsculos a una de las jóvenes barraganas de su gineceo la bella y casquivana Curi Chulpa, oriunda del reino Sahuasera, por quien siente un desbordado frenesí y con la cual reporta dos infantes Urco y Zocco.

En cuanto a su desempeño como Gobernante, el ejercicio de Huiracocha se divide en dos fases inequívocas. De apacible talante tiene la ventura de contar como Oficiales Superiores del Ejército a un binomio de extraordinario fuste, como son los Generales Vicaquirao, ya hemos dicho hermano de Yahuar Huacac, y Apo Conde Mayta El Magno (no confundir con Conde Mayta el repelente hijo del pasado Monarca Maita Capac), nieto del Mandatario Capac Yupanqui. Gracias a tan magnífica dupla en la primera etapa de su encargo Huiracocha consigue resignar y engarzar definitivamente todos los asentamientos del valle del Cusco y aquellos ubicados en el diseño geográfico cercano. Hacia el exterior su campaña más destacada es al Collao, donde, tras expugnar diferentes tribus en el camino, registra pactos de paz con los Reinos de la altiplanicie. Después de tan auspicioso estreno el Soberano da un vuelco en su práctica escurriéndose a un segundo trecho más proclive a su afable y sedentario temperamento. En tal virtud se emplea con esmero en impulsar la construcción, agricultura y textilería. Simultáneamente se vuelve propenso a ensueños celestiales y diálogos con los dioses, nuevas aficiones que le exigen una importante dosis de aislamiento y calma en razón de las cuales se hace erigir un hermoso y placentero palacio en el pueblo de Calca hacia el norte del Cusco. Como remate para poder dedicarse sin interrupciones a sus variados pasatiempos, a instancias de su manceba Curi Chulpa, se retira con ella a la mansión de Calca y nombra Regente al hijo de ambos, Urco. Son claros en este punto los propósitos de la cortesana. Interesada y calculadora ha obtenido Huiracocha se incline políticamente a su vástago siendo la aspiración ulterior evidente. Busca sagazmente que el Gobernante, a la hora designar heredero, la elección recaiga sobre su primogénito y no en alguno de los frutos habidos con la Coya.

Enterada del agravio Mama Runtu Cay se presenta ante Huiracocha para recriminarle su injusta decisión en contra de los genuinos Príncipes. Inflexible el Monarca las dolidas lágrimas de la Coya devienen infructuosas ante el mutismo e indiferencia de un marido cegado por los melindres de la concubina. No habiendo más que hacer en Calca, Mama Runtu Cay, a contrapelo de lo penoso que significa la discriminación de su progenie, saca a relucir el lado brioso, hasta hoy oculto, de su entidad. Consigue transformar en empuje el agobio aplicándose con esmero en dar a su prole una educación sólida, virtuosa y disciplinada que les afine el genio, forje su personalidad y los prepare para grandes empresas. Tan loable empeño es compartido por el preceptor que la Coya pone al lado de sus vástagos. Se trata del maestro Mircoymana quien enseña a los mozos desde la ciencia de las ideas hasta el manejo de las armas. También vigilan la educación de los muchachos los Generales Vicaquirao y Apo Conde Maita El Magno, concordando los tres, Cusi, con casi veinte años, posee una multiplicidad de dones y capacidades naturales que lo hacen distinguir y brillar por encima de los demás. En tal sentido cada vez con mayor insistencia se comparan las bondades de éste con la conducta y actuación de Urco al frente del Incario. Conducta y actuación que por cierto dejan tanto deseable, que es el desprecio lo único que recoge de Nobles, Oficiales y ciudadanía en general.

Quien mejor describe el comportamiento de Urco es el cronista Cieza de León: “Era tan vicioso y dado a lujurias y deshonestidades, que … se andaba con mujeres bajas y con mancebas, que eran las que quería y le agradaban; y aún afirman que corrompió algunas de las mamaconas questaban en el templo, y era de tan poca honra que no quería que se estimasen. Y andaba por las mas partes de la ciudad bebiendo; y después tenía en el cuerpo una arroba y mas de aquel brebaje, provocándose al vómito, lo lanzaba, y sin vergüenza descubría las partes vergonzosas, y echaba la chicha convertida en orina; y a los orejones que tenían mujeres hermosas, cuando les veía les decía: “Mis hijos, como están?” Dando a entender que habiendo con ellas usado, los que tenían eran dél y no de sus maridos. Edificio ni casa nunca lo hizo; era enemigo de armas, en fin, ninguna cosa buena cuentan dél sino ser muy liberal”. Más nítido imposible.

Y así mientras este ser pusilánime, cobarde y corrompido, en medio de la repulsa de los cusqueños de bien se da la gran vida paseando en litera de oro con tapasol de exuberantes plumas teñidas en rojo y haciéndose atender con vajilla fabricada del dorado metal por una cuadrilla de mujeres, negros nubarrones de peligro se ciernen sobre el valle del Cusco. Los Chancas, conglomerado de tribus provenientes de la zona de Andaguayllas al poniente de la Capital, pregonados por su crueldad y salvajismo, se preparan para conquistar la tierra de los Incas. Arribados a las puertas de la ciudad en colocación de embate Urco huye despavorido de la metrópoli buscando refugio en la residencia de Calca donde Huiracocha también aterrorizado le aconseja se rinda sin condiciones. 

Y como siempre sucede en la Historia, frente a los retos monumentales surge la figura de un adalid colosal y extraordinario para sostener su nación con enjundia y coraje distintos a lo ordinario. En este caso se trata del bisoño Cusi Yupanqui el cual tras recriminar a su progenitor y medio hermano el apocado amilanamiento del que hacen muestra, con el apoyo de Patricios, Ejército y pueblo en su conjunto pasa a comandar y organizar la defensa de la urbe. Arduas son las batallas contra los Chancas hasta que finalmente la victoria concluyente premia el heroico esfuerzo de los Incas suponiendo, por ende, la gloria máxima para su joven paladín a quien sus coterráneos unánimemente proclaman Soberano a los gritos de “Pachacutec! Pachacutec!” lo que quiere decir “persona con quien comienza una nueva era”.


                                                  PACHACUTEC

En cuanto a Urco, por decisión inapelable de los Orejones es despojado de la Mascaypacha y prohibido ingresar al Cusco. Como, a pesar de la veda, insiste sin lograr consumar reúne un grupo, aunque reducido, de tropas para intentar recuperar impulsivamente el poder. Muerto el inútil en su rencorosa porfía la noticia del deceso zarandea seriamente a Huiracocha que, terco en demasía, no quiere dar su brazo a torcer y aceptar la realidad de los hechos. Se niega a recibir a Cusi y solamente por presión de Aristócratas y Militares al cabo acepta sea confirmado como su legatario. Tras aquel último y forzado acto queda confinado en su palacio de Calca para morir viejo, olvidado, sin pena ni buenaventura.

A partir de Pachacutec y su vocación por la supremacía Inca la, hasta entonces, Confederación regional, se convierte en un majestuoso Imperio. El Imperio del Tahuantinsuyo. La transmisión del poder de aquel a su hijo Tupac Yupanqui es perfectamente ordenada mas no así la inmediata siguiente. Veamos qué sucedió.

Si Pachacutec fue el fundador del Imperio Incaico, Tupac Yupanqui resulta el más grande Emperador de su historia. De él podemos decir con José Antonio del Busto: “Nació en el Cusco … hijo de Pachacutec, y de la Coya Mama Anahuarque. Creció y se educó en su ciudad natal.  Allí fue investido Príncipe Heredero … y … General en Jefe del Ejército Incaico”.

“Al frente de éste … se mostró gran conquistador. … Gobernó lo cuatro Suyos con acierto y equidad”. “Su obra fue notable. … extendió el Imperio a sus límites casi definitivos”. “Fue gran Señor y muy valiente … era de ánimo y pensamientos altos. Su gobierno significó progreso y felicidad. Su época se identificó con el apogeo. Se le reconoció el más grande de todos los Incas. Se le llamó El Resplandeciente”.

Tupac Yupanqui contrae nupcias con su hermana Mama Ocllo, desposorio del cual nace, entre otros vástagos, Huayna Capac a quien, aun siendo niño, el Mandatario elige como heredero. Mas como es costumbre paralelamente tiene un gran número de esposas secundarias siendo su preferida la ambiciosa Chuqui Ocllo con la cual engendra un hijo nominado Capac Huari al que, con incansables tenacidad y perseverancia, la barragana intenta convertir en sucesor real. Vanas sus argucias y comprobando la inclinación del Gobernante por Huayna Capac es inquebrantable, en complicidad con Nobles indignos y arribistas, y mancebas dispuestas a medrar de cualquier circunstancia, decide envenenarlo para así dar curso a una vil patraña en favor de su descendiente asegurando la última voluntad del Monarca había sido seleccionar a Capac Huari como legatario. Con lo que no cuenta la intrigante cortesana es que sintiéndose morir Tupac Yupanqui, sospechando su contaminación, llama al Sumo Sacerdote, su primo Yamque Yupanqui, para reiterarle su persistente deseo. El siguiente Soberano debe ser Huayna Capac y no otro. Extinto el Emperador, con la celeridad que sugiere la urgencia el Máximo Pontífice se entrevista con la Coya y el egregio General Huamán Achachi, hermano de Tupac Yupanqui, para encontrar la manera evitar un desenlace positivo de la siniestra maniobra.

La primera medida que toma el laureado Oficial es poner a buen recaudo al pequeño Huayna Capac. Con la ayuda de un grupo de fieles soldados disfrazados de campesinos logra sacar del Cusco al infante y esconderlo en la Fortaleza de Quispicanchis al este de la Capital. La siguiente movida se da en los salones del Palacio Jatun Cancha, residencia del finado Tupac Yupanqui, donde se reúnen Patricios y damas de alcurnia para tratar el tema de la sucesión imperial. Iniciadas las conversaciones, con el respaldo de haber sido la más apreciada entre las concubinas, Chuqui Ocllo toma la palabra. Con locución enérgica e imperativos ademanes afirma es su hijo Capac Huari el genuino heredero. Tal fue, garantiza, el decreto del difunto Mandatario confiado a ella y a un grupo de Orejones no cabiendo por tanto mayor deliberación sino ejecutar a la brevedad la sublime disposición.

La demanda de la barragana desemboca en agria discusión entre Aristócratas leales y felones, unos a favor del rito dinástico y la pureza de sangre, los demás pensando en sus propios intereses. Caldeados los ánimos, otra acreditada manceba llamada Curi Ocllo (no confundir con la hija de Inca Roca casada con Tocay Capac) se adelanta al centro del aposento para, a los gritos, apoyar la iniciativa de la madre de Capac Huari. Sus arengas sólo consiguen el debate se haga más áspero, al extremo que, enfrascados en la polémica, nadie se entera la Coya ha ingresado al recinto. Sin mayor protocolo, con el brío y entereza de una reina, Mama Ocllo encara con vigorosa resolución a Chuqui Ocllo, Curi Ocllo y la cáfila de Nobles traidores. La primera, dando alaridos, replica con los ojos desorbitados por la ira insultando y pretendiendo descalificar a la Coya quien acicateada frente al cúmulo de diatribas proferidas por la cortesana finalmente no se contiene más. Acusa de sedición a las concubinas y Patricios desertores para completar enrostrando con firmeza a Chuqui Ocllo haber envenenado a Tupac Yupanqui pretendiendo torcer la auténtica determinación imperial de elevar al trono de los Incas a su hijo Huayna Capac.

Furibunda la barragana reclama abalanzándose sobre Mama Ocllo cuando el General Huamán Achachi y el Vicario Yamque Yupanqui, acompañados de una división de guerreros, irrumpen en la magna aula. Tras imponer militarmente el orden y en medio de expectante silencio el Supremo Sacerdote, voz incuestionable en el ordenamiento teocrático Inca, empieza a narrar la verdad de los hechos. Acto corrido el ilustre Oficial  ordena prender a las levantiscas esposas secundarias así como a los díscolos Orejones. La suerte de los insurrectos es la pena capital mientras que a Capac Huari se le destierra a Chinchero condenado a morir encerrado en el palacio que allí había mandado construir su fallecido padre. 


                                          TUPAC YUPANQUI

Vuelto Huayna Capac de Quispicanchis, en fastuosa ceremonia es investido con la Borla Real reconociéndosele como genuino legatario del Imperio. Mas cuando se piensa entrado un periodo de calma, las vicisitudes, sólo dormidas, despiertan para continuar incordiando el Incario. Como Huayna Capac al acceder al gobierno Inca es todavía un menor sin ninguna experiencia los Aristócratas nombran al Noble Apo Huallpaya para conducirse como regente y tutor del pueril Monarca. Si bien el preceptor se preocupa por el aprendizaje del púber, el saborear las mieles del poder terminan rebalsándolo de soberbia y ambición. Pecados capitales que otra vez hacen sombras de conspiración se posen amenazantes sobre el pendiente inmediato del Emporio Inca. Y así, mientras algunos Patricios se plegan con alevoso propósito a la transgresora orientación de Apo Huallpaya, otros, fieles a la corona, buscan la forma de preservar el orden establecido.

Para entonces nuestro conocido General Huamán Achachi se haya jubilado del ejército y descansa su ancianidad en el ubérrimo valle de Yucay. Hasta allí se dirigen los Orejones honestos para, apelando a su acérrimo patriotismo, solicitarle regrese de su ostracismo y, ante la emergencia como el militar más venerado del Imperio, conduzca una nueva operación restauradora. El viejo Oficial no puede negarse. Desempolva las armas y sin condiciones se pone al frente de los leales.

Guardando total reserva Huamán Achachi se dirige al Cusco y reunido secretamente con Aristócratas y soldados incondicionales, haciendo gala de una testa muy bien amoblada,  analiza vínculos encubiertos entre personas, situaciones y asuntos aparentemente desligados para concluir componiendo el rompecabezas traidor. Como quien pega primero pega dos veces, dispone todo para dar un inesperado golpe de mano que agarre descolocados a los rapiñadores y permita su más completa derrota. La primera acción es vigilar los caminos que conducen a la Capital de forma atajar movimientos extraños de gente e impedir el ingreso solapado de armas. La intervención tiene pronto éxito y en varios cestos de hojas de coca transportados por supuestos arrieros se descubren camuflados varios artefactos de combate con destino a la facción conspiradora. Hecha la incautación correspondiente el veterano Oficial ordena la inmediata captura de los intrigantes. Descubiertos y destapados sorpresivamente en sus residencias la resistencia de los hipócritas es mínima siendo todos trasladados atados a la Fortaleza de Sacsayhuamán. 

Notificado Apo Huallpaya del vendaval reparador busca hacerse fuerte en su palacio pero aislado su realidad es desesperada y sin porvenir. Huamán Achachi con fuerzas de élite acomete la casa del Regente. La escaramuza es dura pero concisa. La táctica del viejo estratega elevada a la calidad de arte es insuperable para adversarios sin mayor convicción. Obtenido el triunfo y prendido el renegado, el General ingresa a la lujosa morada para confrontar al jefe de la aplastada conjura. Apo Huallpaya de rodillas es custodiado por un grupo de recios milicianos. Su antecedente altanería se ha esfumado y ahora es incapaz de levantar la mirada del suelo. El añejo y prestigioso Oficial se le acerca para con furia tirar de los cabellos del canalla y así obligarlo a levantar la cara. Con el corazón encendido y los ojos en llama viva increpa al insidioso Noble su conducta que califica de falsa, impostora y maldita. Sin más contemplaciones ordena lo saquen al patio principal donde, a su señal, un certero mazazo acaba con su infeliz existencia. La misma suerte corren sus mujeres, sus hijos y muchos de los copartícipes en la infiel maniobra. Mientras los pocos indultados pierden todos sus bienes y el destierro como esclavos resulta su penoso destino.

Así pues, extirpada de raíz concluye la sedición y el conato de pervertir la institucionalidad monárquica resulta finalmente ahogado en sangre. En tanto la tranquilidad vuelve al Imperio la macabra cabeza de Apo Huallpaya se exhibe en la punta de una pica clavada en la boca de riego del Huacaypata. Por su parte Huamán Achachi, esquivando honores, regresa a su labrantío y Huayna Capac puede por fin comenzar su reinado libre de sobresaltos y conspiraciones.

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La última transmisión de mando en el Imperio Incaico antes de ser adulterado por la conquista española, es la de Huayna Capac a Atahualpa, cesión de la Mascaypacha que pasa primero por los hijos mayores Ninan Cuyochi y Huascar y termina, tras cruenta guerra civil, en poder de Atahualpa. Por estar dicha historia rodeada de pormenores particulares, más allá de exclusivas intrigas hereditarias, no la consideramos en la presente exposición. Con lo narrado creo haber contribuido en cierta medida para que un émulo de Alejandro Dumas, con mayor autoridad que la mía, nos cuente parte de la Historia del Perú de forma entretenida y cautivante.


JAVIER OSWALDO URBINA GONZALEZ

                          Peruano