viernes, 24 de abril de 2020


LA INDEPENDENCIA DEL PERU

Corre el año 1818 y el invierno de Lima se encuentra en su intervalo más álgido. Ya es de noche y la intensa bruma prácticamente ha desaparecido los faroles de reverbero que pugnan por iluminar la Plaza Mayor. Al interior del Palacio De Los Virreyes, en su despacho personal y al abrigo de un cálido fogón el Gobernante de los territorios del Perú en nombre del Rey de España Fernando VII, Joaquín De La Pezuela Griñán está absorto en sus pensamientos. Cuando dos años atrás, luego de una brillante carrera militar en el Alto Perú, asumiera la administración del Virreinato Peruano se había jactado de tener sujeta la región en un puño. Bajo su total dominio y en absoluta calma. Con los movimientos rebeldes, tanto en el Perú como en comarcas fronterizas, completamente derrotados podía permitirse mirar con seguridad y aliento el mañana. No en vano había hecho morder el polvo del desbarato a los Generales rioplatenses Manuel Belgrano y José Rondeau acabando con sus afanes de llegar al meollo virreinal por excelencia en Sudamérica, sino también conseguido aplastar la Rebelión Del Cusco encabezada por los hermanos Angulo y el indio Mateo Pumacahua. Como consecuencia de tales satisfacciones avizoraba entonces un futuro personal favorable con perspectivas tan sugestivas como halagadoras.

Cierto era que, dentro de todo aquel optimismo, había recibido noticias sobre los preparativos de un nuevo ejército insurgente con pretensiones separatistas en la Intendencia de Cuyo, específicamente en su capital Mendoza, país del Rio De La Plata, y que el organizador de tales tropas insurrectas era el Gobernador local General José De San Martín antiguo miembro de la Milicia Hispana en la península donde alcanzara el grado de Teniente Coronel, pero dicho conocimiento no le había inquietado en demasía como para perjudicar su placidez. A pesar incluso del fracaso del General José De la Serna y Martinez de Hinojosa, a quien enviara el año pasado para combatirlos. Su imperturbable tranquilidad reposaba en el convencimiento cuando tales fuerzas intentaran finalmente su objetivo repitiendo a través del Alto Perú, como en ocasiones anteriores, las legiones realistas se encargarían de liquidar tan insensato cometido.

Pero, contrariamente a lo estimado en aquellos tiempos de sosiego, esta vez el destino de aquellas huestes llamadas Patriotas bajo el mando de San Martín no sería el Perú sino Chile. La Capitanía Del Sur resultó invadida, no por la vieja ruta del Alto Perú, sino a través la Cordillera De Los Andes en una hazaña sólo comparable a la de Aníbal en Europa dos mil años antes. Jamás hubiera imaginado algo así. En ese momento toda su despejada serenidad y lisonjeras esperanzas se esfumaron de un solo golpe. Mas el impacto mayor provendría de la derrota en los campos de Maipú del ejército que, a las órdenes del General Mariano Osorio, despachara a restablecer la autoridad real. El entusiasmo desbordado de otrora se ha convertido hoy en abatimiento y el frío de Lima con su crudeza y deprimente celaje no ayuda a paliar el desánimo. Tal la razón de encontrarse esta noche sumido en el pozo profundo y angustioso de sus reflexiones. No le cabe la menor duda, el siguiente paso de José De San Martín será venir a por el Perú.

                                      
                                          JOAQUIN DE LA PEZUELA

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Marzo de 1820. El calor en Santiago De Chile es sofocante. La seca ardentía deshidrata el cuerpo y marchita la piel aunque en sus rigores no alcanza compararse con la calorina del mal humor que incordia el temperamento de Lord Thomas Alexander Cochrane. Acaba de entrevistarse con el Director Supremo de Chile Bernardo O´Higgins y el desenlace de la conversación ha sido de su total desagrado. El noble escocés, ex Oficial de la Marina Real Británica, reconocido uno de los Capitanes más intrépidos y victoriosos que tuviera el Reino Unido, se encuentra en Chile desde Junio de 1818. Tras una vida en la mar plena de novelescas aventuras y al cabo de un tiempo expulsado “por operaciones mercantiles de baja ley” tanto de la Armada De Su Majestad como de la Cámara De Los Comunes de la cual fuera miembro, en 1817 publica un aviso en los principales diarios de Londres ofreciendo sus servicios a las nuevas naciones que luchan por su libertad en América.

A los pocos meses lo contactaría el emisario del General José De San Martín, José Antonio Alvarez Condarco, quien se encontraba en la capital de Inglaterra contratando militares británicos interesados en servir a la causa americana. Convencido sin mayores dificultades, pues junto a los laureles de la gloria también le interesaba alejarse de las incómodas circunstancias que lo rodeaban, Lord Cochrane se había embarcado hacia el nuevo mundo siendo recibido en Valparaíso por O´Higgins el cual le otorgaría el grado de Vicealmirante de la Escuadra Emancipadora en formación.

Por entonces el Comodoro De La Flota era el Almirante Manuel Blanco Encalada quien, en gesto que lo engrandece, dejaría voluntariamente el cargo de Jefe de las Fuerzas Navales para ponerse gustosamente bajo la tutela del renombrado marino escocés con quien mantendría invariablemente una gran amistad. A partir de ese instante Thomas Cochrane, de carácter áspero, complicado y muy de actuar a su aire, se traza como primer objetivo reorganizar la marinería capacitándola e imponiendo una férrea disciplina. Para ello se vale de destacados Comandantes ingleses que como él habíanse plegado a la empresa libertaria. Oficiales de la talla de Thomas Sackville Crosbie, Martin George Guise, John Tooker Spry, William Carter, Robert Forster y William Wilkinson pasan a trabajar a su lado con miras a montar una poderosa y competente armada.

Bregando a marcha forzada a los veinte días de haber tomado potestad se hace a la mar con el objetivo de causar el mayor daño posible a la Escuadra Española y difundir propaganda patriótica en aquellos fondeaderos donde pudiera echar anclas. Consecuente con tal empeño en Enero de 1819 bloquea y bombardea el Puerto Del Callao a la vez de arrestar varios buques hispanos. De allí pasa a Huacho, Huaura, Supe, Huarmey y Paita para retornar a Valparaíso en Junio. En Setiembre vuelve a embarcarse rumbo al Perú. Nuevamente está frente al Callao y tras apresar algunos barcos enemigos baja a Pisco donde alija cuatrocientos efectivos que toman el Puerto por unos días. Gira hacia el norte y a fines de Noviembre se encuentra en Guayaquil donde consigue varias presas más. De retorno a Chile, recogiendo muchos voluntarios peruanos, enrumba hacia Valdivia en la costa sur, buscando capturar aquella importante plaza fuerte realista. Coronada con éxito su tenacidad en Febrero de 1820 reaparece finalmente en Valparaíso cargado de suculento botín que pone a disposición del Director Supremo De Gobierno en aras de la próxima y definitiva expedición al último Virreinato en América del Sur.

Y ahora resulta que tantos éxitos se remuneran subordinándolo “a un intelecto militar inferior como el de San Martín”. Por ello su ira. En la recién concluida reunión con Bernardo O´Higgins propuso se aprovechara la inmovilidad de la Flota Española para iniciar, lo más inmediato posible, la campaña contra el Perú. Es más para concretar el proyecto sugirió suficiente una cuota de dos mil hombres cuya conducción recomendaba colocar en manos del Oficial chileno Ramón Freire Serrano. Pero su inspiración no había sido aceptada por el Gobierno de Chile exponiendo como motivo ya se ha resuelto la Expedición Emancipadora al Perú fuera dirigida por el General José De San Martín.

Su indignación no decrece. La vehemencia irascible que le cincela el temperamento lo incita a cortar desdeñoso su relación con la Administración sureña. No sólo ambicionaba aquel mando supremo sino también creía merecerlo sin discusión. La guerra se ganará por mar y él sobradamente ha dejado constancia de sus capacidades en dicho ámbito. Le cuesta ser perdedor. Ha nacido para la victoria y con tal insignia viene navegando por la vida desde su época de guardiamarina. Sin más opción, con esfuerzo asumirá su suerte y sabrá esperar el momento. Está seguro la recompensa que aguarda por él superará con creces los logros de aquellos que hoy no lo toman en consideración.

Mas a pesar del acceso de acatamiento sus conflictos con San Martín derivan permanentes. Vigoroso y enérgico el rioplatense está acostumbrado a dirigirlo todo sin apelaciones ni pareceres y tal estilo choca indubitablemente con la altivez y vanidad del británico. Tanto así que en muchas ocasiones tiene que intervenir O’Higgins para con su moderación impedir un rompimiento entre ambos además de apaciguar al Vicealmirante evitando hiciera efectiva su renuncia presentada más de una vez. Penosamente aquella porfía, no obstante calmas coyunturales, habría de  durar para siempre.


                                          LORD THOMAS COCHRANE
                                                   
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20 de Agosto 1820, celebración de San Bernardo de Claraval patrono de apicultores y fabricantes de velas, y a la vez cumpleaños de Bernardo O´Higgins, la Expedición está a punto de zarpar de Valparaíso hacia el Perú. Imponiendo su figura alta, erguida y bien proporcionada el General en Jefe José De San Martín, con la dignidad de Libertador, acaudilla los aprestos de la tropa viajera. Más de un año le ha tomado gestar, estructurar y disponer la misión por lo que, a despecho de su proverbial seriedad, permite una sonrisa de satisfacción se dibuje en su rostro moreno. Con voz fuerte y sólida la arenga a sus legiones deviene natural: “Soldados! Acordaos que toda la América os contempla en el momento actual y sus grandes esperanzas penden que acreditéis la humanidad, el coraje y el honor que os han distinguido siempre, donde quiera que los oprimidos han implorado vuestros auxilios contra los opresores. El mundo envidiará vuestro destino”.

Pasados los tiempos del enfrentamiento de San Lorenzo que consolidara la revolución de las Provincias del Rio De La Plata, así como aquellos de fragua del Ejército de Los Andes en Mendoza, el cruce titánico de la Cordillera y la batallas de Chacabuco y Maipú que sellaran la independencia de Chile, San Martín se había abocado con total ahínco a cimentar la Expedición Emancipadora apoyado completamente por el Gobierno de Chile en virtud a un acuerdo basado en la coincidencia recíproca que sin la libertad del Perú era imposible el sueño de ver a Sudamérica redimida del yugo peninsular. Hoy día como colofón a sus desvelos, frente a veinticinco navíos y casi cuatro mil quinientos milicianos de diferentes nacionalidades sudamericanas prestos a poner proa e intenciones a la vieja tierra de los Incas, lo embarga una emocionada complacencia y un sentimiento de histórica responsabilidad por la enorme carga que el destino ha puesto sobre sus hombros.

En los buques, comandados los principales por aquellos marinos británicos que habían trabajado al lado de Thomas Cochrane, van Oficiales de la talla de los Edecanes Coroneles Tomás Guido y Diego Paroissien. Los Generales Juan Antonio Alvarez De Arenales y William Miller, los Coroneles Mayores Toribio Luzuriaga y Juan Gregorio De Las Heras. También los Coroneles Rudecindo Alvarado y Mariano Necochea, el Teniente Coronel José Manuel Borgoño entre otros. Son las dos de la tarde y con el General José De San Martín a bordo de la nave que como homenaje lleva su nombre y el Vicealmirante Lord Thomas Cochrane en la cubierta primordial de la fragata “O´Higgins” las Fuerzas Libertadoras se hacen a la mar. Los vientos regulares que soplan favorables a pesar de las inconstancias propias del invierno y las corrientes provenientes del sur suman beneficiosas patrocinando la Armada navegue hacia el norte sin mayores tropiezos.

Durante el trayecto el Libertador se dedica a repasar su fórmula concebida para conseguir la independencia del Perú. En primer lugar no se podía comparar este país, centro del poder español en el sub continente, con las Provincias Unidas o Chile. En ambos el pueblo estaba mentalmente preparado para la sublevación y sólo fue cosa de prender el pabilo, mientras que en el Perú la población no está lista aún. Duda todavía. Hay que previamente convencerla de los beneficios de la libertad y todo intento prematuro de ejercer la fuerza estaría condenado indefectiblemente al descalabro. Por ello la idea guía, y en esto armonizaba perfectamente con O´Higgins, es no apremiar una conflagración abierta si ésta es posible de ser evitada. Sus arengas públicas y panfletos distribuidos podían aparecer encendidos pero su parte en el diseño estratégico es únicamente despertar e inflamar los espíritus, no buscar confrontaciones bélicas. La emancipación del Perú debe ser ganada anticipadamente en el corazón de los peruanos, estar amparada en la persuasión, no en las espadas pues ello incluso podría cubrir de deshonor las enseñas del Ejército Unido. Había que lograr sus habitantes se inclinen por voluntad propia a la causa de la libertad. Allí la gran tarea y a su desarrollo consagraría el mejor de sus esfuerzos.

Una vez entrados en el Perú San Martín considera la mejor opción es descender en Trujillo donde hay una fuerte aquiescencia en pro de la independencia liderada por su fresco intendente José Bernardo de Tagle, Marqués de Torre Tagle, mas Lord Cochrane es de opinión diferente. Mantiene su idea de un ataque frontal sobre Lima y trata, en tal sentido, de conminar al Jefe de la Expedición acepte su propósito. El General San Martín debe imponer su autoridad al extremo de amenazar al ambicioso Vicealmirante con darle el mando de la Escuadra a Guise si éste no se allana a sus órdenes. Más aquietado con la reconvención el escocés plantea la alternativa de desembarcar en la bahía de Paracas cerca al pueblo de Pisco, cosa que el Libertador acepta conciliador.


                                    ESCUADRA LIBERTADORA

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De La Pezuela continúa abstraído en sus pensamientos. La invasión habrá de producirse por el mar, pronostica. Debe preservar el litoral por lo que ordenará al General De La Serna desplazarse con sus tropas a Arequipa de forma reforzar el sur del Virreinato. No obstante el revés del año anterior cuando lo enviara a hostilizar a los rebeldes que se armaban en Mendoza, considera acertado insistir en él pues finalmente lo reputa un militar eficiente. En este punto detiene por un instante sus elucubraciones para analizar el vínculo con De La Serna. Lo conocía desde su llegada al Perú y más pronto que tarde  había surgido entre ambos una mutua animadversión. Si bien su antiguedad y títulos estaban por encima de aquel, jamás acataba sus mandatos sin reparos y réplicas de por medio. Autosuficiente, altanero, contestatario, instigador de divisiones en las propias filas, su comportamiento lo irritaba sobremanera. Definitivamente en lo personal no le agradaba para nada. Y como si tal conjunto fuese poco conocía perfectamente el origen y nutrimento de toda esa petulancia y soberbia. Una especie de logia que el levantisco Oficial había formado con otros Jefes venidos recientemente de España. Tenía los nombres, Gerónimo Valdés, José De Canterac, Juan Antonio Monet, Juan Loriga y otros, que coligados lo arropaban en sus atrevidas insolencias. Ya se ocuparía de aquel grupete. Ahora lo importante era resguardar las costas.

Pero acaece lo impensable. Recibidas sus instrucciones en acto de absoluta irreverencia José De La Serna desobedece las disposiciones del Virrey. Vil afrenta que éste decide no dejar pasar impune. No solamente por ser un desafío inaceptable a su facultad como representante directo del Rey sino por constituir la cresta de una adición de menosprecios a sus decretos. Inmediatamente determina cesarlo en el cargo de Comandante de las tropas del Alto Perú, reemplazarlo e invitarlo a Lima para resolver su situación más grave aún a la luz de las presentes correrías marítimas de Cochrane que tanto como un acierto de sus previas cuentas abonan negativamente en la trascendencia de la falta cometida. Fiel a su naturaleza provocadora y en abierto reto al imperio del Gobernante, el General De la Serna hace su entrada en la Capital recién el 29 de Noviembre de 1819. Inmediatamente anticipándose a cualquier sanción y para evitar maniobras en su contra, presenta su renuncia a servir en el Perú y notifica se embarcará de regreso a la península.

Mas estando próximo a cumplir su alevoso cometido los Oficiales miembros del sombrío clan presionan a Joaquín De La Pezuela para que impida su partida. Entre vacilaciones y falta de consistencia finalmente el Virrey hostigado por el peligro sobre su territorio y con el sano propósito de no causar mayor discordia en las guarniciones, solicita a De La Serna desista de su propósito, socavando él mismo la autoridad que pretendía mantener enhiesta. A partir de ese momento la labor de zapa del siniestro cónclave no se detendrá hasta torcer el destino de los intereses hispanos en el Perú.


                                              JOSE DE LA SERNA 

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Paracas. Es la mañana del 8 de Setiembre de 1820 y un sol esplendoroso deja se perfile nítidamente el contorno de la desértica punta. Adelantándose en lanchas los rastreadores son los primeros en tocar la costa que exploran en busca de enemigos. Sólo hallan aves marinas y alguna cuadrilla de flamencos. No hay más. Al amparo de los informes el Ejército Emancipador inicia el descenso a tierra. Este culminará el día 11 aunque el mismo 8 en la noche José De San Martín y un contingente de sus fuerzas se adelantan a Pisco el cual encuentran abandonado por sus pobladores. Al día siguiente divisan distante en el arenal un destacamento realista de aproximadamente quinientos efectivos bajo el mando del Oficial Naval Manuel Químper quien, huérfano de dotes militares, prefiere desaparecer antes que entrar en contacto.

A partir de aquí los hechos empiezan a sucederse de manera imparable. El punto de partida es la proclama del Libertador a los peruanos: “Compatriotas … El tiempo de las imposturas y del engaño, de la opresión y de la fuerza, está ya lejos de nosotros; y sólo existe en la historia de las calamidades pasadas. Yo vengo a acabar de poner término a esa época de dolor y humillación: este es el voto del Ejército Libertador, que tengo la gloria de mandar y que me ha acompañado siempre al campo de batalla, ansioso de sellar con su sangre la libertad del nuevo mundo. Fiad en mi palabra, y en la resolución de los bravos que me siguen, así como yo fío en los sentimientos y energía del pueblo peruano”.

Estando pues el General San Martín y sus legiones asentados plenamente en Pisco, el 14 de Setiembre recibe una carta del Virrey De La Pezuela invitándolo a negociar. El ofrecimiento es aceptado sin dilaciones por el Jefe de la Expedición. Suscritos los protocolos se conviene Comisionados de ambos bandos inicien tratativas a partir del día 25 en Miraflores. Muchas esperanzas ponen el Libertador y el Gobernador del Perú en las conversaciones. Finalmente no se llega a ningún acuerdo y el 1 de Octubre queda concluido el parlamento. Roto pues el conato de concierto San Martín envía al General Alvarez De Arenales con mil doscientos soldados a la sierra central para promover la emancipación de sus pueblos y ganar adeptos entre sus moradores mientras el resto del Ejército Unido y de paso también las tropas españolas caen en un compás de silente espera. Por fin el día 28 José De San Martín quiebra su inamovilidad, la cual le ha servido para conocer mejor la situación del Perú y corroborar todavía no ha llegado la hora de ingresar a Lima, y se reembarca con sus fuerzas hacia la ensenada de Ancón a donde arriba el 1 de Noviembre comenzando en seguida a pisar suelo firme.

La estadía de la Expedición en dicha caleta se va tornando precaria y el enfado de Thomas Cochrane renace por la lentitud como juzga el General San Martín maneja el pleito. Se lo reprocha permanente y ante la falta de una respuesta concreta decide actuar individualmente. A bordo de la “O´Higgins” el día 5 ancla en la rada del Callao y al amparo de la noche en sorpresiva maniobra tan hábil como riesgosa captura la fragata “Esmeralda” el barco más poderoso que los hispanos tienen en el Pacífico, con lo cual no sólo se da un golpe de gracia a la marina realista sino contribuye además a elevar la moral de las legiones libertadoras y potencia el convencimiento entre los peruanos que la independencia es exclusivamente cuestión de tiempo.

Así las cosas José De San Martín decide un nuevo reembarco esta vez con destino a Huacho donde atraca el 10 para trasladarse con todo su ejército a Huaura, uno de los más fértiles valles de la costa norte cercana a la Capital, lugar en el que se estaciona a partir del día 12. No bien arribado se presenta ante el Libertador el terrateniente pisqueño afincado en la región y propietario de la hacienda azucarera “El Ingenio”, Manuel Salazar Vicuña, para, a la vez de obsequiarle un potro blanco, ofrecer su propiedad como casa y cuartel de las tropas emancipadoras. San Martín acepta con agrado la invitación recaudando adicionalmente una vivienda ubicada en la Plaza de Armas de la pequeña villa que fungía como Receptoría De La Real Aduana de Lima en Huaura, predio que descolla por lucir en el segundo piso un simpático balcón de madera tipo cajón.

Para entonces regresa de la sierra el General Alvarez De Arenales quien, tras exitoso periplo, se dirige a Huaura para reencontrarse con sus compañeros de Expedición. En el camino el emblemático Batallón Numancia, representativo de las huestes peninsulares y conformado por medio millar de hombres se rinde y adhiere a las legiones de Alvarez el 2 de Diciembre de aquel 1820. Trofeo para los patriotas la capitulación del Numancia significó para las fuerzas realistas tanto una contrariedad difícil de asimilar como el último peldaño que necesitaban el General José De la Serna y camarilla en su lucha por hacerse de la suerte española en el Perú .

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Por aquello tiempos el Virreinato del Perú cuenta con un poco más de un millón de habitantes. Los indios son 58%; los mestizos 22%; blancos, españoles más criollos, 12% establecidos principalmente en ciudades costeras y en la sierra básicamente Cusco o Huamanga; negros, mayoritariamente esclavos, 4%; y gente de otros colores también 4%.

Lima, la Capital, suma sesentaicuatro mil vecinos y en ella mora la élite virreinal más copiosa y preponderante de Iberoamérica sostenida fundamentalmente en ocupaciones comerciales. De los residentes 36% son indígenas reducidos en un arrabal conocido como “El Cercado”; 28% son europeos más descendientes nacidos en el Perú; 20% esclavos y 16% diferentes tonalidades. La estratificación social es profunda y las valoraciones de diferenciación son además de la raza y el tono de piel de orden social y económico.

A la cabeza de la pirámide está la clase alta cuya supremacía y realce les llega por ser propietarios de haciendas, poseedores de títulos nobiliarios, cargos públicos o ser dueños de lucrativos negocios mercantes. Afianzados a sus prerrogativas no desean perder el poder que ejercitan y España les asegura, por lo que la independencia para ellos resulta poco menos que un peligro. A la mitad se encuentran los criollos y mestizos de clase media o menguada fortuna para quienes la emancipación significa la oportunidad de vengarse de la aristocracia que los mantiene marginados. Finalmente la base del triángulo la conforma un variopinto conglomerado de indios y negros que no tienen nada para perder.

Mas en este amasijo de intereses según condición hay una franja de patriotas que sí sueñan con un futuro mejor para el país que los vió nacer. Unos con sentimientos separatistas a ultranza como Francisco de Paula Quirós; Fernando López Aldana, aunque nacido en Colombia; José De La Riva Agüero y Remigio Silva, y otros en la misma línea pero más moderados como José Matías Vazquez De Acuña, Conde De La Vega Del Ren. También están los que demandan de la Corona Española reformas que impliquen una mayor tolerancia en el manejo de los asuntos americanos como José Baquíjano y Carrillo desde tempranas horas e Hipólito Unanue antiguo redactor del Mercurio Peruano.

En cuanto a Lima como ciudad se halla bastante deteriorada. El pretérito esplendor ha dado paso a una lamentable miseria y la antaño perla del Pacífico se encuentra sucia y descuidada. La Plaza De Armas está convertida en un mercado de chucherías que le da un aspecto degradante, muchas casonas lucen ruinoso estado, las calles se ven llenas de desperdicios y los rumorosos parques y paseos que singularizaban la Capital con su hermosura hoy han perdido su antiguo refinamiento. Este es pues el corazón del imperio hispano en Sudamérica al que pronto la independencia tocará sus puertas.


                                                             LIMA

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Aznapuquio, del quechua “aguas negras”, es una localidad ubicada al norte inmediato de la metrópoli limeña donde sobresalen los restos de una amplia construcción incaica que correspondió en su época a un taller de producción cerámica. A comienzo de 1821 dicho asiento sirve de campamento militar realista para las fuerzas encargadas de la defensa de Lima. Más de cinco mil soldados bajo el comando del General José De la Serna y el Coronel Fulgencio Del Toro.

Para esa fecha el accionar del ejército peninsular es, para sus allegados, patético en extremo. Desde la derrota de Maipú todo viene siendo un actuar errante y plagado de indecisiones que no han conducido a ningún resultado positivo. La Marina Real está diezmada, la deserciones, como la del Numancia, son cosa de todos los días y habiendo existido muchas ocasiones para atacar las tropas expedicionarias nunca se tomó una resolución práctica prefiriendo pactar antes que combatir. Y quien, para la oficialidad española, personifica semejante acelerado desgaste es el Virrey Joaquín De La Pezuela.

Así, tras la impotencia cunde la impaciencia y por último el rechazo al proceder del designado no solamente a defender el Virreinato sino esencialmente a poner coto en forma urgente al avance de San Martín y sus sediciosas legiones. Con el pasar de los días el esbozo de una conspiración va tomando forma y son finalmente De La Serna junto con sus acólitos quienes habrán de cruzar de las palabras a los hechos. En tal virtud las horas en el cargo para De La Pezuela pueden contarse con los dedos de una mano.

En marcha la confabulación el General José de Canterac, a espaldas del Gobernante, se desplaza desde Arequipa a Aznapuquio con un escuadrón y dos batallones. Allí han llegado también los Oficiales Gerónimo Valdés, Mateo Ramirez, Andrés García Camba, José Ramón Rodil, Antonio Seoane, Valentín Ferraz y el patricio limeño Pedro José de Zabala y Bravo Del Ribero, Marqués de Valleumbroso. Es el 29 de Enero de 1821. De Canterac toma la palabra y la destitución por la fuerza del Virrey en funciones queda pronto firmada. El elegido para reemplazarlo es lógicamente José De La Serna quien inmediatamente se dirige se dirige a Lima acompañado de Seoane y el noble capitalino, siendo estos dos últimos los encargados de entregarle a De La Pezuela una carta informándole de su destitución.

Desamparado de apoyo éste acepta su fatalidad mudándose con su familia, criados y equipaje a la casa solariega de los Virreyes en la zona de La Magdalena para de allí acudir al Callao y reintegrarse a España donde sería testigo de la confirmación legal de su remoción. Moriría en 1830. Volviendo atrás, al conocerse en la Capital la noticia de la destitución del Virrey inicialmente los veredictos se manifiestan divididos aunque para la noche cambian las tornas y la aceptación se acerca a la unanimidad. De La Serna, con expresión triunfal, asiste al teatro y a su salida entre vítores y ovaciones es acompañado a Palacio. El motín de Aznapuquio estaba pues consumado.

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Mientras tanto el sentimiento de libertad se esparce incontenible por el septentrión del Perú. A las proclamaciones de independencia ocurridas en Diciembre de 1820 en Lambayeque y Trujillo se suman en Enero del año siguiente las de Cajamarca, Chachapoyas, Jaén y Maynas. A la par en los andes medianeros se forman las Montoneras, bandas de indios facciosos que incansablemente asedian a las fuerzas hispanas sin darles respiro. En buena cuenta el alzamiento popular se disgrega arrollador.

Por el lado del Ejército Unido, el Vicealmirante Thomas Cochrane domina el Pacífico, y enviados por José De San Martín los Generales William Miller y Juan Antonio Alvarez De Arenales desarrollan victoriosas campañas tanto al sur como nuevamente en la sierra central respectivamente, acosando a las tropas realistas, saliendo airosos de refriegas varias y haciendo un número importante de prisioneros. En lo particular San Martín, tras haber adelantado una declaración de independencia en Noviembre de 1820 desde el balcón de la casona de Huaura, se preocupa por que el cerco sobre Lima, con sus legiones por el norte y las Montoneras por el este, sea cada vez más estrecho hasta llevar a la ciudad al borde de la extenuación.

Así las cosas en Marzo de 1821 llega sorpresivamente de España al Perú el Capitán de Fragata Manuel Abreu. Trae regias instrucciones para negociar la paz con el Ejército Libertador y buscar la reconciliación de los denominados patriotas con el poder central. El General José De San Martín lo recibe en Huaura acordando cordialmente un cese de hostilidades y concretar una reunión con el Virrey José De La Serna de forma viabilizar las que se conjeturan mutuas buenas intenciones. Cumplido el prólogo de su encomienda Abreu se presenta ante De la Serna en Lima con las orientaciones reales. El Gobernante no puede disimular su contrariedad pues si por algo había promovido la cesantía de Joaquín De La Pezuela era precisamente por su propensión a las conversaciones y moratorias. El prefiere una precisa y categórica acción de armas pero no le queda más remedio que aceptar el soberano decreto.

El Libertador y el Virrey se juntan el 2 de Junio en la hacienda Punchauca situada en el valle del rio Chillón a cinco leguas norte de la urbe limeña. San Martín está acompañado de los Coroneles Las Heras, Necochea, Paroissien y los Capitanes Spry y Raulet. De La Serna lleva como escolta a los Generales De La Mar y Monet, y a los Tenientes Coroneles Landázuri, Ortega y García Camba. Los dos líderes se saludan amigablemente mientras los marciales y briosos Oficiales de ambas cohortes, quienes se ven por primera vez, se contemplan con mutua admiración y respeto. Inasequible la convergencia frente a opiniones en orillas distantes el ensayo termina en un nuevo fracaso.

Rota toda posibilidad de entendimiento cada bandería procederá de acuerdo a sus propios intereses. Unos por preservar el estado de cosas y otros por alumbrar un nuevo orden. La hora de la definición está ahora más cerca que nunca.

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A partir de entonces la situación y por ende permanencia en Lima se hace insostenible para la fuerzas peninsulares. La ciudad se halla sitiada por mar y tierra y defenderla en tales condiciones va contra todo catecismo militar. Las defecciones continúan, los alimentos escasean y la desesperación va haciendo presa de sus habitantes. Como si todo esto fuera poco el Virrey José De la Serna impone gravosas contribuciones, de las cuales no se excusan ni los templos, para mantener al ejército español que terminan agravando la creciente pobreza.

Frente a tal estado de cosas considera el Gobernante su posición en la Capital es imposible y ninguno el valor estratégico de la misma. En tal virtud el 5 de Julio publica un anuncio informando su intención de abandonar la metrópoli llevándose consigo la totalidad de las tropas. Sus últimas disposiciones son, por un lado, dejar doscientos alabarderos para mínimo resguardo de la urbe; por otro, el General José De La Mar se retire a la fortaleza Real Felipe en el Callao de manera capitanear la acogida de hispanos y criollos quienes, temerosos de una invasión inminente, seguramente optarán por la protección de sus muros. Su postrera medida es nombrar Gobernador de Lima a Don Pedro José De Zárate, Marqués de Montemira, venerable y prudente anciano muy apreciado por todos en la ciudad.

Desguarnecida la Capital el miedo se apodera de sus moradores básicamente por la cercanía de las Montoneras indias a quienes se piensa salvajes pero también de las fuerzas patriotas que se supone tomarán venganza contra los residentes peninsulares. Acuciados por el pánico los primeros en huir son los blancos buscando alcanzar tan pronto como les fuera posible refugio en el castillo del Puerto. Multitud de fugitivos, unos a pie, otros en carros o a caballo, seguidos por esclavos y mulas cargados de pertenencias y tesoros corren presurosos, entre gritos y desconcierto, desafiando el frío y la llovizna, hacia las murallas salvadoras. Mientras para los que se quedan en la metrópoli la consternación y el espanto fluyen desbocados entre las calles. Las mujeres inquieren por amparo en los Conventos para evitar ser violadas, las casas cierran puertas y ventanas y al caer la noche Lima cautiva por la aflicción se convierte en una urbe fantasma.

El día 7 Don Pedro José De Zárate con la premura que el caos amerita se reúne con los vecinos más ilustres para dilucidar las mejores acciones a tomar. Luego de ocupar varias horas deliberando la jornada siguiente se promulga un bando instando al equilibrio y tranquilidad, resolviéndose complementariamente enviar Comisionados donde el General San Martín, quien se encontraba en la bahía del Callao a bordo de un bergantín, a fin dispusiese cuanto antes su entrada a Lima solicitándole ésta fuera pacífica y con propósito tutor por el bien de todos los habitantes de la ciudad.

El 9 en la noche, como exhibición de las rectas pretensiones del Ejército Unido a sus órdenes, José De San Martín envía al Coronel Mariano Necochea y sus Granaderos a Caballo con dirección a Lurín pero cruzando a propósito por medio de la Capital. El Oficial rioplatense ingresa por la Portada de Guía y al frente de su unidad recorre a trote lento las principales vías de la metrópoli. Conforme se va a cercando a la Plaza de Armas algunas ventanas se abren tímidamente para aplaudir el paso del Regimiento. Este, sin detenerse, toma la Puerta de Cocharcas prolongando silenciosamente por la chacra de El Pino y enrumbar hacia el sur chico. El mensaje ha sido claro. No habrá barbarie.

El manso despliegue permite un clima de alivio envuelva la urbe concediendo, después de tormentoso lapso, un sueño apacible a sus afincados. Mientras tanto el Libertador promete su respuesta para el día 10.

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San Martín garbea sus perspicaces ojos negros como el azabache de la nota de convite a un horizonte de recuerdos, sensaciones y vivencias pasadas. Solo en su camarote pasa su mano por las inmensas patillas que lleva extendidas de oreja a oreja por debajo del mentón en señal de estar sumido en una honda introspección. Había por fin alcanzado el éxito anhelado tras casi diez años ocupado constantemente contra los españoles? Era la invitación recibida para ingresar a Lima la palma a sus esfuerzos por conducir el proceso a través de la senda de las nociones y convicciones? No estaba del todo cierto. Visto por el lado de los uniformados sabía muchos consideran su labor como un menester timorato producto quizás, dirán algunos, de un carácter débil e insuficiente para tomar tajantes decisiones. En el fondo comprendía tales actitudes y críticas. El Siglo XIX es la centuria del combate épico en rectitud a generosos ideales, el tracto del honor militar, de la búsqueda de la gloria, de constituirse en un héroe casi mitológico para alcanzar así el respeto cubierto de admiración tanto de propios como extraños. Allí estaba el caso de Lord Cochrane presionándolo continuamente por una batalla definitiva. Pero su filosofía sobre lo que debe ser la entrega y dedicación castrense no discurre por aquella vereda. No ambiciona ni la notoriedad ni la celebridad. Sus motivos no son personales. Son altruistas y por ello incomprendidos. Su más ferviente y sincera aspiración es únicamente servir a la causa de la independencia de Sudamérica, librarla de la opresión y si estaba hoy en el Perú es por qué el cumplimiento de aquella noble tarea pasa, indeclinablemente, por la emancipación de estas tierras.

Por eso su lucha diaria, remota de rotundas operaciones bélicas, ha sido obtener sus hombres piensen como él. Que comprendan la importancia de la opinión pública y asimilar que si ésta llega a coincidir con la íntima razón propulsora de la Expedición Emancipadora, cual es obtener la independencia del Perú y del sub continente, se tratará de una victoria tan valiosa como un triunfo guerrero. Lo habrán captado así? Tenía sus dudas y resquemor. Es cierto lo habían seguido sin contradecir su juicio pero no estaba convencido pudieran renunciar a la época que les ha tocado vivir. Respecto al flanco civil, será que los moradores de Lima han madurado ya? Que por fin han interiorizado lo que significa el prodigio del albedrío y la autodeterminación? La importancia vital de ser libres y poder expresarse sin prohibiciones. Será realmente por eso que le piden entrar a la Capital o solamente se trata de una necesidad redentora frente a intuidos peligros que los aterrorizan? Surge en su mente nuevamente la interrogante inicial, acaso es éste el fin del recorrido o simplemente una anécdota en medio de un curso todavía de largo viso? No tiene las respuestas sin embargo hoy se concederá la oportunidad de ser optimista confiando en la capacidad entendedora de sus soldados y los sentimientos que la sociedad seglar pronto manifestará sin obstáculos. En todo caso, en lo que a él compete y de acuerdo a su ética particular, su participación no irá más allá de ayudar los peruanos escojan la fórmula de gobierno que estiman mejor les conviene. El colaborará siendo solamente un medio, jamás un desenlace. Y verificado aquel cometido valorará haber hecho bastante alejándose para siempre con la satisfacción de la labor cumplida.

Tras aquellas reflexiones tranquila la conciencia y firme su resolución San Martín dicta la contestación que enviará al Gobernador. Acepta la convocatoria del grupo de notables con la condición le llegase una afirmación de la voluntad real del pueblo en favor de la independencia pues no quería entrar como vencedor sino ser invitado expresamente por la ciudadanía. Nada más apartado de sus deseos se le pueda endosar el rótulo de conquistador. Recibida la positiva testificación el Libertador ordena ninguna Montonera se acerque a la metrópoli y sean descargadas dos mil fanegas de trigo en Chorrillos para ponerlas a disposición del público a fin solucionar la angustiosa hambruna.

Solventada la situación el General José de San Martín confirma su entrada para el Jueves 12. Julio de 1821.


                                       JOSE DE SAN MARTIN

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Es el crepúsculo del día 12. Dos solitarios jinetes se dirigen del Callao a Lima por el recto camino de suave e imperceptible gradiente. Se detienen en el Cuartel La Legua equidistante entre uno y otro punto, donde son recibidos por el Coronel Juan Gregorio De La Heras quien enviado por San Martín ha ocupado el fuerte algunas horas antes. Los viajeros van de incógnito mas a pesar del secreto que procura conservar De Las Heras son hábilmente descubiertos gracias a un par de frailes ocasionalmente posados en el campamento. Corrida la voz, personas que por diferentes motivos cuentan al momento en el acantonamiento, incrédulos se acercan a curiosear confirmando la mayúscula sorpresa. Se tratan del Libertador y su Edecán Coronel Tomas Guido. No hay escolta ni pompa. Así, de la manera más callada y sencilla posible, entre las inminentes sombras de la noche, ingresa por vez primera José De San Martín a la Capital del Perú.

De La Legua se encaminan a la casa del Marqués De Montemira enclavada cerca al Tribunal de Santo Oficio para presentarle protocolar saludo. Conocida su llegada la mansión se llena anticipadamente de hombres y mujeres ansiosos de cumplimentar al Libertador protagonizando teatrales exteriorizaciones que no se condicen con la personalidad austera y sobria de éste. Cumplida la formalidad y algo agobiados por las reverencias los esquivos caballistas regresan al Cuartel fuera de los muros de la urbe para descansar.

El día 13 el General San Martín se instala en el Palacio de los Virreyes y el 14 entra en la ciudad el grueso del Ejército Unido siendo recibido con estentóreo fervor patriótico emanado de una población que antes temerosa, al ver los gestos favorables y serenos de aquel, se ha volcado totalmente en pro de la emancipación. El mismo 14 el Libertador exhorta al Cabildo declarar la independencia lo que se hace inmediatamente. Firmada el Acta respectiva se fija el Sábado 28 para la correspondiente jura en público. Tal el entusiasmo popular que la muchedumbre excitada echa al suelo el busto del Monarca y su blasón los cuales adornaban el frontis del Ayuntamiento permutándolos por carteles que rimbombantes dicen “Lima Independiente”.

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Tras una nocturnidad plena de regocijo y fuegos artificiales, el 28 de Julio amanece, contraviniendo al invierno y como plegándose a la algarabía ciudadana, con el sol brillando en toda su riqueza. Es sin duda el presagio de un nuevo alborear en el Perú. Mientras las tropas de la Expedición Libertadora forman en la Plaza Mayor y un tabladillo ubicado entre el Callejón de Petateros y la pila de la Explanada Principal espera el arribo del Libertador más comitiva, dieciséis mil capitalistas abarrotan desde tempranas horas el histórico recinto.

A las nueve en punto de la mañana empieza a salir de Palacio una lucida procesión de autoridades y señalados personajes representativos de las instituciones en la urbe. Preceden la Universidad, los Colegios, Doctores de la Academia, prelados, oidores y miembros del Cabildo con sus regidores todos luciendo sus más finas galas. A continuación va José De San Martín montado en brioso corcel. A su diestra está el Gobernador Marqués de Montemira, detrás el Estado Mayor de la Fuerzas Emancipadoras, Edecanes, Jefes Militares y cerrando la comitiva la Brigada Ligera. Toman por el lado derecho de la Plaza y frente al Ayuntamiento giran a la izquierda para acceder al estrado marchando por medio de una calle humana formada por los emocionados miembros del séquito. Pausadamente sube el Libertador a la tribuna. No hay en su porte ni afectación ni exhibicionismo. Despliega la bandera que él mismo ha creado y con voz potente proclama: DESDE ESTE MOMENTO EL PERU ES LIBRE E INDEPENDIENTE POR LA VOLUNTAD GENERAL DEL PUEBLO Y POR LA JUSTICIA DE SU CAUSA QUE DIOS DEFIENDE. Batiendo el estandarte remata: VIVA LA PATRIA! VIVA LA INDEPENDENCIA! VIVA LA LIBERTAD!

Las atronadoras aclamaciones que empalman el discurso estallan como nunca antes se escuchara en Lima. Acompañadas por el tañer de campanas y salvas de artillería la alegría y animación son indescriptibles. El cortejo repite la misma escena en la Plazuela de La Merced, en la Plaza Santa Ana delante del Convento de Las Descalzas y finalmente en la Plaza de la Inquisición ante el complejo de dicho Santo Tribunal, arropados permanentemente por el aplauso y frenesí popular. De regreso y desde uno de los balcones de Palacio el Libertador contempla complacido las manifestaciones de felicidad. Fin del camino o inicio de uno flamante …. en todo caso gigantesca la tarea de construir una nación la que espera a los peruanos y difícil, por lo sensible del alcance, encontrar el punto exacto de lo que debe ser su, ya decidida, breve participación en aquella forja. Pero este día puede hacer a un costado las preocupaciones y darse un respiro. Hacer un paréntesis y disfrutar, que lo conseguido tampoco ha sido menor.

El 29 Domingo se canta el Te Deum en la Catedral entonado por el Arzobispo Bartolomé María De Las Heras y se celebra la Santa Misa a la cual asisten todos cuanto había tomado parte en la jura. Terminada la liturgia San Martín retorna a Palacio junto con un concilio de respetables que añadiéndose a la certificación de la independencia juran por Dios y la Patria defender con su fama, persona y bienes la libertad del Perú. En la noche el General José De San Martín convoca una recepción en la vieja residencia de los Virreyes a la cual acude lo más florido de la Capital. Durante la fiesta, un derroche de esplendidez, el Libertador departe cordialmente con todos, baila y conversa con tal desenvoltura y afabilidad que semeja ser la persona menos abrumada por cuidados y deberes.


                            PROCLAMACION DE LA INDEPENDENCIA

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El 3 de Agosto San Martín suscribe el Decreto con el cual reúne en su persona el mando político y militar en todo el Perú bajo la categoría de Protector. El 1 de Octubre José De la Serna aglutina todas sus legiones en Jauja y de allí viajará al Cusco donde permanecerá hasta la Batalla de Ayacucho y su posterior regreso a España. El Vicealmirante Lord Thomas Cochrane que había regresado a la metrópoli el 17 de Julio, enredado en sus permanentes altercados con José De San Martín finalmente el 1 de Mayo de 1822 abandona para siempre los mares peruanos dedicándose a partir de entonces a cazar naves españolas y portuguesas allá donde fueran bienvenidos sus servicios.

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JAVIER OSWALDO URBINA GONZALEZ
                           Peruano
















viernes, 3 de abril de 2020

LA ULTIMA JOYA

LA ULTIMA JOYA

Babilonia, 331 a.c.

- Es increíble! Incluso la orgullosa Atenas palidece ante tanta maravilla – un deslumbrado Alejandro El Magno recorre los refinados salones plenos de opulencia y lujo del palacio de Darío III Codomano al interior de la ciudad más grande y fabulosa de oriente, segunda Capital del Imperio Persa.

La legendaria metrópoli de los Jardines Colgantes acaba de caer en sus manos tras la Batalla de Gaugamela a orillas del río Tigris, contienda que significa la obra maestra en táctica militar y la mayor victoria del joven Príncipe de Macedonia.

Alejandro entra en Babilonia como rey del mundo. La urbe, antigua gloria del Monarca Nabucodonosor, ocupa una extensión de ochocientas cincuenta hectáreas y alberga casi doscientos mil habitantes. De traza rectangular, cruzada por el río Eufrates que la divide en dos mitades unidas por un puente de piedra, está rodeada por una doble línea de murallas midiendo la exterior veintiséis metros de grosor. El ingreso del genial macedonio, un desfile triunfal a la cabeza de su ejército, se verifica a través de la Puerta de Ishtar, principal de ocho pórticos monumentales que franquean los ciclópeos muros de la ciudad. Decorada con animales mitológicos de colores brillantes sobre un fondo azul vidriado está consagrada a la deidad del mismo nombre, patrona del amor, la belleza, la vida y la felicidad. Conduce al templo del dios Marduk a través de la gran Avenida Procesional enmarcada entre majestuosos edificios de tonalidades rojas y doradas que lucen en sus paredes áureos dibujos de dragones, toros y leones. Hoy un jubiloso gentío abarrota tanto las holgadas orillas de la amplia y extensa vía como los techos de los fastuosos inmuebles levantados a uno y otro lado de la misma, vitoreando, entre agitar de palmas y lluvia de pétalos, el paso rotundo de los invencibles conquistadores y su mítico Paladín.

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Chan Chan, Capital del Reino Chimú, 1466 d.c.

Al rayar el alba el clarear matutino dista ser lo usualmente apacible en la majestuosa metrópoli al borde del océano. Un extraño y recio rumor envuelve el ambiente. No es la cadencia sonora de las olas ni tampoco el volar en bandada las aves marinas. Tampoco el iniciar la jornada sus gentes ni el paseo del viento entre las mansiones de la sublime urbe. Es una resonancia nueva. Distinta a todo lo habitual. Un retumbo vibrante, trémulo, que eriza la piel ….. que estremece …..

Y así lo perciben los moradores de la espléndida urbe. No importa el rango que exhiban, ni la actividad que desempeñen la turbación primero y el consecuente temor después van inundando las arterias y recintos de la enorme ciudad cual pleamar extendiéndose incontenible por el litoral. Presos de creciente zozobra los atemorizados residentes se miran unos a otros buscando la respuesta que por si solos no encuentran. Será un castigo de los dioses próximo a caer del cielo? Quizás las siniestras primeras notas de un terremoto que se avecina poderoso?

En sus exhuberantes habitaciones, al interior del Castillo Casa Grande, Minchancaman, Soberano Chimú, abre los ojos bruscamente, sin siquiera pestañar. Desde hace buen tiempo duerme en permanente estado de alerta y estar siempre avizor ha relegado en él cualquier sereno descanso. Sabe perfectamente la razón de aquella áspera reverberación. Es más ha estado esperando. Deseando incluso llegue este día. Y lo que en otros es miedo para él es un desahogo pues finalmente la expectativa terminó y podrá colocar las cosas en su debido lugar del que nunca debieron salir. Aspira hondo y la determinación brilla en su mirada. El ingreso diligente de los Generales del Señorío, inclinados respetuosamente, lo aparta de sus pensamientos primeros. Los Oficiales también conocen el motivo de la ronca sonoridad así que un breve intercambio de gestos es suficiente. Toma su capote de lana vicuña y con paso pronto, seguido por los Caudillos Militares, se dirige a la terraza más alta de la real vivienda. Desea desde allí reafirmar con sus propios ojos la verdad percibida íntimamente.

Una vez en el mirador el Mandón costeño ajusta la vista a la tenue bruma que todo lo envuelve. Aquello que a cada instante mejor distingue, a pesar de lo advertido por espías y mensajeros, no deja de causarle grave impacto. Ciertamente supera con creces su imaginación. En ese segundo de fragilidad un inopinado temblor reflejo lo invade. No, no se lo puede permitir. Semejante rapto de debilidad es inaceptable en un Gobernante. Aprieta los dientes para domeñar el incómodo desliz recuperando rápidamente su disposición hierática. Recobrada pues la consistencia fija la mirada en la lontananza para sumirse en un profundo silencio que los Generales entienden y ponderan. Comprenden tal reserva como un espacio de meditación y  presagio de las duras e inevitables decisiones que el Monarca deberá adoptar en las próximas horas ante lo que está a punto de desencadenarse. Decisiones que, de una forma u otra, terminarán afectando para siempre el mundo como hasta hoy han conocido y que incluso pondrán a prueba todos sus eternos dogmas y certidumbres.  

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La niebla se va disipando y ahora sí Minchancaman y los Oficiales tienen una visión nítida de la escena desarrollándose más allá de las fabulosas murallas bellamente acicaladas que enmarcan su fantástica Capital. Se trata de un ejército invasor, magnífico e inverosímil, desplazándose en disciplinada formación. Cincuenta mil guerreros reunidos en legiones compactas que van ocupando su lugar de acuerdo a un plan evidentemente preparado de antemano. Inmóvil en el balcón y con la atención puesta en los acomodos del enemigo el Soberano repasa vertiginosamente los sucesos previos. Si bien fuera prevenido del arribo de aquella misteriosa banda de usurpadores desde que ésta apareciera en los llanos, la había inicialmente subestimado. Como la irrupción a su territorio se produjera por el sur calculó la selecta división de sus huestes acantonada en la Fortaleza de Paramonga, barbacana que guarda los australes confines del Dominiocontendría a los enigmáticos salteadores arribados desde remoto suelo. Lamentablemente para sus intereses tales estimaciones no derivaron positivas y luego de feroz contienda el bastión acabó rindiéndose de manera incondicional. En ese mismo instante tomó cuenta de su grave error procediendo a enmendar la estrategia defensiva. Algunos de sus Caudillos le aconsejaron salir a buscar a los extranjeros pero él consideró mejor aguardarlos en la metrópoli fundamental del Reino para enfrentarlos al amparo de sus robustos muros. Así tendría cubierta la retaguardia y el despliegue de fuerzas sería a su favor. Tal maniobra posibilitaría mayor contundencia en el castigo y una venganza categórica contra los petulantes agresores. La espera había sido larga pues, tras el triunfo en Paramonga y opuestamente a sus evaluaciones, los extraños no habían acometido raudamente sobre la regia urbe. Por el contrario, acuartelados en el baluarte capturado, primero curaron sus heridas, descansaron y se reabastecieron para una vez recompuestos físicamente y con seguridad recargadas sus bélicas apetencias iniciar la marcha hacia su sagrada ciudad. Los había infravalorado otra vez? No importaba ya. La hora de las interrogantes y los supuestos se ha terminado. La realidad cruda y concreta es los pretendidos conquistadores están allí. Frente a su Capital. Emplazados en medio de su verde valle. Es preciso entonces actuar de inmediato pues la más mínima demora jugaría en contra de su Nación. Manda a sus Generales alistar las tropas mientras él irá a calzar su indumentaria de combate para luego reunirse de urgencia en el salón primordial del palacio.

En el camino no puede dejar una serie de dudas martillen su cerebro. Quiénes son realmente estos provocadores? De dónde vienen? Cómo su atrevimiento puede llegar a tanto? Los Asesores le han proporcionado alguna información: Les dicen Incas, se hacen llamar Hijos Del Sol y proceden allende la Cordillera. Su centro se denomina Cusco, está enclavado entre las más altas montañas, y su paso avasallador de manifiesta vocación imperial no se frena ante nada ni ante nadie. Así han conseguido sujetar múltiples demarcaciones y hogaño acuden a contrastar el Señorío Chimú. Sus interrogantes habían continuado. De dónde procede el brío que los mueve a no detenerse en su insolencia? De dónde el ánimo para someter cumbres, torrentes y desiertos en su inatajable paso? En su momento los Asistentes intercambiarían nerviosas miradas antes de contestar. La fuente de toda aquella bravura no es otra que la intensa inspiración y energía que irradia su líder al que obedecen ciegamente. Pero quién es él? Quién puede transmitir semejante vigor? Alguien al cual con veneración titulan Príncipe Resplandeciente …..




                           Cae la Fortaleza de Paramonga

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El Reino Chimú fundado por Tacaynamo, quimérico personaje que arribara en tiempos aurorales con nutrida comparsa sobre una flota de balsas, está enclavado en el litoral norte del actual Perú. Su desarrollo inicia entre los años mil a mil doscientos de nuestra era tras el descalabro del Emporio Huari alcanzando su etapa de mayor esplendor a mediados del siglo quince cuando ocupa geográficamente una enorme franja costera de mil kilómetros entre los contemporáneos Departamento de Tumbes al norte y Distrito de Carabayllo al sur, cerca éste del valle del Río Rimac.  

Su meollo está enclavado sobre la vega del Río Moche, curso de agua que favorece de verdor los campos de la presente Región La Libertad. Organizado políticamente como un estado aristocrático clasista la sociedad Chimú exhibe profundas diferencias entre sus estamentos comunitarios. A la cabeza de la pirámide colectiva está el Gran Gobernante, luego el patriciado conformado por poderosos Curacas y Caciques, a continuación grupos de prestigio y poder económico, y finalmente la gente del común conformando la inmensa mayoría. Raza tan sibarita como aguerrida son a la vez extraordinarios constructores, sobresalientes tejedores de plumería, destacados ceramistas, pero sobre todo insignes metalurgistas logrando con su caro talento producir verdaderas obras de arte especialmente hermosas alhajas y primores de orfebrería.

La capital del Dominio Chimú es la soberbia metrópoli de Chan Chan asentada entre las vigentes localidades de Trujillo y Huanchaco. Con una extensión de dos mil hectáreas en total, más del doble que Babilonia, está dividida en una decena de acrópolis o gigantescos conjuntos urbanos enviados a construir por los Monarcas de turno a cuya muerte devienen heredados por los parientes más cercanos quienes los convierten en lugares sagrados de culto funerario y centros administrativos de las rentas del difunto. Todo el inmenso sitio está rodeado por un par de vastos murallones defensivos fabricados de adobe ambos de impresionante alzada y con frente al noreste. El primero se ubica un tanto alejado de la urbe y el segundo limitando con ella. Así pues, el prodigioso agrupamiento resulta en su integridad la más colosal ciudad del universo indígena cobijando aproximadamente cien mil pobladores más un numeroso, bien preparado y permanentemente operativo ejército.

Aquellos descomunales y suntuosos desglosados complejos arquitectónicos, forjados todos de noble légamo, están delimitados por enormes paredones que alcanzan crestas de hasta doce metros sobre bases con espesores mayores a tres. Con un solo ingreso abierto hacia el septentrión en su interior se distribuyen armoniosamente patios con rampa, calles, pasadizos, residencias cercadas y casas de perfiles rectilíneos. También salas ceremoniales, jardines públicos, depósitos, talleres, reservorios de agua y mausoleos. Las edificaciones, plazas y pasajes lucen decorados con vistosos y artísticos frisos de barro en plano relieve entre los que destacan figuras de peces, aves y zorros estilizados así como dibujos geométricos inspirados en el arte textil, todos pintados de muy vivos colores.

El conglomerado de más reciente obra es el Castillo Casa Grande, localizado hacia el extremo nororiental, ordenado construir por el actual Soberano.





                                              CHAN CHAN

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Ya en el salón de su alcoba Michancaman deja sus mayordomos cumplan el ritual de vestirlo con la esplendidez que su jerarquía amerita. Túnica de fino algodón cubierto el pecho con coraza de brillante amalgama, orejeras y nariguera de oro con incrustaciones preciosas, collares de cobre dorado representando testas humanas y coxal bimetálico. Como armas porra de bastón largo y rígida madera con irrebatible terminal de áureo metal, y cuchillo al cinto hecho del mismo material. La ceremonia culmina poniendo sobre su cabeza la corona de cobre bruñido representando un búho con las alas extendidas y la entrega del cetro confeccionado de oro y plata como signo máximo de suprema autoridad.

Completada la faena el Gobernante Chimú se reúne con sus Oficiales en la estancia principal de la regia mansión. Desechado todo resquemor el costero Monarca resume mayestático porte y acérrimo talante, actitud que transmite con ímpetu a sus subordinados. Síntesis de una saga ilustre de Mandatarios que con férreo carácter condujeran el Señorío procreado por el mitológico Tacaynamo es consciente en su hora y momento supremos debe, en correspondencia, estar a la altura de las circunstancias. Así entonces con elación, convencimiento y persuasión asume el cometido que le corresponde como adalid de su raza y legatario de las tradiciones más sagradas de su Nación. Debe pues ser fiel a sus predecesores, no defraudar los súbditos que confían en su desempeño como mentor de su pueblo y mucho menos causante de indecoroso deslustro a las memorias del Reino. Yergue el cuerpo y eleva la barbilla en señal de firmeza. Ahora, cuando la pervivencia del Señorío está en sus manos su voluntad será más recia que nunca en pos de la victoria. Los Chimú jamás han sido derrotados y así como siempre fructificaron triunfantes en toda expugnación o ensanchamiento territorial que emprendieran, hoy escarmentarán tajantemente a los presumidos invasores por su vil osadía.

El grito de guerra de los Generales, insuflados de pujanza y coraje, es unánime. Al comando de sus invictas huestes, seguros del éxito, juran seguir a su Soberano hasta el final. Hasta aplastar y obligar morder el polvo del desbarato a aquellos usurpadores que se han atrevido a mancillar el suelo sagrado del Reino Chimú.

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 Mientras Minchancaman presto se dirige a ponerse al frente de sus fuerzas, las legiones imperiales Inca, sin prisa pero sin pausa, van tomando posición de ataque. Los distintos regimientos conformados por soldados originarios de todas las comarcas del Emporio Incaico, uniformados de diferente color de acuerdo a sus parcialidades regionales, se movilizan marcialmente hasta las ubicaciones señaladas por los Jefes luciendo con orgullo sus símbolos y estandartes. Cada contingente de milicianos, según su provincia, se caracteriza por el manejo eminente de un determinado ingenio. Allí están los indomables Cusqueños hábiles en la esgrima de la macana estrellada y el hacha tanto corta como larga, los astutos Huancas con sus lanzas de recio y mortífero vuelo, los fieros Chancas insuperables con la honda capaces de atinarle a un pájaro en veloz revoloteo, los temibles Collas con sus boleadoras que cortan el aire en medio de un susurro mortal, los sañosos Yungas con sus espadas de madera revestidas de metal tan eficaces como una de aleación, los incansables Huánucos con sus arcos y flechas de impecable acierto, los ásperos Cañaris infaliblemente letales empuñando sus tremendas porras de chonta, todos a la orden privativa de un Capitán coterráneo pero sujetos a la autoridad universal de los Generales del Incario quienes destacan con sus cascos, armaduras y rodelas repujadas en doradas láminas. Curtidos en mil refriegas, con gallardo y severo empaque, esta mañana están parados al frente de tan calificadas tropas los siguientes Oficiales Incas: Otorongo Achachi, luciendo una siniestra cicatriz que le cruza el rostro huella de su lucha cuerpo a cuerpo con un tigre al que rompiera el pescuezo; Huamán Achachi, pariente de emperadores, tan elegante como diestro maniobrando herramientas de agresión; Challco Yupanqui, siempre primero, siempre adelante, mostrándose a los suyos y contrarios envuelto en su inconfundible pellejo de puma; Apo Curi Machi, quien como el épico Ayar Cachi, uno de los fundadores del Imperio Inca, con una piedra arrojada por su cuerda puede derribar una montaña o abrir una quebrada; Larico, joven, ágil y súbito como el viento, Quingal Topa, fecundo en tácticas y estrategias ofensivas; Amaro Topa, sagaz y repentino cual serpiente; Limpita Usca Mayta, fornido y con la resistencia de un oso, su corpulencia y poder constituyen su mejor pertrecho; y Tilca Yupanqui, Patrón de la selecta Guardia Real.

Pero es uno el que sobresale por encima de todos ellos. Uno que, no sólo por derecho divino sino también por haberlo ganado en el campo de batalla,   ostenta el cargo de comandante absoluto sobre aquellas impresionantes y apisonadoras tropas. Uno cargado en áurica litera de guerra que, sin mover un solo músculo del rostro, pasea su fina vista de lince por encima de sus huestes y el terreno que les separa de la lujosa Chan Chan. Es el Príncipe Heredero de la borla imperial incaica, quien, luciendo loriga, insignias y armas de oro puro, reluce mimetizado con el astro luminoso que, brillando intensamente, lo envuelve en un aura difusa, refulgente, casi irreal. Semidios conquistador de todo horizonte conocido y vencedor de los mares, se trata de Tupac Yupanqui, El Resplandeciente, el cual, con únicamente veinticinco años, viene a colocar la última joya a la Mascaypacha.

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Conozcamos mejor al Sucesor Imperial que hoy se presenta a las puertas de la Capital Chimú. Para ello nada mejor que seguir las enseñanzas del Historiador y Maestro peruano José Antonio Del Busto Duthurburu:

“Tupac Yupanqui décimo Inca del Cusco y segundo Emperador del Tahuantinsuyo, es el personaje histórico a quien el Perú, casi en su totalidad, debe sus actuales fronteras”.

“Nació en el Cusco, por 1440, como hijo de Pachacutec, noveno Inca y primer Emperador, y de la Coya Mama Anahuarque. Creció y se educó en su ciudad natal. Allí fue investido Hatun Auqui o Príncipe Heredero y Apuquispay o General en Jefe del ejército incaico”.

“Al frente de este último se mostró gran conquistador. Hizo dos campañas al Chinchaysuyo, dos al Contisuyo, dos al Antisuyo y dos al Collasuyo. Extendió los límites territoriales de Quito al Maule y del océano al Beni. Gobernó los Cuatro Suyos con acierto y equidad”.

“Su obra fue notable. Estableció a los curacas, desplazó a los sinchis, realizó el primer censo general, distribuyó el trabajo, repartió la tierra en topos, asignó el tributo personal, cimentó a los mitimaes, creó a los yanaconas, normó los chasquis, ordenó las ferias, propició el comercio, enfatizó la justicia, refundó las cárceles, atendió las huacas, multiplicó los acllahuasis, propagó el culto al Sol, implantó el calendario solar, reformó el ejército, comandó ocho guerras, hizo la fortaleza de Sacsayhuamán y extendió el Imperio a sus límites casi definitivos”.

““Fue gran señor y muy valiente”, según el Palentino, y era “de ánimo y pensamientos altos”, a decir de Sarmiento de Gamboa. Su gobierno significó progreso y felicidad. Su época se identificó con el apogeo. Se le reconoció el más grande de todos los Incas. Se le llamó “El Resplandeciente””.

“Ascendió al trono por 1471 y murió alrededor de 1485. Se casó con Mama Ocllo, su hermana de padre y madre. En ella tuvo pocos hijos, pero dejó 150 o más en otras esposas y concubinas. Falleció, según unos, en su palacio de Chinchero; según otros en el Cusco. Su momia o “mallqui” se guardó en la capital incaica hasta 1531, aproximadamente, en que fue quemada por los generales quiteños Quisquis y Calcuchímac”.

“Su cenizas, recogidas por sus descendientes de la Capac Panaca, se escondieron en Calispuquio, junto al ídolo Cuxichuri, su deidad tutelar”.

“Este fue el personaje que, siendo Hatun Auqui o Príncipe Heredero, zarpó en una armada de balsas a vela, a descubrir las Islas del Poniente: Auachumbi y Ninachumbi”.

Finalmente, a modo de apostilla, y sobre la base de este último párrafo podemos afirmar que Tupac Yupanqui ha sido el conquistador/descubridor quien, a lo largo y ancho de sus excursiones, más distancia ha recorrido en toda la historia de la humanidad. Nos precisa José Antonio Del Busto Duthurburu: “Sumando todas sus campañas Alejandro (El Magno) tendría 19,550 kilómetros entre marchas y contramarchas; Tupac Yupanqui, sólo con sus campañas terrestres (hacia el norte y sur, este y oeste, atravesando a pié los desiertos más secos, las montañas más altas, las selvas más impenetrables, las altiplanicies más áridas, y los rincones más fríos y deshabitados) pasaría los 28,500 kilómetros (superando también a Ciro El Grande, Atila, Tamerlán, Julio César, Carlomagno y Napoleón). Si añadimos al Inca las campañas marítimas, verdaderas expediciones de descubrimiento, las distancias serían bastante más. … si arribó a Oceanía (lo que está prácticamente comprobado), incluyendo el retorno se superarían los 15,000 kilómetros. Redondeando cifras, …. tendría …. Tupac Yupanqui más de 43,000 (kilómetros entre andar y surcar. Con lo cual aventaja al mismo Gengis Kan)”.

(Lo expresado entre paréntesis es nuestro).

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Las horas transcurren tensas y mientras los batallones del ejército Chimú con marcada celeridad van tomando posiciones, unos defensiva a la vera interior de los muros de su Capital y otros de colisión delante de la gran entrada principal, Tupac Yupanqui imparte instrucciones precisas a sus Generales.


                 Tupac Yupanqui baja a los llanos hacia el reino Chimú

En primer lugar y de acuerdo a la rigurosa liturgia conquistadora Inca el Príncipe envía Parlamentarios a las puertas de Chan Chan para, buscando evitar un derramamiento de sangre, ofrecer al Monarca local la paz a cambio de una rendición decorosa.

Escogidos dentro de los sabios del regio séquito los Comisionados cruzan a paso lento la planicie que separa las legiones incaicas de la metrópoli Chimú. Una vez alcanzadas las monumentales murallas son conducidos a la presencia del Mandatario costeño. Hecho el requerimiento de rigor el revitalizado Gobernante responde con acento y suficiencia no dejando holgura para prósperas tratativas:

-       Preparado estoy para la guerra con las armas en la mano. Listo para morir por mi patria, leyes y costumbres. No estoy dispuesto a aceptar nuevos dioses ni rey sobre mi cabeza. Entérense bien forasteros que ésta es mi última palabra.

Con tan definitiva réplica la suerte queda echada para ambas fuerzas. Como invariablemente ha sido a lo largo de la historia universal dos gigantes están uno frente al otro. Dos dispuestos a no retroceder un ápice y a darlo todo por los laureles de la gloria. Dos que medirán la fibra de que están hechos, la garra que los distingue y el nervio que los impulsa. Así, como antes Alejandro y Darío, Aníbal y Escipión, Julio César y Vercingetórix, Ricardo y Saladino, hoy Tupac Yupanqui y Minchancaman están a punto de protagonizar una epopeya que se cantará por siempre y será recordada a través de los siglos por haberse escrito en los prados del Perú.

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Tras algunas escaramuzas con armas arrojadizas finalmente las infanterías chocan sobre la explanada frente a la suntuosa metrópoli. El encuentro entre ambas huestes es tan brutal y violento que las aves del cielo caen muertas producto del terrible estruendo. A pesar del iracundo topetazo las tropas Incas mantienen profesional y rigurosa estructura conservando su alineación sin jamás romper filas pudiendo de tal guisa contener las tropas Chimú que, en medio de feroz griterío, atacan en forma mayormente desordenada.

Con el correr de las horas la hostilidad va haciéndose más encarnizada y harto sangrienta a la par muertos y heridos empiezan a sumarse por cientos. Las legiones incaicas echan mano a diferentes tácticas como apretar por los flancos o embestir en forma de tenaza pero el ejército costeño resiste con persistentes arrojo y empeño hasta que las primeras sombras de la noche inician a cubrir el escenario del honor señalando el epílogo de una cruenta primera jornada de combate luego de la cual nada queda definido.

Así se suceden días y semanas con campales batallas cada vez más tenaces y crueles. Jamás las fuerzas imperiales Incas han sostenido lucha más reñida. Los Chimú defienden su cuna con vehemencia digna de admiración, y tanta es la entrega de ambos bandos que la cuantía de bajas alcanza número inauditos. Puesto en tal situación Tupac Yupanqui  se ve en la necesidad de solicitar refuerzos al Cusco. Será pues esta llegada de soldados de refresco en número de veinte mil la que por último ha de romper el equilibrio en el que se mantenía la ya extensa pugna.

Enterados del próximo arribo de aquellas huestes de recambio y comprobando reparado el enemigo las mermadas y extenuadas tropas  Chimú sufren tremendo golpe en su denuedo. Tanto así que los principales Oficiales, tras una tasación verídica de los hechos, recomiendan al Soberano aceptar el original ofrecimiento de paz extendido por el Príncipe invasor de manera evitar la destrucción total de los suyos. Empero Michancaman incansable en su convicción de victoria decide continuar con la intransigencia instando a sus Caudillos y ejército no caer en flaqueza de espíritu arengándoles:

-       No cunda falta de esperanza pues tenemos poder suficiente para rechazar al Inca y salir con honra y fama de esta guerra mediante el valor de todos. Alentar vuestra resolución para defender la patria por cuya salud y libertad estamos todos exigidos a morir peleando. No mostrar pusilanimidad que las guerras tienen como propio ganar unos días y perder otros.

Incapaces de restituir sus fuerzas la resistencia y defensa de su ciudad se hace cada vez más ardua para los Chimú. Las posibilidades se consumen gota a gota con cada guerrero caído por lo que, sin amplitud para más opciones, toman la única alternativa posible: encerrarse tras sus murallones confiando el sol implacable de la costa y el inflexible calor terminen minando la capacidad de aguante de los usurpadores compeliéndoles retornar agobiados a sus serranías de origen.

Mas el Sucesor en el uso de la Mascaypacaha no tiene prisa. Para quien ha reducido un océano la paciencia más que una aislada virtud es una forma de vida. Sitia Chan Chan por casi un año. Corta el acueducto que surte de agua a la asediada urbe y la aísla de posibles contactos con el mundo exterior de forma no reciban ninguna clase de ayuda ni aprovisionamiento vital arrinconándola hasta hacer perder la razón a sus moradores víctimas de los rigores de la escasez y enfermedades.

La desesperación embarga a los habitantes y el Monarca impotente ante el dolor de su gente cae preso de la tristeza y melancolía. A pesar de todo el ahínco desplegado su universo se derrumba y nada puede hacer para impedirlo. Peleó con uñas y dientes pero aquellos indomables conquistadores, ora rehaciéndose, ora remendándose con el socorro de nuevas legiones rentan imposibles de vencer. Su otrora pomposa Capital es hoy un montón de escombros y sus residentes han trocado las preseas y los fastos por un amasijo de harapos malolientes. En toda calle y espacio el clamor para aceptar la invitación de los Incas a conciliar ha derivado en rogatorio llanto al Mandatario solicitando se someta completamente a las demandas e imposiciones de los atacantes caso contrario el destino de la raza Chimú será perecer horriblemente por inanición y debilidad extremas.

En ese momento Tupac Yupanqui vuelve a enviar sus Embajadores.
              
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Esta vez el Gobernador costero recibe a los Delegados reales, aunque entero y manteniendo su porte mayestático, con expresión que delata interna aflicción y temperamento despojado de su primitivo brío. Los regios Parlamentarios repiten los recaudos iniciales ofreciendo perdón, paz y amistad a cambio de justo vasallaje, acatamiento de las leyes y tradiciones Incas, destrucción de ídolos para abrazar el culto al Sol y finalmente servir con lealtad al Emperador en el Cusco.

Escuchadas las precauciones y sin dejar de mencionar que sólo lo mueve mirar por la salud de los suyos para quienes pide la misericordia y clemencia del Príncipe, el Soberano acepta sin objeción alguna las condiciones de capitulación planteadas. Decisión que es plenamente apoyada por los Generales y nobles Chimú presentes en el cónclave. Satisfechos los Comisionados con el desenlace de la encomienda comunican por último a Minchancaman revelarán a su Alteza la buena nueva y a indicación de éste serán invitados para visitarlo en su campamento.

Complacido sobremanera con el nuevo lauro en su impecable carrera militar Tupac Yupanqui convida con prontitud al Monarca rendido. Llevado ante su presencia éste no puede menos que deducirse impresionado por la estampa y prestancia del Hijo del Sol. Tanto así que, domando sus antiguos orgullo y altivez, échase por tierra adorándole con humildad y sumisión. El Heredero del trono imperial incaico, con magnanimidad privativa de los grandes hombres quienes reconocen la bizarría de un contrincante y se conducen sin pedantería ni presunción frente al vencido, ordena a dos miembros de su Guardia lo levanten del piso. Seguidamente, confirma su indulgencia, prometer velar por el bienestar de los Chimú y manifiesta su aquiescencia para que el hijo del Mandón del Señorío, el joven Chumuncaur, se desempeñe como administrador de Chan Chan trabajando junto a los ministros Incas quienes quedarán estacionados en la región encargados del gobierno, la justicia, la hacienda y el ejército. Con respecto al Soberano, Tupac Yupanqui dispone su destino sea vivir en el Cusco si bien no como rehén sí en calidad de huésped permanente.

A pesar el último decreto del Príncipe cubre de dolor su corazón pues no volverá a ver jamás su amada tierra, entiende Minchancaman que el resultado final ha sido lo mejor para su Nación y el sacrificio, con todo el padecimiento que implica, bien vale la pena. Asentadas pues la paz y el vasallaje el Heredero Inca colma de mercedes al Monarca Chimú obsequiándole fina ropa de vestir y diversos artículos de utilidad y adorno para luego juntos recorrer el valle e instruir se construyan grandes acequias que permitan ensanchar los campos de labor, así como caminos, edificios reales y pósitos para beneficio del Sol, el Imperio y socorro de los naturales en años de esterilidad.

Hecho todo esto el Sucesor Imperial resuelve ha llegado el momento de entrar victorioso a la metrópoli Chimú. Semanas previas operarios Incas han limpiado y enjaezado la proverbial ciudad de manera recupere su esplendor y sea digna receptora del ingreso glorioso del insuperable cusqueño y sus invulnerables tropas. El cesado Mandatario no participará del imponente paseo y será Chumuncaur quien pondrá la ciudad de Tacaynamo a sus pies.

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Tupac Yupanqui entra en Chan Chan como rey del mundo. El ingreso del genial Hijo del Sol, un desfile triunfal a la cabeza de su ejército, se verifica a través de la puerta primordial abierta de par en par entre las murallas externas decorada con animales mitológicos de colores brillantes sobre un fondo blanco. Conduce el pórtico, a través de la gran Avenida Procesional enmarcada entre opulentos inmuebles bellamente ornamentados, a la dilatada superficie donde están instalados los Palacios de los Mandatarios Chimú. Hoy un jubiloso gentío abarrota tanto las holgadas orillas de la amplia y extensa vía como los techos de los fastuosos recintos levantados a uno y otro lado de la misma, vitoreando, entre agitar de palmas y lluvia de pétalos, el paso rotundo de los invencibles conquistadores y su mítico Paladín.

Pasados los días y asentada la impronta Inca en el Reino recientemente obedecido, el Príncipe emprende viaje de vuelta al Cusco donde será recibido por Pachacutec, su padre y Emperador absoluto, con la solemnidad que su triunfo amerita y fiestas que durarán un mes completo. Durante el trayecto se detiene con sus tropas en la Fortaleza de Paramonga a sosegarse y reposar acogiéndose a un reconfortante descanso. Allí, mientras todo es alegría entre las fuerzas del Incario, un solitario y huraño Minchancaman no puede evitar una viril lágrima se escape al contemplar con profundo quebranto y por última vez el territorio que hasta hace poco le había pertenecido.

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JAVIER OSWALDO URBINA GONZALEZ
                          Peruano