LA INDEPENDENCIA DEL PERU
Corre el año 1818 y el invierno de Lima se encuentra en su
intervalo más álgido. Ya es de noche y la intensa bruma prácticamente ha
desaparecido los faroles de reverbero que pugnan por iluminar la Plaza Mayor.
Al interior del Palacio De Los Virreyes, en su despacho personal y al abrigo de
un cálido fogón el Gobernante de los territorios del Perú en nombre del Rey de
España Fernando VII, Joaquín De La Pezuela Griñán está absorto en sus
pensamientos. Cuando dos años atrás, luego de una brillante carrera militar en
el Alto Perú, asumiera la administración del Virreinato Peruano se había
jactado de tener sujeta la región en un puño. Bajo su total dominio y en
absoluta calma. Con los movimientos rebeldes, tanto en el Perú como en comarcas
fronterizas, completamente derrotados podía permitirse mirar con seguridad y
aliento el mañana. No en vano había hecho morder el polvo del desbarato a los
Generales rioplatenses Manuel Belgrano y José Rondeau acabando con sus afanes
de llegar al meollo virreinal por excelencia en Sudamérica, sino también
conseguido aplastar la Rebelión Del Cusco encabezada por los hermanos Angulo y
el indio Mateo Pumacahua. Como consecuencia de tales satisfacciones avizoraba
entonces un futuro personal favorable con perspectivas tan sugestivas como
halagadoras.
Cierto era que, dentro de todo aquel optimismo, había
recibido noticias sobre los preparativos de un nuevo ejército insurgente con
pretensiones separatistas en la Intendencia de Cuyo, específicamente en su capital
Mendoza, país del Rio De La Plata, y que el organizador de tales tropas insurrectas
era el Gobernador local General José De San Martín antiguo miembro de la
Milicia Hispana en la península donde alcanzara el grado de Teniente Coronel, pero
dicho conocimiento no le había inquietado en demasía como para perjudicar su
placidez. A pesar incluso del fracaso del General José De la Serna y Martinez
de Hinojosa, a quien enviara el año pasado para combatirlos. Su imperturbable
tranquilidad reposaba en el convencimiento cuando tales fuerzas intentaran
finalmente su objetivo repitiendo a través del Alto Perú, como en ocasiones anteriores,
las legiones realistas se encargarían de liquidar tan insensato cometido.
Pero, contrariamente a lo estimado en aquellos tiempos de
sosiego, esta vez el destino de aquellas huestes llamadas Patriotas bajo el
mando de San Martín no sería el Perú sino Chile. La Capitanía Del Sur resultó invadida,
no por la vieja ruta del Alto Perú, sino a través la Cordillera De Los Andes en
una hazaña sólo comparable a la de Aníbal en Europa dos mil años antes. Jamás
hubiera imaginado algo así. En ese momento toda su despejada serenidad y
lisonjeras esperanzas se esfumaron de un solo golpe. Mas el impacto mayor
provendría de la derrota en los campos de Maipú del ejército que, a las órdenes
del General Mariano Osorio, despachara a restablecer la autoridad real. El
entusiasmo desbordado de otrora se ha convertido hoy en abatimiento y el frío
de Lima con su crudeza y deprimente celaje no ayuda a paliar el desánimo. Tal
la razón de encontrarse esta noche sumido en el pozo profundo y angustioso de
sus reflexiones. No le cabe la menor duda, el siguiente paso de José De San
Martín será venir a por el Perú.
JOAQUIN DE LA PEZUELA
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Marzo de 1820. El calor en Santiago De Chile es sofocante. La
seca ardentía deshidrata el cuerpo y marchita la piel aunque en sus rigores no
alcanza compararse con la calorina del mal humor que incordia el temperamento
de Lord Thomas Alexander Cochrane. Acaba de entrevistarse con el Director
Supremo de Chile Bernardo O´Higgins y el desenlace de la conversación ha sido
de su total desagrado. El noble escocés, ex Oficial de la Marina Real
Británica, reconocido uno de los Capitanes más intrépidos y victoriosos que
tuviera el Reino Unido, se encuentra en Chile desde Junio de 1818. Tras una
vida en la mar plena de novelescas aventuras y al cabo de un tiempo expulsado
“por operaciones mercantiles de baja ley” tanto de la Armada De Su Majestad
como de la Cámara De Los Comunes de la cual fuera miembro, en 1817 publica un
aviso en los principales diarios de Londres ofreciendo sus servicios a las
nuevas naciones que luchan por su libertad en América.
A los pocos meses lo contactaría el emisario del General José
De San Martín, José Antonio Alvarez Condarco, quien se encontraba en la capital
de Inglaterra contratando militares británicos interesados en servir a la causa
americana. Convencido sin mayores dificultades, pues junto a los laureles de la
gloria también le interesaba alejarse de las incómodas circunstancias que lo
rodeaban, Lord Cochrane se había embarcado hacia el nuevo mundo siendo recibido
en Valparaíso por O´Higgins el cual le otorgaría el grado de Vicealmirante de
la Escuadra Emancipadora en formación.
Por entonces el Comodoro De La Flota era el Almirante Manuel
Blanco Encalada quien, en gesto que lo engrandece, dejaría voluntariamente el
cargo de Jefe de las Fuerzas Navales para ponerse gustosamente bajo la tutela
del renombrado marino escocés con quien mantendría invariablemente una gran
amistad. A partir de ese instante Thomas Cochrane, de carácter áspero, complicado
y muy de actuar a su aire, se traza como primer objetivo reorganizar la
marinería capacitándola e imponiendo una férrea disciplina. Para ello se vale
de destacados Comandantes ingleses que como él habíanse plegado a la empresa
libertaria. Oficiales de la talla de Thomas Sackville Crosbie, Martin George
Guise, John Tooker Spry, William Carter, Robert Forster y William Wilkinson
pasan a trabajar a su lado con miras a montar una poderosa y competente armada.
Bregando a marcha forzada a los veinte días de haber tomado
potestad se hace a la mar con el objetivo de causar el mayor daño posible a la
Escuadra Española y difundir propaganda patriótica en aquellos fondeaderos
donde pudiera echar anclas. Consecuente con tal empeño en Enero de 1819 bloquea
y bombardea el Puerto Del Callao a la vez de arrestar varios buques hispanos.
De allí pasa a Huacho, Huaura, Supe, Huarmey y Paita para retornar a Valparaíso
en Junio. En Setiembre vuelve a embarcarse rumbo al Perú. Nuevamente está
frente al Callao y tras apresar algunos barcos enemigos baja a Pisco donde
alija cuatrocientos efectivos que toman el Puerto por unos días. Gira hacia el
norte y a fines de Noviembre se encuentra en Guayaquil donde consigue varias
presas más. De retorno a Chile, recogiendo muchos voluntarios peruanos, enrumba
hacia Valdivia en la costa sur, buscando capturar aquella importante plaza fuerte
realista. Coronada con éxito su tenacidad en Febrero de 1820 reaparece
finalmente en Valparaíso cargado de suculento botín que pone a disposición del
Director Supremo De Gobierno en aras de la próxima y definitiva expedición al
último Virreinato en América del Sur.
Y ahora resulta que tantos éxitos se remuneran subordinándolo
“a un intelecto militar inferior como el de San Martín”. Por ello su ira. En la
recién concluida reunión con Bernardo O´Higgins propuso se aprovechara la
inmovilidad de la Flota Española para iniciar, lo más inmediato posible, la
campaña contra el Perú. Es más para concretar el proyecto sugirió suficiente
una cuota de dos mil hombres cuya conducción recomendaba colocar en manos del
Oficial chileno Ramón Freire Serrano. Pero su inspiración no había sido
aceptada por el Gobierno de Chile exponiendo como motivo ya se ha resuelto
la Expedición Emancipadora al Perú fuera dirigida por el General José De San
Martín.
Su indignación no decrece. La vehemencia irascible que le
cincela el temperamento lo incita a cortar desdeñoso su relación con la
Administración sureña. No sólo ambicionaba aquel mando supremo sino también
creía merecerlo sin discusión. La guerra se ganará por mar y él sobradamente ha
dejado constancia de sus capacidades en dicho ámbito. Le cuesta ser perdedor.
Ha nacido para la victoria y con tal insignia viene navegando por la vida desde
su época de guardiamarina. Sin más opción, con esfuerzo asumirá su suerte y
sabrá esperar el momento. Está seguro la recompensa que aguarda por él superará
con creces los logros de aquellos que hoy no lo toman en consideración.
Mas a pesar del acceso de acatamiento sus conflictos con San
Martín derivan permanentes. Vigoroso y enérgico el rioplatense está
acostumbrado a dirigirlo todo sin apelaciones ni pareceres y tal estilo choca indubitablemente
con la altivez y vanidad del británico. Tanto así que en muchas ocasiones tiene
que intervenir O’Higgins para con su moderación impedir un rompimiento entre
ambos además de apaciguar al Vicealmirante evitando hiciera efectiva su
renuncia presentada más de una vez. Penosamente aquella porfía, no obstante
calmas coyunturales, habría de durar para siempre.
LORD THOMAS COCHRANE
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20 de Agosto 1820, celebración de San Bernardo de Claraval
patrono de apicultores y fabricantes de velas, y a la vez cumpleaños de
Bernardo O´Higgins, la Expedición está a punto de zarpar de Valparaíso hacia el
Perú. Imponiendo su figura alta, erguida y bien proporcionada el General en
Jefe José De San Martín, con la dignidad de Libertador, acaudilla los aprestos
de la tropa viajera. Más de un año le ha tomado gestar, estructurar y disponer
la misión por lo que, a despecho de su proverbial seriedad, permite una sonrisa
de satisfacción se dibuje en su rostro moreno. Con voz fuerte y sólida la
arenga a sus legiones deviene natural: “Soldados! Acordaos que toda la América
os contempla en el momento actual y sus grandes esperanzas penden que
acreditéis la humanidad, el coraje y el honor que os han distinguido siempre,
donde quiera que los oprimidos han implorado vuestros auxilios contra los
opresores. El mundo envidiará vuestro destino”.
Pasados los tiempos del enfrentamiento de San Lorenzo que
consolidara la revolución de las Provincias del Rio De La Plata, así como
aquellos de fragua del Ejército de Los Andes en Mendoza, el cruce titánico de
la Cordillera y la batallas de Chacabuco y Maipú que sellaran la independencia
de Chile, San Martín se había abocado con total ahínco a cimentar la Expedición
Emancipadora apoyado completamente por el Gobierno de Chile en virtud a un acuerdo
basado en la coincidencia recíproca que sin la libertad del Perú era imposible
el sueño de ver a Sudamérica redimida del yugo peninsular. Hoy día como colofón
a sus desvelos, frente a veinticinco navíos y casi cuatro mil quinientos
milicianos de diferentes nacionalidades sudamericanas prestos a poner proa e
intenciones a la vieja tierra de los Incas, lo embarga una emocionada
complacencia y un sentimiento de histórica responsabilidad por la enorme carga
que el destino ha puesto sobre sus hombros.
En los buques, comandados los principales por aquellos
marinos británicos que habían trabajado al lado de Thomas Cochrane, van
Oficiales de la talla de los Edecanes Coroneles Tomás Guido y Diego Paroissien.
Los Generales Juan Antonio Alvarez De Arenales y William Miller, los Coroneles
Mayores Toribio Luzuriaga y Juan Gregorio De Las Heras. También los Coroneles Rudecindo
Alvarado y Mariano Necochea, el Teniente Coronel José Manuel Borgoño entre
otros. Son las dos de la tarde y con el General José De San Martín a bordo de
la nave que como homenaje lleva su nombre y el Vicealmirante Lord Thomas
Cochrane en la cubierta primordial de la fragata “O´Higgins” las Fuerzas Libertadoras
se hacen a la mar. Los vientos regulares que soplan favorables a pesar de las
inconstancias propias del invierno y las corrientes provenientes del sur suman
beneficiosas patrocinando la Armada navegue hacia el norte sin mayores
tropiezos.
Durante el trayecto el Libertador se dedica a repasar su fórmula
concebida para conseguir la independencia del Perú. En primer lugar no se podía
comparar este país, centro del poder español en el sub continente, con las
Provincias Unidas o Chile. En ambos el pueblo estaba mentalmente preparado para
la sublevación y sólo fue cosa de prender el pabilo, mientras que en el Perú la
población no está lista aún. Duda todavía. Hay que previamente convencerla de
los beneficios de la libertad y todo intento prematuro de ejercer la fuerza estaría
condenado indefectiblemente al descalabro. Por ello la idea guía, y en esto
armonizaba perfectamente con O´Higgins, es no apremiar una conflagración
abierta si ésta es posible de ser evitada. Sus arengas públicas y panfletos
distribuidos podían aparecer encendidos pero su parte en el diseño estratégico
es únicamente despertar e inflamar los espíritus, no buscar confrontaciones
bélicas. La emancipación del Perú debe ser ganada anticipadamente en el corazón
de los peruanos, estar amparada en la persuasión, no en las espadas pues ello
incluso podría cubrir de deshonor las enseñas del Ejército Unido. Había que
lograr sus habitantes se inclinen por voluntad propia a la causa de la
libertad. Allí la gran tarea y a su desarrollo consagraría el mejor de sus
esfuerzos.
Una vez entrados en el Perú San Martín considera la mejor
opción es descender en Trujillo donde hay una fuerte aquiescencia en pro de la
independencia liderada por su fresco intendente José Bernardo de Tagle, Marqués
de Torre Tagle, mas Lord Cochrane es de opinión diferente. Mantiene su idea de
un ataque frontal sobre Lima y trata, en tal sentido, de conminar al Jefe de la
Expedición acepte su propósito. El General San Martín debe imponer su autoridad
al extremo de amenazar al ambicioso Vicealmirante con darle el mando de la
Escuadra a Guise si éste no se allana a sus órdenes. Más aquietado con la
reconvención el escocés plantea la alternativa de desembarcar en la bahía de Paracas
cerca al pueblo de Pisco, cosa que el Libertador acepta conciliador.
ESCUADRA LIBERTADORA
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De La Pezuela continúa abstraído en sus pensamientos. La
invasión habrá de producirse por el mar, pronostica. Debe preservar el litoral por
lo que ordenará al General De La Serna desplazarse con sus tropas a Arequipa de
forma reforzar el sur del Virreinato. No obstante el revés del año anterior
cuando lo enviara a hostilizar a los rebeldes que se armaban en Mendoza,
considera acertado insistir en él pues finalmente lo reputa un militar
eficiente. En este punto detiene por un instante sus elucubraciones para analizar
el vínculo con De La Serna. Lo conocía desde su llegada al Perú y más pronto
que tarde había surgido entre ambos una
mutua animadversión. Si bien su antiguedad y títulos estaban por encima de
aquel, jamás acataba sus mandatos sin reparos y réplicas de por medio. Autosuficiente,
altanero, contestatario, instigador de divisiones en las propias filas, su
comportamiento lo irritaba sobremanera. Definitivamente en lo personal no le
agradaba para nada. Y como si tal conjunto fuese poco conocía perfectamente el
origen y nutrimento de toda esa petulancia y soberbia. Una especie de logia que
el levantisco Oficial había formado con otros Jefes venidos recientemente de
España. Tenía los nombres, Gerónimo Valdés, José De Canterac, Juan Antonio
Monet, Juan Loriga y otros, que coligados lo arropaban en sus atrevidas
insolencias. Ya se ocuparía de aquel grupete. Ahora lo importante era
resguardar las costas.
Pero acaece lo impensable. Recibidas sus instrucciones en
acto de absoluta irreverencia José De La Serna desobedece las disposiciones del
Virrey. Vil afrenta que éste decide no dejar pasar impune. No solamente por ser
un desafío inaceptable a su facultad como representante directo del Rey sino
por constituir la cresta de una adición de menosprecios a sus decretos.
Inmediatamente determina cesarlo en el cargo de Comandante de las tropas del
Alto Perú, reemplazarlo e invitarlo a Lima para resolver su situación más grave
aún a la luz de las presentes correrías marítimas de Cochrane que tanto como un
acierto de sus previas cuentas abonan negativamente en la trascendencia de la
falta cometida. Fiel a su naturaleza provocadora y en abierto reto al imperio
del Gobernante, el General De la Serna hace su entrada en la Capital recién el
29 de Noviembre de 1819. Inmediatamente anticipándose a cualquier sanción y
para evitar maniobras en su contra, presenta su renuncia a servir en el Perú y
notifica se embarcará de regreso a la península.
Mas estando próximo a cumplir su alevoso cometido los
Oficiales miembros del sombrío clan presionan a Joaquín De La Pezuela para que
impida su partida. Entre vacilaciones y falta de consistencia finalmente el
Virrey hostigado por el peligro sobre su territorio y con el sano propósito de
no causar mayor discordia en las guarniciones, solicita a De La Serna desista
de su propósito, socavando él mismo la autoridad que pretendía mantener
enhiesta. A partir de ese momento la labor de zapa del siniestro cónclave no se
detendrá hasta torcer el destino de los intereses hispanos en el Perú.
JOSE DE LA SERNA
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Paracas. Es la mañana del 8 de Setiembre de 1820 y un sol
esplendoroso deja se perfile nítidamente el contorno de la desértica punta. Adelantándose
en lanchas los rastreadores son los primeros en tocar la costa que exploran en
busca de enemigos. Sólo hallan aves marinas y alguna cuadrilla de flamencos. No
hay más. Al amparo de los informes el Ejército Emancipador inicia el descenso a
tierra. Este culminará el día 11 aunque el mismo 8 en la noche José De San
Martín y un contingente de sus fuerzas se adelantan a Pisco el cual encuentran
abandonado por sus pobladores. Al día siguiente divisan distante en el arenal un
destacamento realista de aproximadamente quinientos efectivos bajo el mando del
Oficial Naval Manuel Químper quien, huérfano de dotes militares, prefiere
desaparecer antes que entrar en contacto.
A partir de aquí los hechos empiezan a sucederse de manera
imparable. El punto de partida es la proclama del Libertador a los peruanos:
“Compatriotas … El tiempo de las imposturas y del engaño, de la opresión y de
la fuerza, está ya lejos de nosotros; y sólo existe en la historia de las
calamidades pasadas. Yo vengo a acabar de poner término a esa época de dolor y
humillación: este es el voto del Ejército Libertador, que tengo la gloria de
mandar y que me ha acompañado siempre al campo de batalla, ansioso de sellar
con su sangre la libertad del nuevo mundo. Fiad en mi palabra, y en la
resolución de los bravos que me siguen, así como yo fío en los sentimientos y
energía del pueblo peruano”.
Estando pues el General San Martín y sus legiones asentados
plenamente en Pisco, el 14 de Setiembre recibe una carta del Virrey De La
Pezuela invitándolo a negociar. El ofrecimiento es aceptado sin dilaciones por
el Jefe de la Expedición. Suscritos los protocolos se conviene Comisionados de
ambos bandos inicien tratativas a partir del día 25 en Miraflores. Muchas
esperanzas ponen el Libertador y el Gobernador del Perú en las conversaciones.
Finalmente no se llega a ningún acuerdo y el 1 de Octubre queda concluido el
parlamento. Roto pues el conato de concierto San Martín envía al General
Alvarez De Arenales con mil doscientos soldados a la sierra central para
promover la emancipación de sus pueblos y ganar adeptos entre sus moradores
mientras el resto del Ejército Unido y de paso también las tropas españolas
caen en un compás de silente espera. Por fin el día 28 José De San Martín
quiebra su inamovilidad, la cual le ha servido para conocer mejor la situación del
Perú y corroborar todavía no ha llegado la hora de ingresar a Lima, y se reembarca
con sus fuerzas hacia la ensenada de Ancón a donde arriba el 1 de Noviembre
comenzando en seguida a pisar suelo firme.
La estadía de la Expedición en dicha caleta se va tornando
precaria y el enfado de Thomas Cochrane renace por la lentitud como juzga el
General San Martín maneja el pleito. Se lo reprocha permanente y ante la falta
de una respuesta concreta decide actuar individualmente. A bordo de la
“O´Higgins” el día 5 ancla en la rada del Callao y al amparo de la noche en
sorpresiva maniobra tan hábil como riesgosa captura la fragata “Esmeralda” el
barco más poderoso que los hispanos tienen en el Pacífico, con lo cual no sólo
se da un golpe de gracia a la marina realista sino contribuye además a elevar
la moral de las legiones libertadoras y potencia el convencimiento entre los
peruanos que la independencia es exclusivamente cuestión de tiempo.
Así las cosas José De San Martín decide un nuevo reembarco
esta vez con destino a Huacho donde atraca el 10 para trasladarse con todo su
ejército a Huaura, uno de los más fértiles valles de la costa norte cercana a
la Capital, lugar en el que se estaciona a partir del día 12. No bien arribado
se presenta ante el Libertador el terrateniente pisqueño afincado en la región
y propietario de la hacienda azucarera “El Ingenio”, Manuel Salazar Vicuña,
para, a la vez de obsequiarle un potro blanco, ofrecer su propiedad como casa y
cuartel de las tropas emancipadoras. San Martín acepta con agrado la invitación
recaudando adicionalmente una vivienda ubicada en la Plaza de Armas de la
pequeña villa que fungía como Receptoría De La Real Aduana de Lima en Huaura, predio
que descolla por lucir en el segundo piso un simpático balcón de madera tipo
cajón.
Para entonces regresa de la sierra el General Alvarez De Arenales
quien, tras exitoso periplo, se dirige a Huaura para reencontrarse con sus
compañeros de Expedición. En el camino el emblemático Batallón Numancia,
representativo de las huestes peninsulares y conformado por medio millar de
hombres se rinde y adhiere a las legiones de Alvarez el 2 de Diciembre de aquel
1820. Trofeo para los patriotas la capitulación del Numancia significó para las
fuerzas realistas tanto una contrariedad difícil de asimilar como el último
peldaño que necesitaban el General José De la Serna y camarilla en su lucha por
hacerse de la suerte española en el Perú .
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Por aquello tiempos el Virreinato del Perú cuenta con un poco
más de un millón de habitantes. Los indios son 58%; los mestizos 22%; blancos,
españoles más criollos, 12% establecidos principalmente en ciudades costeras y
en la sierra básicamente Cusco o Huamanga; negros, mayoritariamente esclavos,
4%; y gente de otros colores también 4%.
Lima, la Capital, suma sesentaicuatro mil vecinos y en ella
mora la élite virreinal más copiosa y preponderante de Iberoamérica sostenida
fundamentalmente en ocupaciones comerciales. De los residentes 36% son
indígenas reducidos en un arrabal conocido como “El Cercado”; 28% son europeos
más descendientes nacidos en el Perú; 20% esclavos y 16% diferentes tonalidades.
La estratificación social es profunda y las valoraciones de diferenciación son
además de la raza y el tono de piel de orden social y económico.
A la cabeza de la pirámide está la clase alta cuya supremacía
y realce les llega por ser propietarios de haciendas, poseedores de títulos
nobiliarios, cargos públicos o ser dueños de lucrativos negocios mercantes.
Afianzados a sus prerrogativas no desean perder el poder que ejercitan y España
les asegura, por lo que la independencia para ellos resulta poco menos que un
peligro. A la mitad se encuentran los criollos y mestizos de clase media o
menguada fortuna para quienes la emancipación significa la oportunidad de
vengarse de la aristocracia que los mantiene marginados. Finalmente la base del
triángulo la conforma un variopinto conglomerado de indios y negros que no
tienen nada para perder.
Mas en este amasijo de intereses según condición hay una
franja de patriotas que sí sueñan con un futuro mejor para el país que los vió
nacer. Unos con sentimientos separatistas a ultranza como Francisco de Paula
Quirós; Fernando López Aldana, aunque nacido en Colombia; José De La Riva
Agüero y Remigio Silva, y otros en la misma línea pero más moderados como José
Matías Vazquez De Acuña, Conde De La Vega Del Ren. También están los que
demandan de la Corona Española reformas que impliquen una mayor tolerancia en
el manejo de los asuntos americanos como José Baquíjano y Carrillo desde
tempranas horas e Hipólito Unanue antiguo redactor del Mercurio Peruano.
En cuanto a Lima como ciudad se halla bastante deteriorada.
El pretérito esplendor ha dado paso a una lamentable miseria y la antaño perla
del Pacífico se encuentra sucia y descuidada. La Plaza De Armas está convertida
en un mercado de chucherías que le da un aspecto degradante, muchas casonas
lucen ruinoso estado, las calles se ven llenas de desperdicios y los rumorosos parques
y paseos que singularizaban la Capital con su hermosura hoy han perdido su
antiguo refinamiento. Este es pues el corazón del imperio hispano en Sudamérica
al que pronto la independencia tocará sus puertas.
LIMA
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Aznapuquio, del quechua “aguas negras”, es una localidad
ubicada al norte inmediato de la metrópoli limeña donde sobresalen los restos
de una amplia construcción incaica que correspondió en su época a un taller de
producción cerámica. A comienzo de 1821 dicho asiento sirve de campamento militar
realista para las fuerzas encargadas de la defensa de Lima. Más de cinco mil
soldados bajo el comando del General José De la Serna y el Coronel Fulgencio
Del Toro.
Para esa fecha el accionar del ejército peninsular es, para
sus allegados, patético en extremo. Desde la derrota de Maipú todo viene siendo
un actuar errante y plagado de indecisiones que no han conducido a ningún
resultado positivo. La Marina Real está diezmada, la deserciones, como la del
Numancia, son cosa de todos los días y habiendo existido muchas ocasiones para
atacar las tropas expedicionarias nunca se tomó una resolución práctica
prefiriendo pactar antes que combatir. Y quien, para la oficialidad española,
personifica semejante acelerado desgaste es el Virrey Joaquín De La Pezuela.
Así, tras la impotencia cunde la impaciencia y por último el
rechazo al proceder del designado no solamente a defender el Virreinato sino
esencialmente a poner coto en forma urgente al avance de San Martín y sus
sediciosas legiones. Con el pasar de los días el esbozo de una conspiración va
tomando forma y son finalmente De La Serna junto con sus acólitos quienes
habrán de cruzar de las palabras a los hechos. En tal virtud las horas en el
cargo para De La Pezuela pueden contarse con los dedos de una mano.
En marcha la confabulación el General José de Canterac, a
espaldas del Gobernante, se desplaza desde Arequipa a Aznapuquio con un
escuadrón y dos batallones. Allí han llegado también los Oficiales Gerónimo
Valdés, Mateo Ramirez, Andrés García Camba, José Ramón Rodil, Antonio Seoane,
Valentín Ferraz y el patricio limeño Pedro José de Zabala y Bravo Del Ribero,
Marqués de Valleumbroso. Es el 29 de Enero de 1821. De Canterac toma la palabra
y la destitución por la fuerza del Virrey en funciones queda pronto firmada. El
elegido para reemplazarlo es lógicamente José De La Serna quien inmediatamente
se dirige se dirige a Lima acompañado de Seoane y el noble capitalino, siendo
estos dos últimos los encargados de entregarle a De La Pezuela una carta
informándole de su destitución.
Desamparado de apoyo éste acepta su fatalidad mudándose con
su familia, criados y equipaje a la casa solariega de los Virreyes en la zona
de La Magdalena para de allí acudir al Callao y reintegrarse a España donde
sería testigo de la confirmación legal de su remoción. Moriría en 1830. Volviendo
atrás, al conocerse en la Capital la noticia de la destitución del Virrey inicialmente
los veredictos se manifiestan divididos aunque para la noche cambian las tornas
y la aceptación se acerca a la unanimidad. De La Serna, con expresión triunfal,
asiste al teatro y a su salida entre vítores y ovaciones es acompañado a Palacio.
El motín de Aznapuquio estaba pues consumado.
Mientras tanto el sentimiento de libertad se esparce
incontenible por el septentrión del Perú. A las proclamaciones de independencia
ocurridas en Diciembre de 1820 en Lambayeque y Trujillo se suman en Enero del
año siguiente las de Cajamarca, Chachapoyas, Jaén y Maynas. A la par en los
andes medianeros se forman las Montoneras, bandas de indios facciosos que
incansablemente asedian a las fuerzas hispanas sin darles respiro. En buena
cuenta el alzamiento popular se disgrega arrollador.
Por el lado del Ejército Unido, el Vicealmirante Thomas
Cochrane domina el Pacífico, y enviados por José De San Martín los Generales
William Miller y Juan Antonio Alvarez De Arenales desarrollan victoriosas campañas
tanto al sur como nuevamente en la sierra central respectivamente, acosando a
las tropas realistas, saliendo airosos de refriegas varias y haciendo un número
importante de prisioneros. En lo particular San Martín, tras haber adelantado
una declaración de independencia en Noviembre de 1820 desde el balcón de la
casona de Huaura, se preocupa por que el cerco sobre Lima, con sus legiones por
el norte y las Montoneras por el este, sea cada vez más estrecho hasta llevar a
la ciudad al borde de la extenuación.
Así las cosas en Marzo de 1821 llega sorpresivamente de
España al Perú el Capitán de Fragata Manuel Abreu. Trae regias instrucciones
para negociar la paz con el Ejército Libertador y buscar la reconciliación de
los denominados patriotas con el poder central. El General José De San Martín
lo recibe en Huaura acordando cordialmente un cese de hostilidades y concretar
una reunión con el Virrey José De La Serna de forma viabilizar las que se
conjeturan mutuas buenas intenciones. Cumplido el prólogo de su encomienda
Abreu se presenta ante De la Serna en Lima con las orientaciones reales. El
Gobernante no puede disimular su contrariedad pues si por algo había promovido
la cesantía de Joaquín De La Pezuela era precisamente por su propensión a las
conversaciones y moratorias. El prefiere una precisa y categórica acción de
armas pero no le queda más remedio que aceptar el soberano decreto.
El Libertador y el Virrey se juntan el 2 de Junio en la
hacienda Punchauca situada en el valle del rio Chillón a cinco leguas norte de
la urbe limeña. San Martín está acompañado de los Coroneles Las Heras,
Necochea, Paroissien y los Capitanes Spry y Raulet. De La Serna lleva como
escolta a los Generales De La Mar y Monet, y a los Tenientes Coroneles
Landázuri, Ortega y García Camba. Los dos líderes se saludan amigablemente
mientras los marciales y briosos Oficiales de ambas cohortes, quienes se ven
por primera vez, se contemplan con mutua admiración y respeto. Inasequible la convergencia
frente a opiniones en orillas distantes el ensayo termina en un nuevo fracaso.
Rota toda posibilidad de entendimiento cada bandería
procederá de acuerdo a sus propios intereses. Unos por preservar el estado de
cosas y otros por alumbrar un nuevo orden. La hora de la definición está ahora
más cerca que nunca.
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A partir de entonces la situación y por ende permanencia en
Lima se hace insostenible para la fuerzas peninsulares. La ciudad se halla
sitiada por mar y tierra y defenderla en tales condiciones va contra todo
catecismo militar. Las defecciones continúan, los alimentos escasean y la
desesperación va haciendo presa de sus habitantes. Como si todo esto fuera poco
el Virrey José De la Serna impone gravosas contribuciones, de las cuales no se
excusan ni los templos, para mantener al ejército español que terminan
agravando la creciente pobreza.
Frente a tal estado de cosas considera el Gobernante su
posición en la Capital es imposible y ninguno el valor estratégico de la misma.
En tal virtud el 5 de Julio publica un anuncio informando su intención de
abandonar la metrópoli llevándose consigo la totalidad de las tropas. Sus
últimas disposiciones son, por un lado, dejar doscientos alabarderos para
mínimo resguardo de la urbe; por otro, el General José De La Mar se retire a la
fortaleza Real Felipe en el Callao de manera capitanear la acogida de hispanos
y criollos quienes, temerosos de una invasión inminente, seguramente optarán
por la protección de sus muros. Su postrera medida es nombrar Gobernador de
Lima a Don Pedro José De Zárate, Marqués de Montemira, venerable y prudente
anciano muy apreciado por todos en la ciudad.
Desguarnecida la Capital el miedo se apodera de sus moradores
básicamente por la cercanía de las Montoneras indias a quienes se piensa
salvajes pero también de las fuerzas patriotas que se supone tomarán venganza
contra los residentes peninsulares. Acuciados por el pánico los primeros en
huir son los blancos buscando alcanzar tan pronto como les fuera posible
refugio en el castillo del Puerto. Multitud de fugitivos, unos a pie, otros en
carros o a caballo, seguidos por esclavos y mulas cargados de pertenencias y
tesoros corren presurosos, entre gritos y desconcierto, desafiando el frío y la
llovizna, hacia las murallas salvadoras. Mientras para los que se quedan en la
metrópoli la consternación y el espanto fluyen desbocados entre las calles. Las
mujeres inquieren por amparo en los Conventos para evitar ser violadas, las
casas cierran puertas y ventanas y al caer la noche Lima cautiva por la
aflicción se convierte en una urbe fantasma.
El día 7 Don Pedro José De Zárate con la premura que el caos
amerita se reúne con los vecinos más ilustres para dilucidar las mejores
acciones a tomar. Luego de ocupar varias horas deliberando la jornada siguiente
se promulga un bando instando al equilibrio y tranquilidad, resolviéndose
complementariamente enviar Comisionados donde el General San Martín, quien se
encontraba en la bahía del Callao a bordo de un bergantín, a fin dispusiese
cuanto antes su entrada a Lima solicitándole ésta fuera pacífica y con propósito
tutor por el bien de todos los habitantes de la ciudad.
El 9 en la noche, como exhibición de las rectas pretensiones
del Ejército Unido a sus órdenes, José De San Martín envía al Coronel Mariano
Necochea y sus Granaderos a Caballo con dirección a Lurín pero cruzando a
propósito por medio de la Capital. El Oficial rioplatense ingresa por la
Portada de Guía y al frente de su unidad recorre a trote lento las principales
vías de la metrópoli. Conforme se va a cercando a la Plaza de Armas algunas
ventanas se abren tímidamente para aplaudir el paso del Regimiento. Este, sin
detenerse, toma la Puerta de Cocharcas prolongando silenciosamente por la
chacra de El Pino y enrumbar hacia el sur chico. El mensaje ha sido claro. No
habrá barbarie.
El manso despliegue permite un clima de alivio envuelva la urbe
concediendo, después de tormentoso lapso, un sueño apacible a sus afincados. Mientras
tanto el Libertador promete su respuesta para el día 10.
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San Martín garbea sus perspicaces ojos negros como el
azabache de la nota de convite a un horizonte de recuerdos, sensaciones y
vivencias pasadas. Solo en su camarote pasa su mano por las inmensas patillas
que lleva extendidas de oreja a oreja por debajo del mentón en señal de estar
sumido en una honda introspección. Había por fin alcanzado el éxito anhelado
tras casi diez años ocupado constantemente contra los españoles? Era la
invitación recibida para ingresar a Lima la palma a sus esfuerzos por conducir
el proceso a través de la senda de las nociones y convicciones? No estaba del
todo cierto. Visto por el lado de los uniformados sabía muchos consideran su
labor como un menester timorato producto quizás, dirán algunos, de un carácter
débil e insuficiente para tomar tajantes decisiones. En el fondo comprendía
tales actitudes y críticas. El Siglo XIX es la centuria del combate épico en
rectitud a generosos ideales, el tracto del honor militar, de la búsqueda de la
gloria, de constituirse en un héroe casi mitológico para alcanzar así el
respeto cubierto de admiración tanto de propios como extraños. Allí estaba el
caso de Lord Cochrane presionándolo continuamente por una batalla definitiva. Pero
su filosofía sobre lo que debe ser la entrega y dedicación castrense no
discurre por aquella vereda. No ambiciona ni la notoriedad ni la celebridad.
Sus motivos no son personales. Son altruistas y por ello incomprendidos. Su más
ferviente y sincera aspiración es únicamente servir a la causa de la independencia
de Sudamérica, librarla de la opresión y si estaba hoy en el Perú es por qué el
cumplimiento de aquella noble tarea pasa, indeclinablemente, por la
emancipación de estas tierras.
Por eso su lucha diaria, remota de rotundas operaciones
bélicas, ha sido obtener sus hombres piensen como él. Que comprendan la
importancia de la opinión pública y asimilar que si ésta llega a coincidir con
la íntima razón propulsora de la Expedición Emancipadora, cual es obtener la
independencia del Perú y del sub continente, se tratará de una victoria tan valiosa
como un triunfo guerrero. Lo habrán captado así? Tenía sus dudas y resquemor.
Es cierto lo habían seguido sin contradecir su juicio pero no estaba convencido
pudieran renunciar a la época que les ha tocado vivir. Respecto al flanco civil,
será que los moradores de Lima han madurado ya? Que por fin han interiorizado
lo que significa el prodigio del albedrío y la autodeterminación? La importancia
vital de ser libres y poder expresarse sin prohibiciones. Será realmente por
eso que le piden entrar a la Capital o solamente se trata de una necesidad
redentora frente a intuidos peligros que los aterrorizan? Surge en su mente
nuevamente la interrogante inicial, acaso es éste el fin del recorrido o
simplemente una anécdota en medio de un curso todavía de largo viso? No tiene
las respuestas sin embargo hoy se concederá la oportunidad de ser optimista
confiando en la capacidad entendedora de sus soldados y los sentimientos que la
sociedad seglar pronto manifestará sin obstáculos. En todo caso, en lo que a él
compete y de acuerdo a su ética particular, su participación no irá más allá de
ayudar los peruanos escojan la fórmula de gobierno que estiman mejor les
conviene. El colaborará siendo solamente un medio, jamás un desenlace. Y verificado
aquel cometido valorará haber hecho bastante alejándose para siempre con la
satisfacción de la labor cumplida.
Tras aquellas reflexiones tranquila la conciencia y firme su
resolución San Martín dicta la contestación que enviará al Gobernador. Acepta
la convocatoria del grupo de notables con la condición le llegase una
afirmación de la voluntad real del pueblo en favor de la independencia pues no
quería entrar como vencedor sino ser invitado expresamente por la ciudadanía. Nada
más apartado de sus deseos se le pueda endosar el rótulo de conquistador. Recibida
la positiva testificación el Libertador ordena ninguna Montonera se acerque a
la metrópoli y sean descargadas dos mil fanegas de trigo en Chorrillos para
ponerlas a disposición del público a fin solucionar la angustiosa hambruna.
Solventada la situación el General José de San Martín confirma
su entrada para el Jueves 12. Julio de 1821.
JOSE DE SAN MARTIN
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Es el crepúsculo del día 12. Dos solitarios jinetes se
dirigen del Callao a Lima por el recto camino de suave e imperceptible
gradiente. Se detienen en el Cuartel La Legua equidistante entre uno y otro
punto, donde son recibidos por el Coronel Juan Gregorio De La Heras quien
enviado por San Martín ha ocupado el fuerte algunas horas antes. Los viajeros
van de incógnito mas a pesar del secreto que procura conservar De Las Heras son
hábilmente descubiertos gracias a un par de frailes ocasionalmente posados en
el campamento. Corrida la voz, personas que por diferentes motivos cuentan al
momento en el acantonamiento, incrédulos se acercan a curiosear confirmando la
mayúscula sorpresa. Se tratan del Libertador y su Edecán Coronel Tomas Guido.
No hay escolta ni pompa. Así, de la manera más callada y sencilla posible, entre
las inminentes sombras de la noche, ingresa por vez primera José De San Martín
a la Capital del Perú.
De La Legua se encaminan a la casa del Marqués De Montemira
enclavada cerca al Tribunal de Santo Oficio para presentarle protocolar saludo.
Conocida su llegada la mansión se llena anticipadamente de hombres y mujeres
ansiosos de cumplimentar al Libertador protagonizando teatrales exteriorizaciones
que no se condicen con la personalidad austera y sobria de éste. Cumplida la
formalidad y algo agobiados por las reverencias los esquivos caballistas regresan
al Cuartel fuera de los muros de la urbe para descansar.
El día 13 el General San Martín se instala en el Palacio de
los Virreyes y el 14 entra en la ciudad el grueso del Ejército Unido siendo
recibido con estentóreo fervor patriótico emanado de una población que antes
temerosa, al ver los gestos favorables y serenos de aquel, se ha volcado
totalmente en pro de la emancipación. El mismo 14 el Libertador exhorta al
Cabildo declarar la independencia lo que se hace inmediatamente. Firmada el
Acta respectiva se fija el Sábado 28 para la correspondiente jura en público. Tal
el entusiasmo popular que la muchedumbre excitada echa al suelo el busto del
Monarca y su blasón los cuales adornaban el frontis del Ayuntamiento permutándolos
por carteles que rimbombantes dicen “Lima Independiente”.
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Tras una nocturnidad plena de regocijo y fuegos artificiales,
el 28 de Julio amanece, contraviniendo al invierno y como plegándose a la
algarabía ciudadana, con el sol brillando en toda su riqueza. Es sin duda el
presagio de un nuevo alborear en el Perú. Mientras las tropas de la Expedición
Libertadora forman en la Plaza Mayor y un tabladillo ubicado entre el Callejón
de Petateros y la pila de la Explanada Principal espera el arribo del Libertador
más comitiva, dieciséis mil capitalistas abarrotan desde tempranas horas el
histórico recinto.
A las nueve en punto de la mañana empieza a salir de Palacio
una lucida procesión de autoridades y señalados personajes representativos de
las instituciones en la urbe. Preceden la Universidad, los Colegios, Doctores
de la Academia, prelados, oidores y miembros del Cabildo con sus regidores todos
luciendo sus más finas galas. A continuación va José De San Martín montado en
brioso corcel. A su diestra está el Gobernador Marqués de Montemira, detrás el
Estado Mayor de la Fuerzas Emancipadoras, Edecanes, Jefes Militares y cerrando
la comitiva la Brigada Ligera. Toman por el lado derecho de la Plaza y frente
al Ayuntamiento giran a la izquierda para acceder al estrado marchando por medio
de una calle humana formada por los emocionados miembros del séquito.
Pausadamente sube el Libertador a la tribuna. No hay en su porte ni afectación
ni exhibicionismo. Despliega la bandera que él mismo ha creado y con voz
potente proclama: DESDE ESTE MOMENTO EL PERU ES LIBRE E INDEPENDIENTE POR LA
VOLUNTAD GENERAL DEL PUEBLO Y POR LA JUSTICIA DE SU CAUSA QUE DIOS DEFIENDE. Batiendo
el estandarte remata: VIVA LA PATRIA! VIVA LA INDEPENDENCIA! VIVA LA LIBERTAD!
Las atronadoras aclamaciones que empalman el discurso
estallan como nunca antes se escuchara en Lima. Acompañadas por el tañer de
campanas y salvas de artillería la alegría y animación son indescriptibles. El
cortejo repite la misma escena en la Plazuela de La Merced, en la Plaza Santa
Ana delante del Convento de Las Descalzas y finalmente en la Plaza de la
Inquisición ante el complejo de dicho Santo Tribunal, arropados permanentemente
por el aplauso y frenesí popular. De regreso y desde uno de los balcones de
Palacio el Libertador contempla complacido las manifestaciones de felicidad. Fin
del camino o inicio de uno flamante …. en todo caso gigantesca la tarea de
construir una nación la que espera a los peruanos y difícil, por lo sensible del
alcance, encontrar el punto exacto de lo que debe ser su, ya decidida, breve
participación en aquella forja. Pero este día puede hacer a un costado las
preocupaciones y darse un respiro. Hacer un paréntesis y disfrutar, que lo
conseguido tampoco ha sido menor.
El 29 Domingo se canta el Te Deum en la Catedral entonado por
el Arzobispo Bartolomé María De Las Heras y se celebra la Santa Misa a la cual
asisten todos cuanto había tomado parte en la jura. Terminada la liturgia San Martín
retorna a Palacio junto con un concilio de respetables que añadiéndose a la
certificación de la independencia juran por Dios y la Patria defender con su
fama, persona y bienes la libertad del Perú. En la noche el General José De San
Martín convoca una recepción en la vieja residencia de los Virreyes a la cual
acude lo más florido de la Capital. Durante la fiesta, un derroche de
esplendidez, el Libertador departe cordialmente con todos, baila y conversa con
tal desenvoltura y afabilidad que semeja ser la persona menos abrumada por
cuidados y deberes.
PROCLAMACION DE LA INDEPENDENCIA
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El 3 de Agosto San Martín suscribe el Decreto con el cual reúne
en su persona el mando político y militar en todo el Perú bajo la categoría de
Protector. El 1 de Octubre José De la Serna aglutina todas sus legiones en
Jauja y de allí viajará al Cusco donde permanecerá hasta la Batalla de Ayacucho
y su posterior regreso a España. El Vicealmirante Lord Thomas Cochrane que
había regresado a la metrópoli el 17 de Julio, enredado en sus permanentes
altercados con José De San Martín finalmente el 1 de Mayo de 1822 abandona para
siempre los mares peruanos dedicándose a partir de entonces a cazar naves
españolas y portuguesas allá donde fueran bienvenidos sus servicios.
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JAVIER OSWALDO URBINA
GONZALEZ
Peruano