viernes, 3 de abril de 2020

LA ULTIMA JOYA

LA ULTIMA JOYA

Babilonia, 331 a.c.

- Es increíble! Incluso la orgullosa Atenas palidece ante tanta maravilla – un deslumbrado Alejandro El Magno recorre los refinados salones plenos de opulencia y lujo del palacio de Darío III Codomano al interior de la ciudad más grande y fabulosa de oriente, segunda Capital del Imperio Persa.

La legendaria metrópoli de los Jardines Colgantes acaba de caer en sus manos tras la Batalla de Gaugamela a orillas del río Tigris, contienda que significa la obra maestra en táctica militar y la mayor victoria del joven Príncipe de Macedonia.

Alejandro entra en Babilonia como rey del mundo. La urbe, antigua gloria del Monarca Nabucodonosor, ocupa una extensión de ochocientas cincuenta hectáreas y alberga casi doscientos mil habitantes. De traza rectangular, cruzada por el río Eufrates que la divide en dos mitades unidas por un puente de piedra, está rodeada por una doble línea de murallas midiendo la exterior veintiséis metros de grosor. El ingreso del genial macedonio, un desfile triunfal a la cabeza de su ejército, se verifica a través de la Puerta de Ishtar, principal de ocho pórticos monumentales que franquean los ciclópeos muros de la ciudad. Decorada con animales mitológicos de colores brillantes sobre un fondo azul vidriado está consagrada a la deidad del mismo nombre, patrona del amor, la belleza, la vida y la felicidad. Conduce al templo del dios Marduk a través de la gran Avenida Procesional enmarcada entre majestuosos edificios de tonalidades rojas y doradas que lucen en sus paredes áureos dibujos de dragones, toros y leones. Hoy un jubiloso gentío abarrota tanto las holgadas orillas de la amplia y extensa vía como los techos de los fastuosos inmuebles levantados a uno y otro lado de la misma, vitoreando, entre agitar de palmas y lluvia de pétalos, el paso rotundo de los invencibles conquistadores y su mítico Paladín.

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Chan Chan, Capital del Reino Chimú, 1466 d.c.

Al rayar el alba el clarear matutino dista ser lo usualmente apacible en la majestuosa metrópoli al borde del océano. Un extraño y recio rumor envuelve el ambiente. No es la cadencia sonora de las olas ni tampoco el volar en bandada las aves marinas. Tampoco el iniciar la jornada sus gentes ni el paseo del viento entre las mansiones de la sublime urbe. Es una resonancia nueva. Distinta a todo lo habitual. Un retumbo vibrante, trémulo, que eriza la piel ….. que estremece …..

Y así lo perciben los moradores de la espléndida urbe. No importa el rango que exhiban, ni la actividad que desempeñen la turbación primero y el consecuente temor después van inundando las arterias y recintos de la enorme ciudad cual pleamar extendiéndose incontenible por el litoral. Presos de creciente zozobra los atemorizados residentes se miran unos a otros buscando la respuesta que por si solos no encuentran. Será un castigo de los dioses próximo a caer del cielo? Quizás las siniestras primeras notas de un terremoto que se avecina poderoso?

En sus exhuberantes habitaciones, al interior del Castillo Casa Grande, Minchancaman, Soberano Chimú, abre los ojos bruscamente, sin siquiera pestañar. Desde hace buen tiempo duerme en permanente estado de alerta y estar siempre avizor ha relegado en él cualquier sereno descanso. Sabe perfectamente la razón de aquella áspera reverberación. Es más ha estado esperando. Deseando incluso llegue este día. Y lo que en otros es miedo para él es un desahogo pues finalmente la expectativa terminó y podrá colocar las cosas en su debido lugar del que nunca debieron salir. Aspira hondo y la determinación brilla en su mirada. El ingreso diligente de los Generales del Señorío, inclinados respetuosamente, lo aparta de sus pensamientos primeros. Los Oficiales también conocen el motivo de la ronca sonoridad así que un breve intercambio de gestos es suficiente. Toma su capote de lana vicuña y con paso pronto, seguido por los Caudillos Militares, se dirige a la terraza más alta de la real vivienda. Desea desde allí reafirmar con sus propios ojos la verdad percibida íntimamente.

Una vez en el mirador el Mandón costeño ajusta la vista a la tenue bruma que todo lo envuelve. Aquello que a cada instante mejor distingue, a pesar de lo advertido por espías y mensajeros, no deja de causarle grave impacto. Ciertamente supera con creces su imaginación. En ese segundo de fragilidad un inopinado temblor reflejo lo invade. No, no se lo puede permitir. Semejante rapto de debilidad es inaceptable en un Gobernante. Aprieta los dientes para domeñar el incómodo desliz recuperando rápidamente su disposición hierática. Recobrada pues la consistencia fija la mirada en la lontananza para sumirse en un profundo silencio que los Generales entienden y ponderan. Comprenden tal reserva como un espacio de meditación y  presagio de las duras e inevitables decisiones que el Monarca deberá adoptar en las próximas horas ante lo que está a punto de desencadenarse. Decisiones que, de una forma u otra, terminarán afectando para siempre el mundo como hasta hoy han conocido y que incluso pondrán a prueba todos sus eternos dogmas y certidumbres.  

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La niebla se va disipando y ahora sí Minchancaman y los Oficiales tienen una visión nítida de la escena desarrollándose más allá de las fabulosas murallas bellamente acicaladas que enmarcan su fantástica Capital. Se trata de un ejército invasor, magnífico e inverosímil, desplazándose en disciplinada formación. Cincuenta mil guerreros reunidos en legiones compactas que van ocupando su lugar de acuerdo a un plan evidentemente preparado de antemano. Inmóvil en el balcón y con la atención puesta en los acomodos del enemigo el Soberano repasa vertiginosamente los sucesos previos. Si bien fuera prevenido del arribo de aquella misteriosa banda de usurpadores desde que ésta apareciera en los llanos, la había inicialmente subestimado. Como la irrupción a su territorio se produjera por el sur calculó la selecta división de sus huestes acantonada en la Fortaleza de Paramonga, barbacana que guarda los australes confines del Dominiocontendría a los enigmáticos salteadores arribados desde remoto suelo. Lamentablemente para sus intereses tales estimaciones no derivaron positivas y luego de feroz contienda el bastión acabó rindiéndose de manera incondicional. En ese mismo instante tomó cuenta de su grave error procediendo a enmendar la estrategia defensiva. Algunos de sus Caudillos le aconsejaron salir a buscar a los extranjeros pero él consideró mejor aguardarlos en la metrópoli fundamental del Reino para enfrentarlos al amparo de sus robustos muros. Así tendría cubierta la retaguardia y el despliegue de fuerzas sería a su favor. Tal maniobra posibilitaría mayor contundencia en el castigo y una venganza categórica contra los petulantes agresores. La espera había sido larga pues, tras el triunfo en Paramonga y opuestamente a sus evaluaciones, los extraños no habían acometido raudamente sobre la regia urbe. Por el contrario, acuartelados en el baluarte capturado, primero curaron sus heridas, descansaron y se reabastecieron para una vez recompuestos físicamente y con seguridad recargadas sus bélicas apetencias iniciar la marcha hacia su sagrada ciudad. Los había infravalorado otra vez? No importaba ya. La hora de las interrogantes y los supuestos se ha terminado. La realidad cruda y concreta es los pretendidos conquistadores están allí. Frente a su Capital. Emplazados en medio de su verde valle. Es preciso entonces actuar de inmediato pues la más mínima demora jugaría en contra de su Nación. Manda a sus Generales alistar las tropas mientras él irá a calzar su indumentaria de combate para luego reunirse de urgencia en el salón primordial del palacio.

En el camino no puede dejar una serie de dudas martillen su cerebro. Quiénes son realmente estos provocadores? De dónde vienen? Cómo su atrevimiento puede llegar a tanto? Los Asesores le han proporcionado alguna información: Les dicen Incas, se hacen llamar Hijos Del Sol y proceden allende la Cordillera. Su centro se denomina Cusco, está enclavado entre las más altas montañas, y su paso avasallador de manifiesta vocación imperial no se frena ante nada ni ante nadie. Así han conseguido sujetar múltiples demarcaciones y hogaño acuden a contrastar el Señorío Chimú. Sus interrogantes habían continuado. De dónde procede el brío que los mueve a no detenerse en su insolencia? De dónde el ánimo para someter cumbres, torrentes y desiertos en su inatajable paso? En su momento los Asistentes intercambiarían nerviosas miradas antes de contestar. La fuente de toda aquella bravura no es otra que la intensa inspiración y energía que irradia su líder al que obedecen ciegamente. Pero quién es él? Quién puede transmitir semejante vigor? Alguien al cual con veneración titulan Príncipe Resplandeciente …..




                           Cae la Fortaleza de Paramonga

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El Reino Chimú fundado por Tacaynamo, quimérico personaje que arribara en tiempos aurorales con nutrida comparsa sobre una flota de balsas, está enclavado en el litoral norte del actual Perú. Su desarrollo inicia entre los años mil a mil doscientos de nuestra era tras el descalabro del Emporio Huari alcanzando su etapa de mayor esplendor a mediados del siglo quince cuando ocupa geográficamente una enorme franja costera de mil kilómetros entre los contemporáneos Departamento de Tumbes al norte y Distrito de Carabayllo al sur, cerca éste del valle del Río Rimac.  

Su meollo está enclavado sobre la vega del Río Moche, curso de agua que favorece de verdor los campos de la presente Región La Libertad. Organizado políticamente como un estado aristocrático clasista la sociedad Chimú exhibe profundas diferencias entre sus estamentos comunitarios. A la cabeza de la pirámide colectiva está el Gran Gobernante, luego el patriciado conformado por poderosos Curacas y Caciques, a continuación grupos de prestigio y poder económico, y finalmente la gente del común conformando la inmensa mayoría. Raza tan sibarita como aguerrida son a la vez extraordinarios constructores, sobresalientes tejedores de plumería, destacados ceramistas, pero sobre todo insignes metalurgistas logrando con su caro talento producir verdaderas obras de arte especialmente hermosas alhajas y primores de orfebrería.

La capital del Dominio Chimú es la soberbia metrópoli de Chan Chan asentada entre las vigentes localidades de Trujillo y Huanchaco. Con una extensión de dos mil hectáreas en total, más del doble que Babilonia, está dividida en una decena de acrópolis o gigantescos conjuntos urbanos enviados a construir por los Monarcas de turno a cuya muerte devienen heredados por los parientes más cercanos quienes los convierten en lugares sagrados de culto funerario y centros administrativos de las rentas del difunto. Todo el inmenso sitio está rodeado por un par de vastos murallones defensivos fabricados de adobe ambos de impresionante alzada y con frente al noreste. El primero se ubica un tanto alejado de la urbe y el segundo limitando con ella. Así pues, el prodigioso agrupamiento resulta en su integridad la más colosal ciudad del universo indígena cobijando aproximadamente cien mil pobladores más un numeroso, bien preparado y permanentemente operativo ejército.

Aquellos descomunales y suntuosos desglosados complejos arquitectónicos, forjados todos de noble légamo, están delimitados por enormes paredones que alcanzan crestas de hasta doce metros sobre bases con espesores mayores a tres. Con un solo ingreso abierto hacia el septentrión en su interior se distribuyen armoniosamente patios con rampa, calles, pasadizos, residencias cercadas y casas de perfiles rectilíneos. También salas ceremoniales, jardines públicos, depósitos, talleres, reservorios de agua y mausoleos. Las edificaciones, plazas y pasajes lucen decorados con vistosos y artísticos frisos de barro en plano relieve entre los que destacan figuras de peces, aves y zorros estilizados así como dibujos geométricos inspirados en el arte textil, todos pintados de muy vivos colores.

El conglomerado de más reciente obra es el Castillo Casa Grande, localizado hacia el extremo nororiental, ordenado construir por el actual Soberano.





                                              CHAN CHAN

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Ya en el salón de su alcoba Michancaman deja sus mayordomos cumplan el ritual de vestirlo con la esplendidez que su jerarquía amerita. Túnica de fino algodón cubierto el pecho con coraza de brillante amalgama, orejeras y nariguera de oro con incrustaciones preciosas, collares de cobre dorado representando testas humanas y coxal bimetálico. Como armas porra de bastón largo y rígida madera con irrebatible terminal de áureo metal, y cuchillo al cinto hecho del mismo material. La ceremonia culmina poniendo sobre su cabeza la corona de cobre bruñido representando un búho con las alas extendidas y la entrega del cetro confeccionado de oro y plata como signo máximo de suprema autoridad.

Completada la faena el Gobernante Chimú se reúne con sus Oficiales en la estancia principal de la regia mansión. Desechado todo resquemor el costero Monarca resume mayestático porte y acérrimo talante, actitud que transmite con ímpetu a sus subordinados. Síntesis de una saga ilustre de Mandatarios que con férreo carácter condujeran el Señorío procreado por el mitológico Tacaynamo es consciente en su hora y momento supremos debe, en correspondencia, estar a la altura de las circunstancias. Así entonces con elación, convencimiento y persuasión asume el cometido que le corresponde como adalid de su raza y legatario de las tradiciones más sagradas de su Nación. Debe pues ser fiel a sus predecesores, no defraudar los súbditos que confían en su desempeño como mentor de su pueblo y mucho menos causante de indecoroso deslustro a las memorias del Reino. Yergue el cuerpo y eleva la barbilla en señal de firmeza. Ahora, cuando la pervivencia del Señorío está en sus manos su voluntad será más recia que nunca en pos de la victoria. Los Chimú jamás han sido derrotados y así como siempre fructificaron triunfantes en toda expugnación o ensanchamiento territorial que emprendieran, hoy escarmentarán tajantemente a los presumidos invasores por su vil osadía.

El grito de guerra de los Generales, insuflados de pujanza y coraje, es unánime. Al comando de sus invictas huestes, seguros del éxito, juran seguir a su Soberano hasta el final. Hasta aplastar y obligar morder el polvo del desbarato a aquellos usurpadores que se han atrevido a mancillar el suelo sagrado del Reino Chimú.

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 Mientras Minchancaman presto se dirige a ponerse al frente de sus fuerzas, las legiones imperiales Inca, sin prisa pero sin pausa, van tomando posición de ataque. Los distintos regimientos conformados por soldados originarios de todas las comarcas del Emporio Incaico, uniformados de diferente color de acuerdo a sus parcialidades regionales, se movilizan marcialmente hasta las ubicaciones señaladas por los Jefes luciendo con orgullo sus símbolos y estandartes. Cada contingente de milicianos, según su provincia, se caracteriza por el manejo eminente de un determinado ingenio. Allí están los indomables Cusqueños hábiles en la esgrima de la macana estrellada y el hacha tanto corta como larga, los astutos Huancas con sus lanzas de recio y mortífero vuelo, los fieros Chancas insuperables con la honda capaces de atinarle a un pájaro en veloz revoloteo, los temibles Collas con sus boleadoras que cortan el aire en medio de un susurro mortal, los sañosos Yungas con sus espadas de madera revestidas de metal tan eficaces como una de aleación, los incansables Huánucos con sus arcos y flechas de impecable acierto, los ásperos Cañaris infaliblemente letales empuñando sus tremendas porras de chonta, todos a la orden privativa de un Capitán coterráneo pero sujetos a la autoridad universal de los Generales del Incario quienes destacan con sus cascos, armaduras y rodelas repujadas en doradas láminas. Curtidos en mil refriegas, con gallardo y severo empaque, esta mañana están parados al frente de tan calificadas tropas los siguientes Oficiales Incas: Otorongo Achachi, luciendo una siniestra cicatriz que le cruza el rostro huella de su lucha cuerpo a cuerpo con un tigre al que rompiera el pescuezo; Huamán Achachi, pariente de emperadores, tan elegante como diestro maniobrando herramientas de agresión; Challco Yupanqui, siempre primero, siempre adelante, mostrándose a los suyos y contrarios envuelto en su inconfundible pellejo de puma; Apo Curi Machi, quien como el épico Ayar Cachi, uno de los fundadores del Imperio Inca, con una piedra arrojada por su cuerda puede derribar una montaña o abrir una quebrada; Larico, joven, ágil y súbito como el viento, Quingal Topa, fecundo en tácticas y estrategias ofensivas; Amaro Topa, sagaz y repentino cual serpiente; Limpita Usca Mayta, fornido y con la resistencia de un oso, su corpulencia y poder constituyen su mejor pertrecho; y Tilca Yupanqui, Patrón de la selecta Guardia Real.

Pero es uno el que sobresale por encima de todos ellos. Uno que, no sólo por derecho divino sino también por haberlo ganado en el campo de batalla,   ostenta el cargo de comandante absoluto sobre aquellas impresionantes y apisonadoras tropas. Uno cargado en áurica litera de guerra que, sin mover un solo músculo del rostro, pasea su fina vista de lince por encima de sus huestes y el terreno que les separa de la lujosa Chan Chan. Es el Príncipe Heredero de la borla imperial incaica, quien, luciendo loriga, insignias y armas de oro puro, reluce mimetizado con el astro luminoso que, brillando intensamente, lo envuelve en un aura difusa, refulgente, casi irreal. Semidios conquistador de todo horizonte conocido y vencedor de los mares, se trata de Tupac Yupanqui, El Resplandeciente, el cual, con únicamente veinticinco años, viene a colocar la última joya a la Mascaypacha.

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Conozcamos mejor al Sucesor Imperial que hoy se presenta a las puertas de la Capital Chimú. Para ello nada mejor que seguir las enseñanzas del Historiador y Maestro peruano José Antonio Del Busto Duthurburu:

“Tupac Yupanqui décimo Inca del Cusco y segundo Emperador del Tahuantinsuyo, es el personaje histórico a quien el Perú, casi en su totalidad, debe sus actuales fronteras”.

“Nació en el Cusco, por 1440, como hijo de Pachacutec, noveno Inca y primer Emperador, y de la Coya Mama Anahuarque. Creció y se educó en su ciudad natal. Allí fue investido Hatun Auqui o Príncipe Heredero y Apuquispay o General en Jefe del ejército incaico”.

“Al frente de este último se mostró gran conquistador. Hizo dos campañas al Chinchaysuyo, dos al Contisuyo, dos al Antisuyo y dos al Collasuyo. Extendió los límites territoriales de Quito al Maule y del océano al Beni. Gobernó los Cuatro Suyos con acierto y equidad”.

“Su obra fue notable. Estableció a los curacas, desplazó a los sinchis, realizó el primer censo general, distribuyó el trabajo, repartió la tierra en topos, asignó el tributo personal, cimentó a los mitimaes, creó a los yanaconas, normó los chasquis, ordenó las ferias, propició el comercio, enfatizó la justicia, refundó las cárceles, atendió las huacas, multiplicó los acllahuasis, propagó el culto al Sol, implantó el calendario solar, reformó el ejército, comandó ocho guerras, hizo la fortaleza de Sacsayhuamán y extendió el Imperio a sus límites casi definitivos”.

““Fue gran señor y muy valiente”, según el Palentino, y era “de ánimo y pensamientos altos”, a decir de Sarmiento de Gamboa. Su gobierno significó progreso y felicidad. Su época se identificó con el apogeo. Se le reconoció el más grande de todos los Incas. Se le llamó “El Resplandeciente””.

“Ascendió al trono por 1471 y murió alrededor de 1485. Se casó con Mama Ocllo, su hermana de padre y madre. En ella tuvo pocos hijos, pero dejó 150 o más en otras esposas y concubinas. Falleció, según unos, en su palacio de Chinchero; según otros en el Cusco. Su momia o “mallqui” se guardó en la capital incaica hasta 1531, aproximadamente, en que fue quemada por los generales quiteños Quisquis y Calcuchímac”.

“Su cenizas, recogidas por sus descendientes de la Capac Panaca, se escondieron en Calispuquio, junto al ídolo Cuxichuri, su deidad tutelar”.

“Este fue el personaje que, siendo Hatun Auqui o Príncipe Heredero, zarpó en una armada de balsas a vela, a descubrir las Islas del Poniente: Auachumbi y Ninachumbi”.

Finalmente, a modo de apostilla, y sobre la base de este último párrafo podemos afirmar que Tupac Yupanqui ha sido el conquistador/descubridor quien, a lo largo y ancho de sus excursiones, más distancia ha recorrido en toda la historia de la humanidad. Nos precisa José Antonio Del Busto Duthurburu: “Sumando todas sus campañas Alejandro (El Magno) tendría 19,550 kilómetros entre marchas y contramarchas; Tupac Yupanqui, sólo con sus campañas terrestres (hacia el norte y sur, este y oeste, atravesando a pié los desiertos más secos, las montañas más altas, las selvas más impenetrables, las altiplanicies más áridas, y los rincones más fríos y deshabitados) pasaría los 28,500 kilómetros (superando también a Ciro El Grande, Atila, Tamerlán, Julio César, Carlomagno y Napoleón). Si añadimos al Inca las campañas marítimas, verdaderas expediciones de descubrimiento, las distancias serían bastante más. … si arribó a Oceanía (lo que está prácticamente comprobado), incluyendo el retorno se superarían los 15,000 kilómetros. Redondeando cifras, …. tendría …. Tupac Yupanqui más de 43,000 (kilómetros entre andar y surcar. Con lo cual aventaja al mismo Gengis Kan)”.

(Lo expresado entre paréntesis es nuestro).

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Las horas transcurren tensas y mientras los batallones del ejército Chimú con marcada celeridad van tomando posiciones, unos defensiva a la vera interior de los muros de su Capital y otros de colisión delante de la gran entrada principal, Tupac Yupanqui imparte instrucciones precisas a sus Generales.


                 Tupac Yupanqui baja a los llanos hacia el reino Chimú

En primer lugar y de acuerdo a la rigurosa liturgia conquistadora Inca el Príncipe envía Parlamentarios a las puertas de Chan Chan para, buscando evitar un derramamiento de sangre, ofrecer al Monarca local la paz a cambio de una rendición decorosa.

Escogidos dentro de los sabios del regio séquito los Comisionados cruzan a paso lento la planicie que separa las legiones incaicas de la metrópoli Chimú. Una vez alcanzadas las monumentales murallas son conducidos a la presencia del Mandatario costeño. Hecho el requerimiento de rigor el revitalizado Gobernante responde con acento y suficiencia no dejando holgura para prósperas tratativas:

-       Preparado estoy para la guerra con las armas en la mano. Listo para morir por mi patria, leyes y costumbres. No estoy dispuesto a aceptar nuevos dioses ni rey sobre mi cabeza. Entérense bien forasteros que ésta es mi última palabra.

Con tan definitiva réplica la suerte queda echada para ambas fuerzas. Como invariablemente ha sido a lo largo de la historia universal dos gigantes están uno frente al otro. Dos dispuestos a no retroceder un ápice y a darlo todo por los laureles de la gloria. Dos que medirán la fibra de que están hechos, la garra que los distingue y el nervio que los impulsa. Así, como antes Alejandro y Darío, Aníbal y Escipión, Julio César y Vercingetórix, Ricardo y Saladino, hoy Tupac Yupanqui y Minchancaman están a punto de protagonizar una epopeya que se cantará por siempre y será recordada a través de los siglos por haberse escrito en los prados del Perú.

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Tras algunas escaramuzas con armas arrojadizas finalmente las infanterías chocan sobre la explanada frente a la suntuosa metrópoli. El encuentro entre ambas huestes es tan brutal y violento que las aves del cielo caen muertas producto del terrible estruendo. A pesar del iracundo topetazo las tropas Incas mantienen profesional y rigurosa estructura conservando su alineación sin jamás romper filas pudiendo de tal guisa contener las tropas Chimú que, en medio de feroz griterío, atacan en forma mayormente desordenada.

Con el correr de las horas la hostilidad va haciéndose más encarnizada y harto sangrienta a la par muertos y heridos empiezan a sumarse por cientos. Las legiones incaicas echan mano a diferentes tácticas como apretar por los flancos o embestir en forma de tenaza pero el ejército costeño resiste con persistentes arrojo y empeño hasta que las primeras sombras de la noche inician a cubrir el escenario del honor señalando el epílogo de una cruenta primera jornada de combate luego de la cual nada queda definido.

Así se suceden días y semanas con campales batallas cada vez más tenaces y crueles. Jamás las fuerzas imperiales Incas han sostenido lucha más reñida. Los Chimú defienden su cuna con vehemencia digna de admiración, y tanta es la entrega de ambos bandos que la cuantía de bajas alcanza número inauditos. Puesto en tal situación Tupac Yupanqui  se ve en la necesidad de solicitar refuerzos al Cusco. Será pues esta llegada de soldados de refresco en número de veinte mil la que por último ha de romper el equilibrio en el que se mantenía la ya extensa pugna.

Enterados del próximo arribo de aquellas huestes de recambio y comprobando reparado el enemigo las mermadas y extenuadas tropas  Chimú sufren tremendo golpe en su denuedo. Tanto así que los principales Oficiales, tras una tasación verídica de los hechos, recomiendan al Soberano aceptar el original ofrecimiento de paz extendido por el Príncipe invasor de manera evitar la destrucción total de los suyos. Empero Michancaman incansable en su convicción de victoria decide continuar con la intransigencia instando a sus Caudillos y ejército no caer en flaqueza de espíritu arengándoles:

-       No cunda falta de esperanza pues tenemos poder suficiente para rechazar al Inca y salir con honra y fama de esta guerra mediante el valor de todos. Alentar vuestra resolución para defender la patria por cuya salud y libertad estamos todos exigidos a morir peleando. No mostrar pusilanimidad que las guerras tienen como propio ganar unos días y perder otros.

Incapaces de restituir sus fuerzas la resistencia y defensa de su ciudad se hace cada vez más ardua para los Chimú. Las posibilidades se consumen gota a gota con cada guerrero caído por lo que, sin amplitud para más opciones, toman la única alternativa posible: encerrarse tras sus murallones confiando el sol implacable de la costa y el inflexible calor terminen minando la capacidad de aguante de los usurpadores compeliéndoles retornar agobiados a sus serranías de origen.

Mas el Sucesor en el uso de la Mascaypacaha no tiene prisa. Para quien ha reducido un océano la paciencia más que una aislada virtud es una forma de vida. Sitia Chan Chan por casi un año. Corta el acueducto que surte de agua a la asediada urbe y la aísla de posibles contactos con el mundo exterior de forma no reciban ninguna clase de ayuda ni aprovisionamiento vital arrinconándola hasta hacer perder la razón a sus moradores víctimas de los rigores de la escasez y enfermedades.

La desesperación embarga a los habitantes y el Monarca impotente ante el dolor de su gente cae preso de la tristeza y melancolía. A pesar de todo el ahínco desplegado su universo se derrumba y nada puede hacer para impedirlo. Peleó con uñas y dientes pero aquellos indomables conquistadores, ora rehaciéndose, ora remendándose con el socorro de nuevas legiones rentan imposibles de vencer. Su otrora pomposa Capital es hoy un montón de escombros y sus residentes han trocado las preseas y los fastos por un amasijo de harapos malolientes. En toda calle y espacio el clamor para aceptar la invitación de los Incas a conciliar ha derivado en rogatorio llanto al Mandatario solicitando se someta completamente a las demandas e imposiciones de los atacantes caso contrario el destino de la raza Chimú será perecer horriblemente por inanición y debilidad extremas.

En ese momento Tupac Yupanqui vuelve a enviar sus Embajadores.
              
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Esta vez el Gobernador costero recibe a los Delegados reales, aunque entero y manteniendo su porte mayestático, con expresión que delata interna aflicción y temperamento despojado de su primitivo brío. Los regios Parlamentarios repiten los recaudos iniciales ofreciendo perdón, paz y amistad a cambio de justo vasallaje, acatamiento de las leyes y tradiciones Incas, destrucción de ídolos para abrazar el culto al Sol y finalmente servir con lealtad al Emperador en el Cusco.

Escuchadas las precauciones y sin dejar de mencionar que sólo lo mueve mirar por la salud de los suyos para quienes pide la misericordia y clemencia del Príncipe, el Soberano acepta sin objeción alguna las condiciones de capitulación planteadas. Decisión que es plenamente apoyada por los Generales y nobles Chimú presentes en el cónclave. Satisfechos los Comisionados con el desenlace de la encomienda comunican por último a Minchancaman revelarán a su Alteza la buena nueva y a indicación de éste serán invitados para visitarlo en su campamento.

Complacido sobremanera con el nuevo lauro en su impecable carrera militar Tupac Yupanqui convida con prontitud al Monarca rendido. Llevado ante su presencia éste no puede menos que deducirse impresionado por la estampa y prestancia del Hijo del Sol. Tanto así que, domando sus antiguos orgullo y altivez, échase por tierra adorándole con humildad y sumisión. El Heredero del trono imperial incaico, con magnanimidad privativa de los grandes hombres quienes reconocen la bizarría de un contrincante y se conducen sin pedantería ni presunción frente al vencido, ordena a dos miembros de su Guardia lo levanten del piso. Seguidamente, confirma su indulgencia, prometer velar por el bienestar de los Chimú y manifiesta su aquiescencia para que el hijo del Mandón del Señorío, el joven Chumuncaur, se desempeñe como administrador de Chan Chan trabajando junto a los ministros Incas quienes quedarán estacionados en la región encargados del gobierno, la justicia, la hacienda y el ejército. Con respecto al Soberano, Tupac Yupanqui dispone su destino sea vivir en el Cusco si bien no como rehén sí en calidad de huésped permanente.

A pesar el último decreto del Príncipe cubre de dolor su corazón pues no volverá a ver jamás su amada tierra, entiende Minchancaman que el resultado final ha sido lo mejor para su Nación y el sacrificio, con todo el padecimiento que implica, bien vale la pena. Asentadas pues la paz y el vasallaje el Heredero Inca colma de mercedes al Monarca Chimú obsequiándole fina ropa de vestir y diversos artículos de utilidad y adorno para luego juntos recorrer el valle e instruir se construyan grandes acequias que permitan ensanchar los campos de labor, así como caminos, edificios reales y pósitos para beneficio del Sol, el Imperio y socorro de los naturales en años de esterilidad.

Hecho todo esto el Sucesor Imperial resuelve ha llegado el momento de entrar victorioso a la metrópoli Chimú. Semanas previas operarios Incas han limpiado y enjaezado la proverbial ciudad de manera recupere su esplendor y sea digna receptora del ingreso glorioso del insuperable cusqueño y sus invulnerables tropas. El cesado Mandatario no participará del imponente paseo y será Chumuncaur quien pondrá la ciudad de Tacaynamo a sus pies.

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Tupac Yupanqui entra en Chan Chan como rey del mundo. El ingreso del genial Hijo del Sol, un desfile triunfal a la cabeza de su ejército, se verifica a través de la puerta primordial abierta de par en par entre las murallas externas decorada con animales mitológicos de colores brillantes sobre un fondo blanco. Conduce el pórtico, a través de la gran Avenida Procesional enmarcada entre opulentos inmuebles bellamente ornamentados, a la dilatada superficie donde están instalados los Palacios de los Mandatarios Chimú. Hoy un jubiloso gentío abarrota tanto las holgadas orillas de la amplia y extensa vía como los techos de los fastuosos recintos levantados a uno y otro lado de la misma, vitoreando, entre agitar de palmas y lluvia de pétalos, el paso rotundo de los invencibles conquistadores y su mítico Paladín.

Pasados los días y asentada la impronta Inca en el Reino recientemente obedecido, el Príncipe emprende viaje de vuelta al Cusco donde será recibido por Pachacutec, su padre y Emperador absoluto, con la solemnidad que su triunfo amerita y fiestas que durarán un mes completo. Durante el trayecto se detiene con sus tropas en la Fortaleza de Paramonga a sosegarse y reposar acogiéndose a un reconfortante descanso. Allí, mientras todo es alegría entre las fuerzas del Incario, un solitario y huraño Minchancaman no puede evitar una viril lágrima se escape al contemplar con profundo quebranto y por última vez el territorio que hasta hace poco le había pertenecido.

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JAVIER OSWALDO URBINA GONZALEZ
                          Peruano





2 comentarios:

  1. Excelente relato histórico muy ilustrativo que nos ayuda a conocer algo más de la maravillosa historia de nuestro Perú.

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  2. Muchas gracias. Un aporte con mucho cariño al Perú. Un abrazo.

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